El problema es que no sabemos, que no sabemos

Uno de los enemigos del aprendizaje es el no saber que no sabemos, recordando con ello al filósofo Sócrates “yo sólo sé que nada sé”. Porque se necesita mucha humildad para reconocer nuestra ignorancia en determinados tópicos, es más, en las áreas que uno tiende a ser especialista sucede que la persona al investiga más, logra tomar conciencia que sus conocimientos son finitos y precarios, percibiendo que realmente no sabía nada.

El psicólogo y profesor emérito de la Universidad de Princeton, Daniel Kahneman, Premio Nobel en el año 2002 por su planteamiento a la teoría económica acerca de sus estudios sobre la toma de decisiones en momentos de riesgo e incertidumbre. En su libro “Pensar rápido, pensar despacio” nos sustenta que los seres humanos somos más propensos a actuar para evitar una pérdida que para obtener una ganancia, teoría de las perspectivas, es fácil entender entonces la dificultad de repartir ganancias ante un negocio puntual donde las reglas de juegos no estaban preestablecidas, pero más difícil es repartir pérdidas en dicha situación.

Nuestras decisiones son mayormente emotivas e intuitivas (pensar rápido) que posteriormente comenzamos a darle un sentido lógico y racional (pensar lento), resultando que en la mayoría de las ocasiones, no reflexionamos sobre cuál de los dos ha tomado las riendas de nuestro comportamiento en el quehacer diario. Tendemos a tener mucha confianza en juicios que hacemos basados en muy poca información, aquí la intuición toma un rol protagónico, donde el aprendizaje a veces no se pone de manifiesto.

Es importante recordar que el aprendizaje es sinónimo de cambio, porque si no se da éste, no hay aprendizaje real. Y el ser humano es el único animal sobre la faz de la tierra que tropieza más de una vez con la misma “piedra”, y se pone en calidad de víctima. Conllevando a una actitud contumaz permanente, evitando asumir la responsabilidad de sus decisiones, por ende las consecuencias, sobre todo si son negativos.

Kahneman además nos explica sobre el “sesgo optimista omnipresente”, donde el optimismo nos cuida de la aversión a la pérdida, emergiendo la capacidad de supervivencia, por ejemplo generando un mejor sistema inmunológico, mayor sensación de valorar los beneficios que los costos, no tomamos en serio las amenazas del largo plazo.

Estas explicaciones son relevantes para comprender nuestras decisiones para obtener autoconciencia en nuestro accionar, porque como decía León Tolstoy “mediante la razón el hombre se observa a sí mismo, pero sólo se conoce a sí mismo mediante la conciencia”.