Por Percy Correa, director de MAXIMIXE Learning.
La depreciación del Euro constituye una de las noticias económicas más comentadas en las semanas últimas. Se hace alusión a que desde principios de enero del año pasado, el Euro se ha depreciado frente al US dólar casi en un 25%, pasando de 1, 39 $/Euro a 1, 05 $/Euro. Más aún, los analistas se preguntan cuán pronto se alcanzará la paridad cambiaria entre ambas monedas, ya que la depreciación del Euro en el año presente se ha acelerado, pasando de 1, 20 $/Euro a 1, 05 $/Euro; es decir, en poco más de mes y medio, el Euro se depreció en más de 12%, especialmente conforme se hace evidente que la Reserva Federal aplicará pronto una política monetaria que induzca al alza de las tasas de interés en los Estados Unidos. Y para coronar las previsiones alarmistas, algunos analistas en el mercado (Goldman Sachs, Deutsche Bank, entre otros) sugieren que esta caída del Euro no concluiría en pocos meses, sino que se atreven a pronosticar una tasa de cambio de 0, 80 $/Euro para el 2017, colocándose así a niveles de su valor mínimo histórico registrado en octubre del 2000 (0, 8225 $/Euro).
En adición al incremento de las tasas de interés en los Estados Unidos, también se podrían mencionar como causas inmediatas de la presente situación, las crisis de los países muy endeudados como Grecia, que inclusive confronta la posibilidad de dejar la Unión tras los resultados de las elecciones recientes en dicho país; a la expansión económica de los Estados Unidos que actúa como un gran atractivo para los capitales internacionales, incluyendo por cierto los europeos; la ralentización en general de las economías de los países de la Zona Euro (ZE), particularmente de la alemana y la política monetaria expansiva del BCE, recientemente iniciada con el propósito de evitar una deflación generalizada en la ZE, estimulando el gasto agregado y en espera de la mejora de sus exportaciones netas.
Sin embargo, desde una perspectiva de largo plazo, la pronunciada y acelerada depreciación del Euro respecto del US dólar de las últimas semanas, constituye la culminación de una serie de desarrollos propiciados por la incoherencia de las políticas fiscal y monetaria utilizadas en los países de la ZE en el pasado. Si bien se ha avanzado en el sentido de la adopción de una política monetaria común con la creación del Banco Central Europeo (BCE), una moneda única-el Euro- y más recientemente, con la creación de un único supervisor bancario para toda la ZE, de manera que la decisión de sanear, recapitalizar o liquidar un banco ya no es una que corresponda a las autoridades nacionales, como los Ministerios de Economía, sino del BCE, la Comisión Europea y el Eurogrupo, aún queda pendiente la regulación efectiva de la política fiscal que aplican los países de manera independiente y soberana.
Por años, los países europeos han construido un “Estado de Bienestar” cuya magnitud de gasto ha excedido las posibilidades de ser financiado con sus ingresos corrientes. Naturalmente, ello fue posible gracias a la colocación de instrumentos de deuda en una magnitud que llama a la reflexión. Por ejemplo, la deuda pública o soberana de Grecia equivale al 174, 9% de su PBI; la de Portugal, 128, 0%; Italia, 127, 90%; España, 97, 70%, etc. El “éxito” de una política fiscal expansiva sustentada en un endeudamiento continuo, inicialmente fue un incentivo para la captación de nuevos créditos, generándose un círculo nada virtuoso, que eventualmente debía llegar a su término, cosa que al parecer ha comenzado a ocurrir. Los recursos captados permitieron distorsiones como por ejemplo la posibilidad de jubilación de los empleados públicos en Grecia a partir de los 55 años y otras medidas de la clase “subsidios y transferencias”, que por cierto son muy populares entre los electores de todos los países del mundo.
Lo riesgoso de la situación de la economía de la ZE reflejada en las crisis de Portugal, Irlanda, Grecia, España, Italia, que podrían provocar una crisis generalizada en toda la ZE, constituye una oportunidad para que se establezca una serie de reglas y aun instituciones que aseguren que tales excesos fiscales no ocurran. Por cierto es fácil darse cuenta que en las circunstancias actuales, ello es sumamente difícil de alcanzar. Supondría que los países acepten estar sujetos a restricciones negociadas con autoridades supra nacionales (FMI, BCE, Comisión Europea) sobre, por ejemplo, el volumen del gasto fiscal, las medidas fiscales adecuadas para financiar dicho gasto y aun el monto del déficit fiscal permitido. Es decir, sus autoridades nacionales deberían renunciar a su plena soberanía en estos aspectos y negociar y acordar con autoridades supranacionales programas de ajustes y estabilización económicos. Hace falta complementar la unión monetaria con la unión fiscal, renunciando a trozos de soberanía política y apuntar a la verdadera y etapa final de la integración de Europa: la creación de una Federación de Estados.