El proceso electoral en marcha quedará grabado como uno de los más pobres en propuestas programáticas de toda la historia del Perú. Siendo así, puede sonar a pedir demasiado que en este artículo plantee la necesidad de incluir el tema cultural como eje de la discusión política electoral.
Para nadie es un secreto que el Perú es un país que destaca por su inmensa riqueza cultural histórica. Pero no sólo eso, somos un país ancestralmente creativo y no extraña que hoy en día no menos de 4 millones de peruanos trabajen en los distintos eslabones de las cadenas de valor de actividades culturales tan diversas como la música, la danza, el teatro, el cine, la literatura, la pintura, el diseño, la arquitectura, a edición, la museología, la gastronomía, la artesanía y la telenovela.
Si a esta gran masa de personas que viven del arte o en torno a la cultura, les sumáramos a todos aquellos que son asiduos consumidores culturales o artistas en potencia que no pudieron dedicarse a su arte por el devenir de la vida, estamos hablando de por lo menos la mitad de la población peruana –unos 15 millones de peruanos- ávida de compartir una visión de futuro ligada al arte y la cultura.
Viéndolo en términos de pura crematística electoral; llama la atención que pocos políticos hayan percibido el enorme caudal de votos que podría arrastrar un discurso centrado en el eje cultural. Más aún, llama poderosamente la atención que los propios políticos pretendidamente paladines de ‘el cambio’ no le hayan dado importancia a este filón como hilo conductor de un cambio rotundo en la sociedad peruana, con tan solo poner en valor nuestra enorme riqueza cultural ancestral y actual.
Y ojo que no me estoy refiriendo al valor etéreo o simbólico de lo que significa la posibilidad de aspirar a una identidad a través de la cultura, tema también importante pero suficientemente tratado por nuestros antropólogos. Me refiero, más bien, al valor económico de la cultura y su impacto dinamizador del crecimiento económico; y no de cualquier crecimiento sino de un estilo de crecimiento a la medida de la realización humana. Qué mejor fuente de generación de valor en un país de una riqueza cultural inmensa como lo es el Perú, que la conversión de nuestro patrimonio cultural en capital cultural; es decir, energía económica transformadora a partir de la preservación del valor cultural y su desarrollo en el tiempo.
Para ello debemos visualizar la cultura en su dimensión espacial; es decir, ésta vive en nuestras ciudades actuales y del pasado, como embrión de ciudades del futuro desarrollables de manera sostenible a partir de poner en valor su cultura ancestral y latente. En palabras de Francesco Bandarín, “preservar la imagen del pasado, en sí, no basta para resolver los dramáticos problemas sociales y económicos de las ciudades, pero sí puede convertirse en el pívot de una estrategia de desarrollo urbano”. Y este autor reconoce que a estas alturas “muchas ciudades en el mundo desarrollado y en el que está en vías de desarrollo han aprendido esta lección y están definiendo un nuevo modelo de desarrollo basado en la conservación de su identidad cultural”.[1]
En posterior artículo hablaré de cómo aterrizar este enfoque al contexto del Perú y qué tipo de proyectos de desarrollo cultural podrían engarzar en un enfoque de desarrollo de ciudades sostenibles y desarrollo humano, siendo consistentes con la construcción de una economía competitiva gracias a su capacidad de transformar su patrimonio cultural en capital cultural.
[1] Francesco Bandarín, director del World Heritage Center de la UNESCO, Unknown Cities. Edición especial de la revista Development Outreach, Instituto del Banco Mundial.