Primero es lo primero. Las lluvias y la temperatura pueden haber menguado, pero el drama, el miedo, la angustia, el desconsuelo y el desencanto siguen latentes en miles de hogares peruanos damnificados o afectados por los huaycos.
Al dolor de la pérdida de sus casas y el patrimonio acumulado con el sacrificio de toda su vida, se le superpone otro dolor más penetrante: el del desamparo y la indolencia. Esta vez ha habido ayuda y solidaridad como nunca antes; es cierto. Sin embargo, ahí están presentes los re-vendedores de agua, los acaparadores, los sembradores de pánico y especuladores de siempre, para aguar los derruidos bolsillos de la población y tentar el vandalismo, haciéndonos recordar que todavía somos un Estado-nación en ciernes.
En marzo los precios al consumidor dieron un brinco de 1,30%, sólo en Lima; tasa sólo comparable al 1,32 alcanzado en marzo de 1998, cuando el país afrontaba otro Niño fuerte. En gran medida ese brinco obedece directa o indirectamente a los impactos del Niño Costero. La inflación acumulada al primer trimestre llega así a 1,87%, con una inflación anualizada (abril 2016 – marzo 2017) de 3,97%. Los rubros de Alimentos y Bebidas (2,12%) y Enseñanza y Cultura (2,72%) incidieron en 98% en dicha variación mensual.
En el norte del Perú el costo de vida ha trepado mucho más fuerte, ante el desplome de la oferta de alimentos, afectada tanto por la reducción de los cultivos como por la falta de acceso de los productos al mercado, por dificultades de transporte. Las pérdidas económicas en el agro ya superan los S/ 850 millones, ante más de 15,5 mil hectáreas de cultivos colapsados y otras 16,5 mil hectáreas de cultivos afectados.
Los cultivos más afectados son el arroz (Piura, Tumbes, Lambayeque y La Libertad), el maíz (Lambayeque y La Libertad), el algodón (Piura) y la caña de azúcar (Lambayeque). En menor medida han sido afectados los espárragos (La Libertad), las uvas (La Libertad) y las paltas (La Libertad).
Las zonas más afectadas son: los valles de La Leche, Zaña y Chancay– Lambayeque, con unas 21 mil hectáreas colapsadas o afectadas; el Bajo Piura, con alrededor de 5 mil hectáreas colapsadas; valles de Tumbes, con 5,3 mil hectáreas colapsadas o afectadas; y los valles de La Libertad, con daños menores en 4,2 mil hectáreas.
De otro lado, como lo resalté en mi artículo de la semana pasada, las pérdidas en infraestructura son mayores a las estimadas por el gobierno y otros analistas. Sólo en Piura, la pérdida llega a alrededor de S/ 5.600 millones, mientras que en Lima rondaría los S/ 4.000 millones y en el resto del Perú S/ 7.700 millones, arrojando un total de S/ 17.300 millones (US$ 5.088 millones). Si bien las mayores pérdidas son por carreteras y puentes destruidos o dañados, hay infraestructuras diversas afectadas: viviendas, sistemas de agua y desagüe, plantas industriales, plantas eléctricas, plantas de mantenimiento, laboratorios, equipos de ingeniería y sísmica y bibliotecas de universidades, equipos de irrigación, canales de regadío, caminos y vías de acceso de productos, etc.
Evidentemente se necesita de un plan de reconstrucción; uno distinto a todos los anteriores, sin costos inflados ni estudios de medio pelo; un plan formulado bajo un enfoque de desarrollo urbano sostenible a largo plazo. Pero ojo, ya hay mucha presión de grupos de interés que buscan apurar la ejecución de este plan, cuando ni siquiera ha sido formulado. El plan de reconstrucción visto como botín sería repetir la historia de siempre.
Antes hay que llevar adelante un Plan de Emergencia, orientado a: desaguar las viviendas y las calles; dar cobijo a los damnificados, fumigar las viviendas, desinfectar los establecimientos de salud, abastecer de alimentos no perecibles y agua potable envasada, implantar la disciplina del lavado de manos antes de la ingesta de alimentos y la cloración para desinfectar el agua y hacerla potable.
El colapso de los sistemas de agua y desagüe, junto al estancamiento de las aguas son un entorno propicio para la proliferación de enfermedades infecciosas que pueden dar lugar a epidemias con un costo social y económico enorme. El norte es especialmente vulnerable a enfermedades diarreicas agudas, tifoidea, salmonelosis y hepatitis A, por la posible ingesta de alimentos y bebidas contaminados, por la falta de agua potable y refrigeración. La proliferación de mosquitos y zancudos por la presencia de aguas empozadas y altas temperaturas, puede propagar por picadura enfermedades como la malaria, el dengue, la fiebre amarilla, chikungunya y el zyka.
Reponer la infraestructura dañada es muy importante, pero primero es lo primero: la emergencia. El gobierno debe centrarse en ella todo abril y mayo, poniendo todos sus esfuerzos en preservar la vida digna y la salud de todos los peruanos.