Carlos E. Paredes*
Un afamado neurólogo explicaba que “el nervio más sensible del ser humano es la billetera. Tóquele usted la billetera a cualquier agente económico y verá cómo salta, mucho más que cuando un dentista inexperto lo martiriza curándole una muela …” La vasta experiencia de los encargados de la política económica alrededor del mundo confirma la apreciación de nuestro observador neurólogo. En efecto, cuando se incrementan los impuestos o se introducen regulaciones sectoriales que incrementan los costos o reducen las utilidades, es usual ver a muchos saltar hasta el techo. A nadie le gusta que le toquen la billetera (ni las zonas aledañas).
Todo indica que los empresarios dedicados a la pesca y procesamiento de la merluza, no sólo sienten que se les está tocando las billeteras, sino que se las están arrebatando. Y la consecuente indignación los llevó a publicar el martes pasado un comunicado inusitadamente crítico y confrontacional con las autoridades del sector. Sin duda, fue un exabrupto que debe ser corregido. El cuidado y el desarrollo de nuestras pesquerías requieren del diálogo permanente y respetuoso entre las partes involucradas.
¿Qué es lo que sucedió? En base a la recopilación de información científica durante el 2011 y al hecho que la población de la merluza no se recuperaba al nivel objetivo (reflejado en tallas de peces reducidas), el IMARPE recomendó reducir su captura a 8, 600 TM para la presente temporada (de 40, 000 TM anuales en los últimos dos años). ¿Con qué propósito? Asegurar la sostenibilidad biológica de esta importante especie de consumo humano. ¿El costo? En el corto plazo, los empresarios y trabajadores dedicados a explotar esta pesquería se verían negativamente afectados, pero en el mediano y largo plazo su sobrevivencia y bienestar económico estarían siendo asegurados.
Si esto fuese así, entonces ¿qué es lo que explicaría la posición de los merluceros? Según ellos, los resultados de una pesca exploratoria reciente (febrero 2012) indicarían que el tamaño de la biomasa es mayor que el estimado por el IMARPE en el 2011. Es posible; la temperatura del agua cambió y la merluza puede haber migrado de las aguas del Ecuador hacia las nuestras. Sin embargo, no hay información científica concluyente. Como reza el dicho, “una golondrina no hace un verano”. Recordemos que esta especie viene recuperándose de una situación grave; su sobreexplotación en el pasado puso en peligro su sobrevivencia en nuestras costas. Sin duda, se requiere de mayor investigación y monitoreo por parte del IMARPE, como también de mayor comunicación y cooperación entre los sectores público y privado. Esto facilitaría la continua adecuación y perfeccionamiento del régimen de pesca a un entorno siempre cambiante.
La merluza, al igual que otros recursos hidrobiológicos, es un recurso natural renovable y es de todos los peruanos. La obligación del IMARPE, del Vice Ministerio de Pesquería y de los propios industriales es velar por la sostenibilidad del recurso. El régimen de cuotas individuales de pesca que prevalece en esta pesquería y en la de la anchoveta supuestamente alinea los intereses de los pesqueros con los de la sociedad, pues para usufructuar de su cuota en el largo plazo, deben cuidar de la especie en el corto plazo. ¿Qué es lo que estaría pasando entonces? La incertidumbre, reforzada por la insuficiencia de información científica, habría contribuido a que los empresarios prioricen sus utilidades de corto plazo sobre sus intereses económicos de largo plazo. Un mejor flujo de información reduciría la incertidumbre y contribuiría a que los armadores aprecien en toda su magnitud el real valor de sus cuotas y a que, junto con las autoridades, cuiden mejor de nuestro recurso.
* Director de Intelfin y Profesor de Economía de la USMP.
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