Mientras el escándalo de corrupción Lava Jato viene mermando la legitimidad social del gobierno y la oposición, el Perú viene haciéndose presa fácil del populismo preñado de varitas mágicas que amenazan con destruir la base competitiva de la economía en lugar de fortalecerla.
Una de esas soluciones efectistas es poner topes a las tasas de interés para ampliar el acceso de las MYPES y sus familias a un crédito barato. Sin embargo, este tipo de política ya fracasó rotundamente en los años 80’s; las tasas efectivas llegaron a ser mucho más altas que las tasas topes, y el crédito se convirtió en un privilegio de pocos.
Si hasta hoy las tasas de interés siguen siendo en el Perú las más altas de toda América Latina, es porque somos uno de los países con mayor concentración bancaria. Aquí un solo banco concentra alrededor de un tercio del crédito y los depósitos del sistema bancario, mientras los cuatro bancos más grandes concentran más del 80%.
La concentración bancaria induce la colusión tácita o explícita entre bancos, lo que conlleva a que se cobre tasas de interés más altas por los créditos y a que se pague tasas de interés más bajas por los depósitos, respecto a un escenario hipotético sin alta concentración bancaria.
Las ventajas de escala que poseen los grandes bancos les permite reducir costos unitarios, disponer de más y mejor información y diversificar el riesgo crediticio y operativo, en desmedro del resto de entidades del sistema que no cuenta con dichas ventajas.
Sin embargo, un banco muy grande representa un riesgo sistémico elevado que deriva de un riesgo moral: en cuanto su eventual quiebra podría desencadenar una crisis de todo el sistema, sus accionistas perciben un incentivo perverso, a sabiendas de que la autoridad irá siempre a su rescate para evitar su quiebra, manteniendo políticas menos prudenciales que las que aplicarían si no hubiera llegado a tener ese tamaño.
Por tanto, para proteger a los ahorristas y reducir las tasas de interés, es importantísimo reducir drásticamente la concentración bancaria, para lo cual es imprescindible elevar la competencia bancaria.
Para ello se debe fomentar el ingreso de nuevos competidores al mercado, y el desarrollo de economías de escala entre instituciones más pequeñas que los bancos (cajas municipales, cajas rurales, edpymes, etc.) dedicadas a las microfinanzas, a través de la creación de vehículos institucionales trasversales especializados, intensivos en tecnología. Introducir y gestionar tecnologías nuevas y complejas es muy difícil en entidades pequeñas, lo que limita severamente su competitividad frente a los bancos.
La competencia bancaria tiende a desaparecer en tanto existan altas barreras de entrada, que fundamentalmente dependen de las reglas de juego que impone la Superintendencia de Banca y Seguros (SBS) para el otorgamiento de autorizaciones de organización y licencias de funcionamiento de nuevas entidades.
En tanto la SBS puede interpretar la ley de bancos, tiene potestad absoluta para encender luz roja o verde a cualquier inversionista que pretenda incursionar en el mercado financiero peruano. Un poder inmenso que se justifica sólo en la medida en que sirva a su rol protector de los ahorros del público y a su rol promotor de la competencia, la innovación tecnológica y las inversiones en la banca peruana. Sólo se podrá bajar las tasas de interés sosteniblemente combatiendo el cáncer de la concentración bancaria.