El 2018 ha sido un año de desaceleración económica mundial, compensada por un repunte productivo efímero en Estados Unidos, favorecido por el expansionismo fiscal inaugurado por el gobierno de Trump.
La economía mundial pudo así crecer 3,8% (una décima más que en 2017), aunque con China desacelerándose a 6,5% desde 6,9% en 2017, con perspectiva de llegar a 6,2% en 2019, jaqueada por los altos aranceles fijados por el gobierno de Trump a sus exportaciones y por el elevado nivel de endeudamiento interno.
La falta de fundamentos macroeconómicos sólidos (crecientes déficits fiscales, niveles récord de endeudamiento público y presiones inflacionarias) detrás de la bonanza económica de Estados Unidos, aunada a la desaceleración de China, han venido afectando las expectativas de los agentes económicos, que ya empiezan a temer la culminación de la fase expansiva del actual ciclo económico, reflejándose en una elevada volatilidad de los mercados financieros, en un entorno de endurecimiento de la política monetaria.
De hecho, 2018 ha sido el peor año para Wall Street desde la crisis financiera mundial de 2008, mostrando en las últimas semanas una proclividad a agravarse por una creciente aversión al riesgo en un contexto de valorizaciones caras, tras una trepada de 1,000% desde 2009.
Para muestra, la acción de Apple ha perdido casi el 40% de su capitalización bursátil desde su pico de octubre pasado, ante la desaceleración del consumo en China, agudizada por los tambores de guerra comercial que ha hecho tronar Trump contra el gigante asiático. Y podría continuar cayendo a la luz de las negativas perspectivas de ingresos que avizora para 2019.
Si la desaceleración de China se volviera más abrupta, más empresas norteamericanas podrían verse afectadas. Del mismo modo, si la Fed se viera en la necesidad de subir sus tasas de referencia más rápido, más empresas norteamericanas podrían entrar en situación de default (incumplimiento de pagos).
En 2018 el comité de política monetaria de la Fed subió sus tasas de referencia cuatro veces y viene considerando dos nuevas subidas durante 2019, aunque si las presiones inflacionarias arreciaran podrían darse más.
En un escenario de confluencia de una desaceleración más abrupta de China, con un crecimiento entre 5 y 5,5%, y una elevación de las tasas referenciales de la Fed hasta 3,25%, se podría generar un efecto contagio con impactos recesivos en la economía de Estados Unidos, que podría devenir en una nueva crisis financiera global.
En un entorno de expansión fiscal desenfrenada como el actual, este escenario podría tornarse estanflacionario; es decir, uno en el que coexistan la inflación y la recesión.
Sin embargo, el escenario más probable por ahora sigue siendo uno en el que la economía de China se mantiene creciendo encima de 6%, mientras la economía de Estados Unidos se desacelera de 2,9% en 2018 a 2,6% en 2019 y 1,6% en 2020.
Dentro de este marco de creciente incertidumbre que se avizora para 2019, gracias a sus sólidos fundamentos macroeconómicos, la economía peruana muestra mayor resiliencia que la mayoría de las economías de América Latina.
Sin embargo, hoy por hoy la pata coja de la economía peruana es su mermada capacidad de atracción de inversiones ante el debilitamiento de su gobernabilidad. En este sentido, se requiere urgentemente completar la reforma judicial y política que reclama la gran mayoría de la población, como fue evidenciado por el contundente triunfo del Si-Si-Si-No en el referéndum.