Defender a toda costa la permanencia de la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela, es la consigna de la izquierda criolla peruana encarnada en el Frente Amplio. No importa que se trate de un dictador no electo en elecciones justas, ni que su régimen mate, torture y encarcele a mansalva a sus opositores, avasallando los poderes del Estado, al mejor estilo de las más feroces dictaduras de extrema derecha vividas en la región.
Es indudable que el Perú necesita contar con una izquierda política sólida, así como con una derecha política consistente; ambas comprometidas con los principios democráticos y de respeto de los derechos humanos.
Sin embargo, a esta zurdo-confusa izquierda criolla apolillada en una primitiva lectura de Marx, Lenin y Trotsky, le llegan altamente los principios democráticos, los derechos humanos, y la propia miseria en la que Maduro ha sumido a la población venezolana.
Lo ha dicho nada menos que el mundialmente reconocido intelectual estadounidense de izquierda, Noam Chomsky: la situación de Venezuela es desastrosa y su dependencia del petróleo ha llegado a niveles jamás antes vistos, mientras en general la faena de los gobiernos latinoamericanos de izquierda ha estado plagada de corrupción y ha carecido de un modelo de desarrollo¹.
La hiperinflación trepó a un ritmo cercano a los 2’000,000% en 2018 y tenderá a llegar a los 10’000,000% en 2019, mientras que la producción ya acumula una contracción que supera el 50% desde 2013, con un retroceso de 18% en 2018. En términos de PBI per cápita esto significa un decrecimiento del orden del 70% o más desde 2013.
Venezuela subsiste en un estado de hiper-estanflación (mezcla de hiper-inflación e hiper-recesión) inédito históricamente a nivel mundial. Los que más pierden son los trabajadores, a quienes el gobierno les eleva recurrentemente sus salarios nominales, que al día siguiente son pulverizados por el alza de precios, debido a la indexación de diversos precios claves, lo que a su vez ha llevado al suelo el poder adquisitivo de la recaudación fiscal.
Los recurrentes aumentos de salario mínimo, pensiones, subsidios y ayudas, nunca cubren las pérdidas de poder adquisitivo de los ingresos de la población.
Imposibilitado de financiar de manera orgánica sus enormes déficits fiscales y externos, el gobierno de Maduro ha obligado a su Banco Central de Reserva a emitir dinero inorgánico de manera acelerada.
La falta de materias primas, el control de precios y la ausencia de estabilidad jurídica, ha hecho que la empresa privada esté dejando de producir, mientras que más de 6 millones de venezolanos ya han huido del país refugiándose en países vecinos, como Perú. No hay productos en las tiendas porque ya nadie produce y tampoco se importa porque no hay divisas.
En 2018 la inversión en Venezuela fue menor al 2% del PBI, frente a 22% que es en Perú, mientras que su flujo de inversión directa extranjera es similar al de un país tan pequeño como Costa Rica.
El 73% de los hogares venezolanos eran pobres en 2016, según una encuesta de condiciones de vida de las Universidades Católica Andrés Bello, Central de Venezuela y Simón Bolívar; cifra que debe haberse elevado en 2017 y 2018. La desnutrición viene ahondándose vertiginosamente ante la escasez de alimentos, lo mismo que la morbilidad ante el virtual abandono del sistema de salud. No hay medicinas en los hospitales, salvo para los carnetizados del partido oficialista.
No extraña entonces que Venezuela ocupe por varios años consecutivos el primer lugar en el mundo en nivel de miseria, además de figurar entre los países de mayor delincuencia y entre los últimos en cuanto a índices de calidad institucional, libertad económica, estado de derecho, transparencia internacional, ambiente de negocios, libertad humana, competitividad global y derechos de propiedad.
Esta tétrica realidad de la Venezuela de Maduro no es suficiente para que la izquierda criolla peruana adopte una actitud más crítica con su régimen dictatorial y a la vez solidaria con el pueblo venezolano que lo padece. Ante las evidencias de ilegitimidad legal, social y política del gobierno de Maduro, a lo único que atinan es a reaccionar culpando al ‘imperialismo norteamericano’ y al gobierno de Trump, aprovechándose de su pésima imagen internacional.
Si el Frente Amplio exige respeto a la soberanía de Venezuela y a la libre determinación de los pueblos, pues debería apoyar al gobierno de transición, encabezado por Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, para que esa libre determinación se haga realidad en elecciones limpias.
Pero prefiere seguir con el cuento del ‘socialismo del Siglo XXI’ que supuestamente pone nuevamente en la agenda de la clase obrera mundial el programa del socialismo. Todo un fraude ideológico que revela que la izquierda criolla no aprende, al punto de que ni siquiera puede reconocer que hace décadas cayó la cortina de hierro, mientras que China y la URSS ya no son bastiones de ese programa sino de sus propios proyectos de capitalismo autoritario, con pretensiones geopolíticas hegemónicas competitivas frente a Estados Unidos.
Ciertamente, el pensamiento de Marx ha recobrado vigencia en universidades europeas y anglosajonas, al punto de que revistas de prestigio mundial como The Economist o la cadena BBC vienen ponderando la importancia de su contribución filosófica, para entender los problemas de acumulación desmedida de poder por parte de las grandes compañías, así como la creciente desigualdad social.
Sin embargo, las versiones dogmáticas del marxismo original determinista han quedado en desuso. El conflicto de clases es interpretado hoy dentro del marco de otros conflictos de diversa índole, como las luchas de género, étnicas, culturales, etc.
Hoy en día se promueve la apertura de las sociedades civiles y la defensa de la teoría democrática como valor universal de la modernidad política, mientras que el concepto de ‘proletariado’ pierde capacidad explicativa ante la creciente heterogeneidad estructural de las categorías de empleo. El autoempleo y la ciber-empresarialidad como fenómenos dominantes en la era postfordista, implican la imposibilidad de equiparar el trabajo intelectual con el manual.
Así, el concepto de ‘multitud’ representa mejor que el concepto ‘pueblo’ la multiplicidad social de sujetos, que es capaz de actuar en común como agente de producción biopolítica dentro del sistema político, como ha venido sucediendo con los movimientos autonómicos europeos desde los años 70’s.
De hecho, a partir de mayo 68 se ha venido construyendo una cultura de izquierda más libertaria, que abandona el paradigma del proletariado industrial como sujeto, e introduce nuevas subjetividades que devienen de fenómenos de marginación vinculados a migrantes, desocupados, mujeres, etc.
Esto y mucho más les queda por aprender a nuestra izquierda criolla anquilosada en un pasado vergonzante. A propósito, les recomiendo ver la fascinante serie ‘Trotsky’ que está pasando Netflix, para entender la tragedia de la URSS y el encandilamiento trotskista latinoamericano.
¹/ Noam Chomsky recientemente firmó un pronunciamiento con 70 intelectuales, en el que denuncia la interferencia de EEUU en los asuntos internos de Venezuela, reafirmando así su permanente criterio de no intervención. Comparto esta posición siempre que se haga extensiva a China y Rusia, países que, al igual que EEUU, detentan poder nuclear y tienen intereses geopolíticos en América Latina.