CARLOS MARX Y PEDRO CASTILLO

El nombramiento de Oscar Maurtua en reemplazo de Héctor Béjar en la Cancillería significa un giro del presidente Pedro Castillo hacia la introducción de un mínimo de profesionalismo en su gabinete ministerial, que señala la posibilidad de otros ajustes en carteras ocupadas por inquilinos precarios no aptos para desempeñarse como ministros. Sin embargo, este viraje no necesariamente augura un desplazamiento desde el radicalismo marxista leninista trasnochado encarnado por Vladimir Cerrón, hacia un izquierdismo más moderno, sustentado en una relectura crítica de la obra de Carlos Marx.

El Ideario de Perú Libre parte de una concepción anticuada y confusa de la lucha de clases, que revela un conocimiento superficial de la teoría marxista y más aún de la teoría crítica del marxismo que emerge en los años 30s del siglo XX y se extiende hasta hoy.[1] Para Perú Libre los empresarios son el principal enemigo del Estado, pues «no hacen fortuna con su dinero, sino con dinero ajeno» (p.48). O sea, existiría un régimen de explotación por el cual el capitalista le extrae la plusvalía al trabajador; típico concepto marxista aplicado sin rigor científico.

Sin afán de restar trascendencia al aporte que Marx hizo en su momento a las ciencias sociales y al que aun vienen realizando estudiosos postmarxistas, debe reconocerse que su teoría tuvo desde el inicio diversos errores conceptuales y uno de ellos fue el de la plusvalía, sustentada en la errónea teoría del valor-trabajo.

Para Marx la plusvalía sólo existe porque hay explotación. Las mercancías se intercambian por equivalencias de valor: dos mercancías que tarden en ser producidas el mismo tiempo de trabajo (socialmente necesario) tendrán (en equilibrio) el mismo precio. La explotación surge porque el capitalista puede comprar una mercancía (el trabajo) a un precio inferior a su valor, porque le paga menos que las horas de trabajo socialmente necesarias.

Sin embargo, en realidad la plusvalía no es un fenómeno exclusivo de economías capitalistas (o “neoliberales”, según le encanta llamarlas a Cerrón). En una economía sin capitalistas, compuesta exclusivamente por empresas cooperativas o de propiedad social, el circuito de intercambio también seguiría la dinámica M-D-M (mercancía-dinero-mercancía) y seguiría habiendo generación de plusvalía.

La plusvalía no surge de una situación de explotación, sino del valor de cambio que tenga una mercancía en un mercado determinado. Incluso, en el sentido marxista más ortodoxo, aunque el factor trabajo fuera el único factor productivo, si el coste marginal de producción de una mercancía no es constante, será el valor marginal de uso el que determine su valor de cambio y no el tiempo de trabajo socialmente necesario en el tiempo para producirlas.

Pongámonos en un caso más extremo incluso, en el que el trabajo fuera el único factor productivo y además el coste marginal de producción fuera constante, igual el valor de cambio de las primeras 100 horas trabajadas sería mayor que el de las siguientes 100 horas, generándose una plusvalía debido a que el riesgo de mercado involucrado en aplicar las primeras horas es mayor.

El valor de uso (de carácter subjetivo) será siempre el fundamento del valor de cambio (precio) y no el valor del trabajo socialmente necesario para producir (de carácter objetivo pero irreal). Para zanjar el asunto, pongamos como ejemplo un puesto que expende menús dentro de un mercado de abastos y que produce dos menús aplicando 10 horas de trabajo a cada cual. Sin embargo, si uno de los menús tiene el doble de demanda que el otro, las horas de trabajo bien informadas se podrán vender sistemáticamente a un mayor precio que las horas de trabajo malinformadas.

Más allá de esta falla medular del razonamiento económico de Marx, otros planteamientos suyos han ido perdiendo vigencia conforme fue avanzando el desarrollo capitalista mundial. Uno de ellos es el concepto de lucha de clases. Perú Libre reivindica el concepto de lucha de clases y lo extiende, no sólo al plano económico, político y social, sino también al plano ideológico y cultural (p. 6).

No obstante, tras la llamada ‘crisis del marxismo’ con la caída de la ‘Cortina de Hierro’ y el derrumbe de los regímenes socialistas de la URSS y Europa del Este, el postmarxismo ha tendido a abandonar el análisis en términos de lucha de clases sociales, reemplazando incluso el término ‘clase social’ como lo definió Marx (en función a la tenencia o no de los medios de producción), por nuevas nociones más relevantes para explicar las realidades sociales derivadas del capitalismo moderno.

De hecho, el objeto de la teoría de Marx había sido el análisis de las diferentes formas de la lucha de clases y tal objeto hoy en día ya no existe. El concepto de proletariado y de explotación del trabajador por el capitalista que puede haber tenido cierto sentido en la Inglaterra de la primera revolución industrial o en la Rusia zarista preindustrial, hoy en día se estrella con una realidad de muy pocos proletarios, con mínimos índices de sindicalización y crecientes índices de robotización. [2]

Es así que en el Perú “El Pueblo” (término afable para nuestro presidente Pedro Castillo) no está compuesto mayormente ni por proletarios o campesinos explotados por un amo capitalista, sino por millones de desempleados, microempresarios, emprendedores y campesinos con tierra, abandonados a la buena de Dios por un Estado burocrático ineficiente, corrupto y clientelista. Gobierno tras gobierno se han opuesto a instaurar una meritocracia estatal y han utilizado el aparato del Estado como agencia de empleos para sus militantes, en lugar de impulsar el emprendimiento y los micro y pequeños negocios. Lamentablemente el nuevo gobierno persiste en lo mismo.

Felizmente, a pesar de su bajo nivel educativo, “El Pueblo” peruano tiene un espíritu empresarial elevado, al punto de haber sido reconocido por los principales organismos internacionales como uno de los pueblos más emprendedores a nivel mundial. Sin embargo, todavía sigue a la espera de un gobierno que realice la gran transformación del Estado que permita expandir la competencia, la competitividad y desarrollar los mercados, para impulsar un crecimiento económico sostenido desde la base de la pirámide económica y social; desde las Mypes y los agricultores familiares. Esta es la verdadera revolución pendiente. Lo demás es ruido que espanta la inversión.

Ojalá el viraje en la Cancillería augure un desplazamiento desde el radicalismo marxista leninista trasnochado encarnado por Vladimir Cerrón, hacia un régimen de economía social de mercado sustentado en una relectura crítica de la obra de Carlos Marx, aunada a la lectura de la obra descollante de Joseph Schumpeter, Amartya Sen, Douglass North, Paul Romer, Ronald Coase y Jean Tirole, entre otros.

 

 

 

 

 


[1] La denominación teoría crítica surge a partir de la publicación del ensayo “Teoría tradicional y teoría crítica” de Max Horkheimer en 1937. Desde entonces la mayor preocupación postmarxista se ha centrado en el destino de la modernidad, sus patologías, limitaciones y efectos destructivos, pero al mismo tiempo plantea criterios de valoración de algunos de sus elementos progresivos. A diferencia del pensamiento postmoderno que plantea el rechazo de la modernidad en su totalidad, el postmarxismo mantiene una idea de progreso.

[2] Las ‘estrategia socialista’ que atacaba las bases mismas del régimen capitalista al perseguir la eliminación del capital como relación social, es fuertemente reformulada por Laclau y Mouffe. Desde el momento en que se deja de lado el concepto de clase, el propósito fundamental del socialismo, a saber, la abolición de todas las clases y el tránsito hacia una sociedad sin clases pierde su razón de ser, o al menos su centralidad (p.50-51). María Cecilia Duek, “La deconstrucción del concepto de clases. El posmarxismo y las identidades colectivas no clasistas”. En Revista de Estudios Sociales Contemporáneos N° 18, Universidad Nacional de Cuyo, junio 2018.