El 28 de julio el juego político entre el oficialismo y la oposición empezó, así como suelen hacerlo las partidas de ajedrez, Castillo abriendo la partida con la jugada convencional “peón 4 rey”, dando un mensaje a la nación -si bien cargado de simbolismo histórico polarizador- que permitía proyectar la esperanza de un gobierno respetuoso del sistema democrático para llevar adelante una agenda de ‘cambio responsable’. En él se comprometió a impulsar su ansiada asamblea constituyente a través de una iniciativa de referéndum previamente sometida al veredicto del Congreso, como lo manda la vigente Constitución.
Más allá de la preocupación despertada por la harta carga de propuestas populistas de su discurso patrio, la oposición respondió con el usual movimiento “peón 4 rey”, dándole al flamante presidente izquierdista el beneficio de la duda, aguardando que éste anuncie la conformación de su gabinete de ministros.
Desde el momento en que Castillo fue proclamado como presidente, y superado el berrinche de Keiko Fujimori y su grito de fraude sin pruebas, varios protagonistas de la derecha política y empresarial que la habían respaldado en esa intentona, ya habían empezado a dar muestras de moderación y hasta de reconocimiento del impacto positivo a largo plazo que podría conllevar un gobierno de izquierda comprometido con los cauces de respeto al sistema democrático y a una economía social de mercado.
Castillo había repetido hasta la saciedad que no era comunista, ni chavista, y que pretendía hacer un “gobierno de consenso” o de “ancha base” que reflejara no sólo la composición de los votantes a favor de Castillo en segunda vuelta (mayormente de centro o de un anti fujimorismo muy distante del socialismo latinoamericano), sino también de la otra mitad de peruanos que se inclinaron por Keiko como opción de refugio ante su temor de que se instaure un régimen socialista o comunista.
Tras el mensaje de 28 de julio, la siguiente jugada esperada era el anuncio de un gabinete de calidad con presencia de profesionales solventes en cada cartera. Sin embargo, Castillo tardó una eternidad en mover sus fichas, dando muestras de incapacidad de decidir por sí mismo y de estar supeditado a los designios de Vladimir Cerrón, un caudillo marxista leninista de corte estalinista prontuariado por corrupción y que hace las veces de ´monje negro’ de Castillo, al estilo del rol que jugó el reo Vladimiro Montesinos en la dictadura de Alberto Fujimori.
Finalmente, la composición del “gabinete Cerrón” que juramentó ante Castillo dejó boquiabierto al país entero, incluso a muchos de los seguidores y simpatizantes de Perú Libre. Lamentablemente, no por la idoneidad profesional y moral de sus miembros para ejercer un cargo ministerial, sino por todo lo contrario. Salvo la destacable excepción de Juan Cadillo en la cartera de educación, los demás son personajes sin el más mínimo conocimiento de su sector y sus trayectorias personales lindan con la desfachatez callejera o pro – senderista.
Encima, el premier designado, el congresista Guido Bellido, personaje díscolo acusado de apología al terrorismo, muestra como mayor mérito ser un incondicional de Cerrón. Tan impresentable es que el propio Pedro Francke le exigió a Castillo que lo desembarque como condición para que él se suba a la nave lapicera. Finalmente, igual se puso el fajín anunciando que trabajaría de la mano de Castillo y Bellido, en una demostración de gran flexibilidad política, también característica en sus planteamientos económicos.
Con estas movidas, claramente el propósito de Castillo y Cerrón es ofrecerle al país un ‘lumpen gabinete de ministros´, sectario y lego en gestión pública. Un gabinete provocador, que agudice las contradicciones con la oposición y divida a limeños y provincianos, a ricos y pobres (ignorando la existencia de una amplia clase media) para forzar cuanto antes que el Congreso les niegue la confianza a dos gabinetes, y así poder disolver el Congreso y obtener el poder absoluto que les permita convocar a una asamblea constituyente.
Por ende, la vía constitucional anunciada por Castillo ante todo el país para tentar la aprobación de un referéndum para convocar a una asamblea constituyente sería una mera pose adoptada para la ocasión inaugural de su gobierno.
Él y Cerrón saben bien que los 50 votos que han logrado juntar con sus aliados son insuficientes para aprobar una reforma a la Constitución en una legislatura y un posterior referéndum, mientras que la oposición cuenta con 80 votos asegurados, con los cuales podría fácilmente conseguir la negación de confianza, pues sólo requiere de 66 de los 130 votos.
Si la oposición pisara ese palito se toparía con el inconveniente de que no cuenta con dos tercios del total de 130 votos (87 votos) necesarios tanto para declarar la vacancia de Castillo a la presidencia como para nombrar a los miembros del Tribunal Constitucional que en su momento tendrían que pronunciarse sobre la constitucionalidad de la vacancia.[1]
En estas circunstancias, ante la disyuntiva de darle la confianza o negarla al triste “gabinete Cerrón”, lo más sensato en pro de la gobernabilidad sería dársela y en paralelo ofrecerle a Castillo todo el apoyo del Congreso si él opta por corregir el rumbo funesto con el que ha arrancado su gobierno. Desde ahora sería bueno abrir una ventana de diálogo que lo persuada de la conveniencia de que cambie de premier y reemplace a los ministros que menos dan la talla.
De paso, con este gesto la oposición haría una suerte de mea culpa, por la guerra legal y mediática sin cuartel desplegada para invalidar un resultado electoral reconocido como ejemplar por la OEA y países significativos, a pesar de las típicas irregularidades que suelen presentarse en toda elección.
No haber reconocido a tiempo el triunfo de Castillo hizo que un gran contingente de peruanos se movilizara desde las provincias hacia Lima, realizando una vigilia sacrificada, la que no hubiese sido posible sin el soporte logístico de Cerrón.
En ese ínterin éste pudo demostrarle a Castillo que sin él corre el riesgo de morir políticamente, tal como Montesinos convenció a Fujimori de que sin él su vida corría peligro, encapsulándolo en el Círculo Militar antes del 28 de julio de 1990, para evitar que recibiera influencia de terceros. Fue así que tomó control absoluto del gobierno y del rumbo dictatorial que tomó, en el cual Fujimori se convirtió virtualmente en un rehén.
Durante la campaña de segunda vuelta, fue evidente la voluntad de Castillo de distanciarse de Cerrón y correrse hacia el centro, pensando en que podría hacerlo una vez que ganara la elección y fuera proclamado, intentando organizar su propia base de poder. Sin embargo, hoy por hoy es un hecho que están más unidos que nunca, aunque eso tampoco significa que no existan fisuras en sus respectivas visiones. Castillo es muy desconfiado, sobre todo porque desconoce quién es quién en esferas distantes de su experiencia sindicalista y política provinciana. Por el bien del país esa desconfianza debe revertirse, al menos para llegar a acuerdos básicos que contribuyan a la gobernabilidad y, de paso, al éxito de su gobierno.
Jugar al jaque mate con la oposición no es provechoso para Castillo, pues su oponente dispone de más fichas en el tablero. Inversamente, si la oposición es la que adopta ese objetivo de juego, la platea provinciana se pondrá chúcara y Cerrón se fortalecerá más y radicalizará a sus huestes. Cualquiera de ambos que dé jaque mate se lo estará dando al Perú entero, que acabará en una cruenta guerra civil fratricida o en un golpe militar. Estamos a tiempo de evitarlo.
[1] Con sus 80 votos, en cambio, la oposición sí podría censurar ministros como también insistir en leyes observadas por el ejecutivo, porque para ello sólo se necesita de 66 votos.