Parafraseando la siempre vigente realidad que describe Gonzáles Prada, usaré estas frases suyas como introducción al presente artículo:
“Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz.
El Perú gime bajo la dominación de unos cuantos seres privilegiados. (…) En nuestro régimen político, la legalidad y la justicia figuran como breves interregnos. (…) El robo presenta los caracteres de una pandemia nacional (…). (…) Aquí no vivimos como hermanos, (…) sino disputándonos un rayo de sol, como gitanos en feria: tratando de engañarnos sórdidamente, (…) odiándonos interiormente con el rencor implacable de oprimidos y opresores. El pueblo (…) permanece en la más estólida indiferencia. Gobierne quien gobernare, nada le importa; (…) todo lo sufre, todo lo acepta. El Perú, (…) puede sufrir los ultrajes de un bandolero, de un imbécil, de un loco y hasta de un orangután. (…) Nuestra columna vertebral tiende a inclinarse. (…) Y si hay hambre y miseria en unos mientras hay hartazgo y riqueza en otros, es porque el hambriento y el miserable, en lugar de rebelarse y combatir, se resignan cristianamente a sufrir su desventurada suerte. (…)
A Lima debe mirársela como el gran foco de las prostituciones políticas y de las mojigangas religiosas, como el inmenso pantano que inficiona el ambiente de la República. (…) lo que en Lima hacen ahora es comer (…) Ese banquetear de Lima (digamos de una fracción limeña) contrasta con la miseria general del país, da la falsa nota de regocijo en el doloroso concierto del Perú, es un escarnio sangriento a los millares de infelices que tienen por único alimento un puñado de cancha y unas hojas de coca.
Los que en el Perú marchan en línea recta se ven al cabo solos, escarnecidos, crucificados. (…) Nadie ataca un privilegio ni ridiculiza una superstición sin que mil voces le maldigan ni mil brazos le amenacen. (…)”
Con todo el respeto que me merecen los economistas, analistas políticos y opinólogos que se dedican a alabar el modelo macroeconómico y el crecimiento del PBI, les pregunto ¿en que ha mejorado la situación de las mayorías en ese período de crecimiento. Exponen cifras y comentarios que muy pocos entienden, salvo los profesionales que están en el tema. Pero ese lenguaje no llega ni es entendido por el trabajador informal, por el pensionista que recibe una miseria de pensión, por el ama de casa que nunca tiene lo suficiente ni por el pescador que sigue sumido en la misma situación año tras año en espera de dádivas. Los grandes números de la macroeconomía no generan automáticamente mayor bienestar ni mejor calidad de vida para la población. Se expresan en un lenguaje incomprensible para las mayorías que ni siquiera lee este tipo de noticias, o no pasa del titular. No le afecta, no le llega, no le resuelve nada.
El modelo es imperfecto, o insuficiente, en la medida que no contempla mecanismos de redistribución de la riqueza en beneficio de la gente, en salud, educación y calidad de vida. Se detiene en lo grande, en los menos y descuida a los más. El crecimiento económico se ha convertido en un discurso para mantener el estatus. Permite, también, justificar a los ojos de los necios el robo, la corrupción y las obras faraónicas sobredimensionadas realizadas con sobornos. Mañana todos los ladrones serán políticos.
Si algo debemos haber aprendido en doscientos años y que gracias a la pandemia hemos confrontado, es que el tan cacareado crecimiento del PBI, es inútil e insuficiente si no existen mecanismos de inclusión social y económica, salud y educación.
El político es una especie inextinguible y renovable, por lo tanto, es necesario que la sociedad diseñe un nuevo modelo que limite su poder y lo controle con el objeto de que se convierta en un elemento al servicio de la gente y no en su depredador. Al mismo tiempo la Nación tiene que reformar su estructura diseñando un nuevo modelo que sea inclusivo. El marginamiento de un importante sector de la población tiene que terminar.
El libre mercado y el crecimiento del PBI no hacen sino conducir a más de lo mismo: bonanza para quien más tiene y el mismo status de miseria y aparente bienestar para las grandes mayorías. Aparente porque como ha demostrado la pandemia, nada era real. El modelo era una ilusión que desapareció ante el primer gran impacto de un desastre.
El hecho es que el modelo político y económico es bueno para los menos pero no beneficia a los más. Nos condena a soportar políticos y funcionarios que nos mienten y nos roban con total impunidad o, en el mejor caso, sancionados por una justicia tan lenta que en la práctica deja de existir. No hay mecanismos que permitan a la ciudadanía despedir a sus políticos o funcionarios.
Con la desesperación de sus víctimas, han abonado su sed de triunfo, sus apetencias de poder y su ambición, un puñado de hombres. Siempre ha sido así, desde el origen mismo de la República y así será por siempre si es que la gente no reacciona. Esta degradación voluntaria al nivel de manada gregaria, al grito de “democracia” de los políticos, continuará destruyendo a las mayorías si es que no se impulsa un cambio en nuestra sociedad.
Ello implica tomar conciencia de los problemas económicos y de gobierno y perfeccionar un modelo que defiende e impone la supremacía de la economía por encima del ciudadano y sus derechos elementales.
El país, en este contexto y en relación a la pesquería, afirma que aumentó sus exportaciones pesqueras y que obtuvo éxitos destacables. Lo que no se especifica es quiénes son los que ganaron. Lo que tampoco se menciona es lo que se perdió y quiénes perdieron para que el Perú de las cifras oficiales ganara. No se informa de cuánto se ha generado en términos de recaudación de derechos de pesca e impuesto a la renta de tercera categoría. En que se ha invertido esa recaudación, dónde y a quienes ha beneficiado.
Detrás de las utilidades alcanzadas por las grandes empresas se oculta un problema proporcionalmente similar o mayor que los beneficios logrados según la información oficial. Bajo las publicitadas cifras que ofrecen la imagen de un sector próspero, se desarrolla el drama de una industria que va dejando tras de sí un país con hermosas bahías contaminadas y devastadas. De un país que una vez agotados sus recursos pesqueros no tendrá nada que ofrecer a los inversionistas nacionales ni extranjeros. Entonces, esos capitales se irán y dejarán al Perú convertido en un país que antiguamente tuvo una riqueza pesquera.
¿Cuántos hospitales, cuántas escuelas, cuantas carreteras, cuantos desembarcaderos, han surgido gracias a la contribución de la industria pesquera? Probablemente algo haya surgido si revisamos las inversiones provenientes del canon pesquero, pero no en proporción a los volúmenes de dinero ingresado por exportación de harina y aceite de pescado.
Hoy se ve menos pescado que antes en los mercados y cuesta tanto o más que el pollo, con contadas excepciones. El beneficio del país no va de la mano del beneficio de las empresas en el actual modelo.
La superficialidad con la cual se analizan los temas pesqueros es grave. La desinformación es evidente. Si los medios de comunicación y los analistas exhibiesen en un cuadro comparativo los valores de exportación FOB del sector, junto con los pagos que han hecho por renta de tercera categoría y derechos de pesca, y los ingresos extraordinarios que reciben por Drawback y restitución de IGV por exportaciones, veremos un panorama distinto al que vemos cuando se elogia exclusivamente a las exportaciones. La labor de los medios debe ser educativa y analítica antes que destructiva y sensacionalista en determinadas circunstancias de coyuntura.
Gracias a unos medios limitados en su información y análisis, seguimos creyendo que somos buenos porque exportamos mucho. No asumimos conciencia, aún, de que como dueños de esos recursos pesqueros no se nos está pagando un precio justo por su explotación, ni del impacto que estamos causando en nuestro ecosistema marino a cambio de nada, o de muy poco.
Las mayorías no prosperan, como ha demostrado la pandemia: servicios de salud y educativos inoperantes, servicios sociales y de previsión inútiles e ineficaz reacción ante una crisis. No hay mucho que nos diferencie de la sociedad feudal de la Edad Media, salvo la tecnología, el manejo de los medios de comunicación, las redes sociales y las mejores posibilidades técnicas de mentir y ocultar la verdad.
No tenemos medición del impacto causado al ecosistema derivado de la actividad de extracción. No tenemos medición del impacto causado al medio ambiente derivado de la operación de la flota y del vertimiento de residuos tóxicos al mar. No sabemos cuánto se requiere de dinero para limpiar y reparar los daños producidos al medio ambiente y al ecosistema en todo el litoral. No se dispone de recursos suficientes para investigación y desarrollo y para controlar la pesca ilegal.
Limitarse a señalar los grandes resultados de la extracción y la venta de productos hidrobiológicos, bien sea al mercado interno o de exportación, es un dato incompleto para evaluar el verdadero impacto de los mismos.
La industria pesquera atribuye a los recursos marinos, no solo el carácter de renovable, sino además, la cualidad de inagotable. Han elegido aceptar el mito, en obstinada ignorancia de los hechos. La riqueza infinita del mar peruano no es más que un mito. Este error de percepción promueve un irrefrenable incremento del esfuerzo pesquero y confunde además a la opinión pública haciendo más ardua la labor de regulación.
Los beneficios económicos del sector pesquero marítimo alcanzan a una fracción mínima de la población costera involucrada. El mar peruano fue muy rico y abundante para la pesca, hoy ya no lo es. Podrá volver a ser abundante si administramos mejor la pesquería.
Incentivar el crecimiento de la pesquería es fácil, pero aplicar el mecanismo inverso, aunque sea necesario, es mucho más complejo. En parte el problema ahora es político, pero también técnico, jurídico y económico.
El sector empresarial no tiene que responder por el interés del país. No es su rol. Él actúa de acuerdo a sus intereses comerciales, no de acuerdo a los intereses del país. Lo cual es legítimo, además.
Al industrial, fundamentalmente asociado a un grupo económico-financiero, lo que le interesa es una conversión acelerada de los recursos naturales en capital financiero. La idea es trasformar en el más corto plazo posible, la mayor cantidad de biomasa pesquera en capital fresco. La lógica de estos grupos es la acumulación y no la producción a largo plazo. Si mañana ya no resulta rentable la explotación pesquera, entonces emigrarán a otro sector.
Cumplir con criterios de sostenibilidad implicaría renunciar a la conversión de naturaleza en dinero, es decir, sería como dejar dinero en los fondos marinos para que en otras generaciones, otras personas lo vengan a recoger. Esto no es coherente desde la perspectiva del grupo económico-financiero que opera con la lógica de la acumulación. Desde esta perspectiva, convertir todo en dinero y acumularlo a nombre del grupo financiero, es lo más consistente y coherente. La lógica de la sustentabilidad va en sentido contrario.
En conclusión: la lógica del industrial es correcta y lícita. Sin embargo no es la lógica conveniente al país.
Por tanto, el Estado interviene como regulador y representante de los legítimos propietarios de los recursos naturales materia de la controversia. Se legisla en beneficio del bien común, de las mayorías nacionales, pues esa es su función primordial.