Existe un vacío de conocimiento que es aprovechado para manipular información en uno u otro sentido. El ciudadano común está expuesto a una u otra corriente de opinión sin mayor posibilidad de defensa o de réplica. Los medios de comunicación, mantienen un esquema informativo incomprensible para el poblador común y corriente, exponiendo de forma general la supuesta bonanza macroeconómica.
Con el objeto de crear entendimientos correctos sobre el papel que juega la industria pesquera en la vida económica de la Nación, el Estado debería prestar mayor atención a: la educación de la población sobre las posibilidades y realidades del Perú como país pesquero; a la difusión de los impactos de la industria pesquera sobre el medio ambiente; a su verdadera contribución con los intereses nacionales y a su impacto sobre la alimentación nacional. De esta manera los medios de comunicación encontrarán a un público que no sea fácilmente manipulado, el cual siempre se encuentra frente a comentarios sobre el sector sesgados, inexactos y tendenciosos, siempre favorables al crecimiento de la industria.
¿Qué puede pensar el poblador marginado que no tiene mucho para comer y vive en condiciones deplorables, sin salud ni educación ni carreteras, pero escucha que somos un gran país pesquero? ¿Qué le importan esas cifras si, además de no representar un beneficio directo para él, tampoco representa alimento para sus familias? Así, el poblador observa que está pagando el crecimiento de las exportaciones pesqueras y del PBI con una calidad de vida que no mejora. La pandemia nos encontró sin hospitales, ni infraestructura eficiente para atender a la gente y el derrame de petróleo mostró un aparato estatal ineficaz, sin previsión, sin preparación y sin capacidad de reacción inmediata, como muestra el informe de la ONU, por mencionar algunas cosas.
Cuando se mencionan estos temas en las pocas esferas que le prestan un poco de atención a la pesca, resulta que no son relevantes. Salvo, cuando se trata de noticias referidas a la gran industria o al crecimiento de las exportaciones.
Pensar que se debe convencer a las autoridades responsables de algo que debería ser de su propio interés natural en su calidad de funcionarios públicos responsables del sector, a fin de actuar en consecuencia, es una posición absurda e inadmisible. Más aún porque el actual gobierno, antes de serlo, organizó un equipo de profesionales que efectuó un diagnóstico y propuso una agenda.
Los equipos que colaboraron con el plan de gobierno para la pesca fueron ignorados, relegados y olvidados. Se entregó el control del sector a personas extrañas al sector pesca, los cuales sin desmerecer sus cualidades personales y profesionales, no están a la altura del conocimiento necesario.
Durante décadas, el poder sobre la pesca ha sido concentrado en pocas manos, quedando la gran mayoría de operadores de la cadena productiva, en especial los pescadores artesanales, fuera de la discusión y de la opinión. Por eso cada vez que hay cambio de autoridades hacen fila para exponer sus problemas ante funcionarios que no entienden nada de lo que dicen y que duran tan poco que nunca resuelven nada. Entran los nuevos y el ciclo se repite como una cinta sin fin.
Todas las nuevas autoridades visitan los desembarcaderos pesqueros artesanales, los miran, escuchan y dialogan con los pescadores. Pero no van a resolver el problema, que puede ser bien administrativo o de ingeniería, porque este es exclusivamente competencia del FONDEPES. Ningún Ministro va a resolverlo, porque además de que los problemas no son de solución inmediata, ninguno dura lo suficiente para ver la solución. Finalmente los Ministros no vuelven. Así se pasa la vida y la ciudadanía, embobada, observa todo este drama en las noticias como si fuese una novela mediocre, siempre esperanzada de que la visita de la autoridad se traducirá en la solución a sus problemas, cosa que ya debería haber aprendido no ocurre generalmente.
Hace años se viene otorgando el poder sobre la pesca a extraños y desconocidos ignorantes (en el buen sentido de la palabra) de lo que es la pesquería, que provienen de la manipulación y de la intriga desarrollados en su deambular por el sector público, creando alianzas y amigos, cortesanos, lacayos y gente de su confianza que solo busca su interés personal. El sector es lo menos importante, lo que cuenta es la colocación de las personas afines para proteger una estructura de poder que dure lo más posible. El país es lo de menos. La repartija de cargos es un acto vil que beneficia al poder de turno al crear una estructura sumisa y servil. Los funcionarios experimentados, con cada cambio de autoridades, sufren la agonía de no saber si serán ratificados o reemplazados. No se puede hacer una gestión eficiente con esa espada de Damocles sobre las cabezas de cientos de profesionales. Todos lo ven, todos lo saben; pero todos callan y permanecen inmóviles. Son temas que no convencen a los grandes analistas.
Funcionarios antiguos y experimentados van siendo reemplazados poco a poco por nuevos, sin el mismo nivel de experiencia; no existe una transferencia ordenada y programada del conocimiento; los ceses por jubilación, despido, o decisión política, van dejando un hoyo que poco a poco va creciendo. Un caso patético es el del ex CEP Paita que en los últimos diez años ha perdido valiosos profesionales de su planta orgánica sin que sus plazas hayan sido cubiertas y se haya producido un relevo ordenado. Cuando todos se jubilen, cosa que será pronto y casi al mismo tiempo porque empezaron juntos, ¿Qué quedará de lo que fue la gloria de la capacitación pesquera artesanal en el Perú? Las autoridades políticas, siempre indolentes e indiferentes al tema, jamás han mostrado interés en lo que esto significa ni entendieron lo valioso que era el CEP Paita en la vida de la pesca artesanal nacional.
El gobierno instalado, en el caso pesquero, no está ejecutando la agenda ofrecida por el Presidente en su discurso de investidura, ni la elaborada en los lineamientos del Plan de Gobierno por equipos de profesionales que realizaron una minuciosa revisión de las prioridades que tendrían que ejecutarse; el Imarpe sigue en situación de dudosa legitimidad; no se conoce públicamente la posición frente a la problemática del atún; no se conoce la posición frente a la OROP del Pacífico Sur; no se conoce la razón de no realizar cambios en algunas OPDS como el ITP; no se conoce de planes estratégicos de corto ni de mediano plazo, salvo los PESEM heredados del gobierno anterior, la formalización sigue en el limbo y la lista sigue.
El tema entonces no es de agenda, sino de personas. Nos dan como premio consuelo la afirmación periódica de que todo está bien, la economía crece, por tanto el Perú crece y todo está perfecto. Sin embargo esto cada vez convence a menos.
Estamos en nada. Quienes tuvieron y/o aún tienen la oportunidad de hacer algo, siguen expectando, en la comodidad de sus cargos o funciones, como todo poco a poco se dirige al vacío, a la oscuridad de un pozo sin fondo.
Lo que empezó como una oclocracia, que es el gobierno de los insipientes (La definición de insipiente en el diccionario castellano es: falto de sabiduría o ciencia. Otro significado es también falto de juicio), está escalando hacia la Kakistocracia.
En la realidad de hoy, la pesquería peruana es prácticamente invisible y no le importa casi a nadie, para conveniencia de unos cuantos que disfrutan del actual estatus.
La Kakistocracia
Fuente: http://pictoline.com
“Se dice que el término “Kakistocracia” fue acuñado por Michelangelo Bovero (profesor de la cátedra de filosofía política de la Universidad de Turín), siendo su significado el gobierno de los peores.
En el “Dictionary of Sociology”, en su primera edición en inglés año 1944, registrada por Philosophical Library Inc., se incorpora la definición del término “Kakistocracia” por Frederick M. Lumley, que dice: “Gobierno de los peores; estado de degeneración de las relaciones humanas en que la organización gubernativa está controlada y dirigida por gobernantes que ofrecen toda la gama, desde ignorantes y matones electoreros hasta bandas y camarillas sagaces, pero sin escrúpulos”.
También el filósofo argentino Jorge L. García Venturini (1974) definió a la “Kakistocracia” como el gobierno de los peores. Kakistos –nos dice- en griego es el superlativo de kakos. Kakos significa “malo”, y también, “sórdido”, “sucio”, “vil”, “incapaz”, “innoble”, “perverso”, “nocivo”, “funesto”, y otras cosas semejantes. Luego, si kakos es lo malo, kakistos, superlativo, es lo más malo; es decir, lo peor. Plural de kakistos es kakistoi; es decir, los peores. De ahí que se le ocurrió que Kakistocracia es el gobierno de los peores.
La Kakistocracia sería una especie de lumpenización del sector público, pero un estadio antes de la Kakistocracia estaría la mediocracia, o gobierno de los mediocres, que en términos de José Ingenieros, debemos entender al mediocre, como el del medio, que es la persona estigmatizada por la rutina, la hipocresía, la envidia y el servilismo. Los funámbulos, volatineros, advenedizos, piaras incondicionales y sumisas, los “cobardes felices”, etc.
La Kkakistocracia, según García Venturini, tiende hacia abajo por mera gravitación, mientras que la aristocracia, tiende hacia arriba por un afán de perfección. En la aristocracia se exige más en vez de exigir menos, ser persona humana y no rebaño.
¿Por qué la democracia debe oponerse a la aristocracia? –se preguntaba el filósofo argentino– si la aristocracia significa también y fundamentalmente el “gobierno de los mejores” (aristos es, en griego, el mejor). Por eso, la aristocracia no debe confundirse con la oligarquía (gobierno de unos pocos), el gobierno de los mejores es algo que debe desearse, ya que no se desea su forma contraria, que es el gobierno de los peores.
En un Estado donde la democracia es instrumentalizada por populistas con afanes autoritarios, que seducen a personas acríticas que suelen constituir la mayoría, suelen entrar junto al caudillo los menos aptos para el ejercicio de la función pública, los inferiores en conocimientos, que serán incondicionales y fieles al gobierno. Es que para ser funcionario público no se necesitan conocimientos técnicos, ni especializados, tan sólo fidelidad y subordinación.
García Venturini se preguntaba: “Por ser democráticos, ¿habríamos de no aspirar al gobierno de los mejores? En nombre de la democracia, ¿habríamos de aplaudir al gobierno de los peores?” y nos recordaba que incluso en la epopeya homérica el concepto de “areté” (de la misma raíz que áristos) es el atributo propio e indeclinable de la nobleza. Areté es el valor, el talento, el honor, la virtud, la capacidad, el señorío.
Pero el populismo es autocrático, desestima del ideal aristocrático y entroniza a los inferiores, que son un conjunto de individuos que por sus turbios antecedentes, por su frágil moral, por su ausente capacidad y otros rasgos afines terminan conformando “el gobierno de los peores”. Se tiende a mediocrizar todos los niveles, de igualar por lo más bajo, de apartar a los mejores, de aplaudir a los peores, de seguir la línea del menor esfuerzo, de sustituir la calidad por la cantidad.
El filósofo griego Platón creía que en la democracia se degeneraba lo bello del manejo del gobierno. Decía: “Ni los ineducados y apartados de la verdad son jamás aptos para gobernar” en “La República”, libro VII. Por eso planteó su “Filósofo Rey”, gobierna el sabio.
¿Pero nos debe interesar quién gobierna? o ¿Cómo se gobierna? Popper nos decía que la primera pregunta podía ser sustituida por la segunda. Un sabio podía realmente negarse a gobernar. Lo que importa es pensar cómo gobierna el que gobierna. Para eso, el filósofo austriaco nos planteaba que nuestras normas e instituciones tienen que presuponer que gobernará el peor de los gobernantes, así tendremos salvaguardas para el caso de estar gobernados por los peores.
El racionalismo crítico propone la crítica y la autocrítica, la argumentación racional en vez de la violencia en la política. Para eso, será necesario educar a los ciudadanos en la crítica argumentativa. Ésta sólo se alcanza mediante la libertad, la tolerancia y el respeto por el imperio del Derecho.
Muy bien decía Platón que: “la calidad de la polis no depende de las encinas ni de las rocas, sino de la condición de cada uno de los ciudadanos que la integran”. Si un pueblo se acerca a la anomia, desciende a los más bajos estratos del salvajismo, peor si es fomentado y conducido por los gobernantes.
Pero siempre que creemos que estamos más abajo, no podemos tocar fondo, ¿hasta dónde será lo peor?, no podemos llegar al abismo porque éste puede ser infinito. ¿Cuán peor puede ser un humano?
Parece cierto que mientras menos ilustrada sea una sociedad ésta tenderá a elegir a los peores. El oscurantismo va de la mano de los peores y de su gobierno. Lo mejor que puede hacer el ciudadano es aprender a votar crítica y responsablemente”.
Fuente: Revista Pesca junio 2018