Tras muchas escaramuzas verbales y acusaciones mutuas, de ser cada cual un mentiroso, y con amenazas de vacancia presidencial de un lado, y cierre del congreso del otro, queda claro que no será necesario que la sangre llegue al río. Más allá de los cantos de sirena, no hay ni ojivas ni submarinos nucleares que puedan desatar una guerra fratricida entre peruanos.
Finalmente, Keiko ha tenido que transar públicamente y a regañadientes en que el referéndum va en diciembre, rumbo que implicaría desechar la vacancia presidencial como bandera de lucha contra un presidente Vizcarra cada vez más fortalecido ante cada diatriba lanzada desde las graderías opositoras de un congreso sin predicamento ni credibilidad ante la población.
Por el lado del oficialismo, finalmente se ha anunciado que, de no prosperar el referéndum por la vía institucional del congreso, se buscaría que prospere por la vía de una iniciativa popular, lo que en buen romance también debe entenderse como un abandono de la pretensión maximalista de tentar el cierre del congreso por la vía de la solicitud de un voto de confianza.
Porque, valgan verdades, a pesar de ser éste un congreso con una carencia rotunda de legitimidad moral, su eventual cierre generaría tal inestabilidad social y económica, que haría caer al Perú en una severa recesión, colocándolo además en un sitial fantasmagórico a nivel internacional, entre aquellos países al borde de la inanición.
Del mismo modo, la pretensión del Keikismo de vacar a Vizcarra (después de haber vacado a PPK), no pasaba de ser un alarde de tener una bala de pólvora mojada delirante. De insistir en el disparate de dispararla, los acólitos de Keiko convertirían a Vizcarra en el virtual presidente del Perú en 2021, dejando a Keiko herida de muerte en sus aspiraciones presidenciales.
Por lo demás, qué poder tangible tiene Fuerza Popular, más allá del jocoso pasatiempo de su presidenta de la Comisión Lava Jato, Rosa Bartra, dedicada a amedrentar a medios de comunicación y empresas consultoras que critican la corrupción venga de donde venga.
Fuerza Popular no tiene la fuerza que sí tenía el Fujimorismo tras el autogolpe del 5 de abril de 1992, al detentar el control absoluto de la fiscalía de la nación, la corte suprema y la mayor parte de los medios de comunicación; además del ejecutivo y el legislativo.
Incluso ese aparente fujimorismo poderoso, se deshizo como un castillo de naipes ante la publicación de los videos de Kouri y Montesinos. Y ahora, si bien no hay videos, hay audios al por mayor, y los vínculos de corrupción entre empresarios, jueces, fiscales y políticos están al descubierto. Y quedan muchos otros audios que seguirán enardeciendo a una población ya en su nivel límite de hartazgo.
Mientras tanto seguiremos en una batalla verbal, promovida por el Keikismo para tratar de minimizar las pérdidas de aliados en el poder judicial y a tratar de demorar un poco el referéndum, o a distorsionarlo, en cuanto la sociedad civil y la opinión pública bajen la guardia.
En este contexto, salvarle el cuello al cuasi ex fiscal de la nación, Pedro Chávarry, es una máxima para mantener incólume el sistema de injusticia e impunidad.