22 de octubre, Congreso de la República. Julio Velarde, Presidente del BCRP, se siente acorralado por los dedos acusadores de los miembros de la Comisión de Economía quienes, en una suerte de cacería de brujas, lo enjuician a él y a los funcionarios del ente emisor por paulatinamente modificar a la baja sus proyecciones del PBI 2014 (en enero el pronóstico era 6% y en octubre 3, 1%). Velarde, incómodo por la situación, no le queda más que decir la verdad: «nosotros no hacemos predicciones, nosotros hacemos proyecciones con un escenario básico… no hay forma de conocer el futuro». Lo acontecido ayer en los salones del Parlamento revela la poca habilidad comunicacional que los economistas tienen para expresar que el arte de la proyección está cada vez más lejos de ser una ciencia exacta. Para José Carlos Diez, economista español y autor del éxito en ventas «Hay Vida Después de la Crisis», cuando los economistas intentan predecir el futuro lo único que saben con certeza es que se van a equivocar, por lo tanto lo único que se puede hacer es minimizar el error de previsión y descubrir si las tendencias son sostenibles o no. La reflexión de Diez tiene mucha validez, pero es imposible que las familias, las empresas y los gobiernos, que requieren tomar decisiones en base a escenarios futuros, entiendan que las estimaciones de los economistas no son estáticas y tienen margen de error.
En mayo pasado el reconocido economista inglés Tim Harford («El Economista Encubierto» y «La Lógica Oculta de la Vida») publicó un artículo en el Financial Times en el que pone en evidencia la inutilidad de las proyecciones económicas tras la crisis mundial del 2008, con tesis en dos argumentos: (1) la economía es complicada, no la entendemos lo suficientemente bien como para realizar previsiones adecuadas y probablemente ni siquiera entendamos bien la historia económica; y (2) los analistas tienen un exceso de conservadurismo, no conviene salirse mucho de la media y teniendo en cuenta que la mayoría de los países no están en recesión la mayor parte del tiempo, una estrategia segura de proyección es nunca adelantar que habrá una recesión. Con esos juicios en mente, Harford va más allá y recomienda reformular la labor de los economistas fijándose en el quehacer de los dentistas, tal y como recomendó en su momento John Maynard Keynes («los economistas deberían considerarse a sí mismos como gente humilde y competente, al nivel de los dentistas»), uno no va al odontólogo esperando que éste nos diga cuando se va a caer un diente, sino que uno acude al especialista para que nos ofrezca consejos adecuados e intervenga para arreglar los problemas cuando ocurran. En tal sentido, la sociedad, en vez de hacer escarnio de los economistas por fallar en sus pronósticos, debería empujarlos a que cumplan más con su rol de aconsejar cómo mejorar la economía en el presente y menos en actuar de pitonisos del futuro o científicos forenses que analizan el pasado.