En una actitud de resignación respecto al costo recesivo que se tendrá que pagar, el miércoles pasado la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) elevó sus tasas de interés en 75 puntos básicos por tercera vez consecutiva, por encima de lo que esperaba el mercado, aguardándose 1,25 puntos porcentuales más al alza hacia el cierre de año, llevándola a 4,4%, con perspectiva de llegar a 4,6% o más en 2023, con tal de lograr que la inflación vuelva a bajar al 2%. En este contexto, el dólar acentuó su fortaleza frente a las demás divisas, en particular frente a las de las economías latinoamericanas.
Si bien el frenazo fiscal y monetario ha sido el factor gatillador del enfriamiento productivo o de una eventual recesión en las principales economías del mundo, la pérdida de poder adquisitivo de las familias debido a la galopante inflación viene agudizando esta perspectiva, al debilitar severamente la demanda agregada.
Todo indica que la propia FED cree cada vez menos en la posibilidad de un aterrizaje suave (sin recesión) y está más dispuesta que nunca a asumir el costo de un aterrizaje forzoso. La discusión ya no es si habrá recesión o no, sino si ésta será moderada o profunda, corta o larga.
Durante el primer semestre de 2022 la economía de Estados Unidos se ha desacelerado bordeando el estancamiento. Aun cuando su tasa de desempleo todavía se sitúa en 3,7% a septiembre, ya se avizora que suba a 4,5% o cruce la barrera del 5% hacia 2023. El ímpetu más restrictivo de la política monetaria respecto a lo esperado se viene reflejando en caídas fuertes en los mercados de futuros, acciones y materias primas.[1]
La Eurozona aguarda una caída del PIB de 0,1% en el tercer trimestre, con Alemania ya ingresando a una recesión, debido a su ultra dependencia del gas ruso, si bien amortiguada con nuevas fuentes sustitutas de provisión, insuficiente para evitar que su PBI aterrice a alrededor de 1,5% en 2022 para caer entre 3 y 4% en 2023, según el Deutsche Bank. Mientras que la economía del Reino Unido ya habría entrado de lleno a una recesión, en tanto que el propio Banco de Inglaterra ha reconocido que la economía se contrajo en el segundo trimestre y que seguirá en retroceso durante el tercero.
Por su parte, China apunta a crecer sólo 3,3% en 2022, la menor tasa anual de las últimas cuatro décadas, con un 2023 cada vez más proclive al enfriamiento o la recesión, debido principalmente a una severa crisis inmobiliaria: 40% de las viviendas vendidas no han sido entregadas a sus compradores, por falta de capital de los desarrolladores, lo que ha generado una depresión de los precios, las ventas (-23% a agosto), inversiones inmobiliarias (-12% a julio) y el inicio de nuevos proyectos (-45% a julio). El impacto macroeconómico de esta debacle es enorme, dado que el sector inmobiliario representa alrededor del 25% del PBI
Los desarrolladores de China, que en 2021 pre vendían el 90% de las viviendas que ofrecían, hoy se encuentran descapitalizados y con limitado acceso a financiamiento, dado su elevado riesgo. Evergrande, el desarrollador más endeudado del mundo, incumplió en diciembre y ha reincidido en julio tras una reestructuración de sus deudas con sus acreedores. “Al menos otras 28 empresas inmobiliarias han dejado de pagar a los inversores o se han reestructurado. El comercio de acciones de 30 desarrolladores que cotizan en Hong Kong, que constituyen el 10% del mercado por ventas, se ha congelado, según Gavekal, una firma de investigación.”[2]
Además, esta crisis ha desencadenado un derrumbe histórico de la confianza de los consumidores, que podría afectar el consumo privado. A ello se añade el retroceso de las exportaciones y los recurrentes confinamientos por el Covid que ocasionan severos bloqueos logísticos.
Para economías emergentes como la peruana, ello implica tener que asumir una corrección a la baja de la demanda y los precios de las materias primas. De llegarse a sincronizar las tendencias recesivas en Estados Unidos, Europa y China (70% de la economía mundial), el mundo entero entraría en recesión durante 2023, lo que daría más vueltas en reversa a la tuerca de los mercados de capitales y de materias primas.
[1] El petróleo Brent perforó el viernes pasado la barrera de los 87 dólares el barril, tocando los US$ 86,33 el barril y acumulando cuatro semanas de cierres a la baja.
[2] La Nación: “Crisis inmobiliaria. El país potencia donde 4 de cada 10 viviendas vendidas todavía no se entregaron.”