La victoria de Perú Libre en las elecciones presidenciales del 2021 marca un hecho histórico en la República. Es la visibilización de una población marginada y relegada por un modelo político y económico que dominó el país desde la época de la conquista, cuando bárbaros extranjeros saquearon los recursos naturales de la región, aniquilaron una civilización destruyendo su cultura y su identidad, esclavizaron a sus pueblos originarios e impusieron una religión.
Quienes rechazan al ganador, olvidan que su triunfo solo fue posible gracias al desinterés y abandono de las mayorías, como efecto de un modelo que creo privilegios para unos y nada para otros. Los beneficiados por el modelo sienten temor de perder sus privilegios y en lugar de unir esfuerzos para hacer un país mejor, optan por el ataque a quienes con legítimo derecho reclaman una atención que nunca se les brindó.
En nombre de la democracia algunos elevan voces de protesta, olvidando su silencio cómplice y su sujeción durante la dictadura de los años 90. La ciudadanía peruana deberá empezar a distinguir entre defensores de la democracia y defensores de intereses propios y/o de parte.
Quien tenga deseos de entender lo que ha ocurrido y lo que ha pasado en la historia del Perú, en esta edición puede leer unos pequeños extractos de autores que nos narran cosas, probablemente poco conocidas de nuestra historia. Nos muestran como los pueblos originarios, que hoy se visibilizan, fueron diezmados y explotados desde el inicio de la conquista europea por gente ajena a la región, por extranjeros.
No debe sorprendernos el resultado de estas elecciones. El estatus no iba a durar para siempre. Lima no es el Perú, sino tan solo una parte de él. Esta elección ha puesto en evidencia la existencia de una mitad del país descontenta. La realidad es que somos un país dividido y polarizado.
Finalmente ganó la esperanza, que estaba perdida en manos del modelo. Lo que venga de aquí en adelante depende de la vocación de país que tengamos; pero más de la mitad de peruanos esperarán el futuro con una ilusión que antes no tenían. La posibilidad de luz al final del túnel prevaleció sobre la oscuridad total e insalvable.
El Perú no volverá a ser el mismo después de la pandemia y de estas elecciones. Será mejor y continuará creciendo, pese a los agoreros que pronostican una debacle. Es de esperar que el tradicional dominio de la derecha radical del escenario político peruano, sea reemplazado por un gobierno que rescate los derechos de los pueblos originarios y de las mayorías de ciudadanos que nada recibieron del modelo. El momento histórico exige al país unidad para construir un futuro sostenible y justo para todos.
La pesca artesanal espera una ventana de oportunidades que podrían colocarla en una mejor posición para mejorar la atención en beneficio, no solo de los pescadores, sino del consumo humano directo de la población nacional, en especial la más vulnerable. La reestructuración de algunos organismos públicos como el IMARPE, el FONDEPES y la restitución del Instituto Tecnológico Pesquero, podrían contribuir en gran medida a mejorar la situación del sector artesanal.
La pesca espera una actitud de compromiso con el país, basada en honestidad y vocación de servicio por asegurar pesquerías sostenibles y la priorización de la alimentación nacional como los grandes objetivos que requieren de instrumentos de gestión apropiados.
La temporada terminó. Es hora de fondear y prepararse para una nueva temporada de pesca con el mejor ánimo de construir un país mejor, más justo, más inclusivo y más honesto.
Que el aniversario número 200 de la declaración de independencia, sea motivo de reflexión para mirar unidos hacia el futuro. Tenemos que entender lo que ha pasado, lo que está ocurriendo y conocer la realidad del país.
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