Una mirada en reversa a la trágica trama de corrupción judicial que venimos presenciando, nos puede llevar a la conclusión de que el Perú está ante una oportunidad histórica inédita, que de ser bien aprovechada podría significar dar un gran salto cualitativo en su nivel de desarrollo.
Y es que nunca en la historia del Perú, se ha dado una posibilidad tan tangible de lograr reformar ese poder del Estado tan chúcaramente putrefacto; tan pata coja entre todas las lacras institucionales que afectan nuestra convivencia como nación.
Una reforma judicial profunda significaría el principio del fin del andamiaje de corrupción y del pacto de impunidad que sostiene el actual sistema político. Sería un acto tan trascendente como la declaración de la independencia del Perú el 28 de julio de 1821.
Sería una reforma que podría contagiar su fiebre al poder ejecutivo y al legislativo, donde también se cuecen las habas. Un poder judicial independiente e incorruptible pondría cuesta arriba la demagogia y la doble moral en la política.
Desaparecería el incentivo a atraer a los peores peruanos a la política, a que los más corruptos e incompetentes sean los que aspiren a ser congresistas y ministros. Los partidos, por fin, se tendrían que preocupar de rodearse de los más honestos y competentes. Y éstos empezarían a perderle asco a participar en política.
Ciertamente esto que digo puede sonar idílico. Desde luego, no será fácil hacer una profunda profilaxis y reingeniería judicial. Habrá un duro forcejeo con las fuerzas del mal, que se defenderán a capa y espada.
Cuando hablo de fuerzas del mal no me refiero específicamente a un solo partido político, sino a las fuerzas mafiosas subterráneas que trascienden a todos los partidos políticos. En algunos de ellos detentan la hegemonía, mientras en otros andan vestidos de oveja buscando su oportunidad de oro.
Las fuerzas del mal se mimetizan en la derecha y en la izquierda. Tiñen su verbo pero su corazón es intransigentemente cínico. Desde la derecha el ataque contra todo aquel que se muestre a favor de una profilaxis judicial profunda serán tildados de caviares. Los acusarán de querer suplantar a los jueces y fiscales corruptos y de favorecerse en las próximas elecciones. Desde la izquierda se mostrarán a favor del cambio, pero poniéndole cabe en el camino, de muchas formas.
Las fuerzas políticas del mal son pues dominantes, pero no las tienen todas consigo. Porque hoy en día sus propios partidos políticos no representan a nadie. Hasta el partido político más pintado, no tiene una base sólida de poder. Por eso van al ataque y con las mismas retroceden, se camuflan y deliran con discursos cada vez más distantes de la realidad.
El forcejeo será entre las fuerzas del mal y una sociedad civil fortalecida gracias al auge de las redes sociales y la diversificación de las fuentes de información y la emergencia de líderes de opinión independientes de los medios de comunicación dominantes.
Esta sociedad civil fortalecida, convertida en una suerte de maquinaria del bien, se expresó con una protesta masiva el jueves pasado contra la corrupción judicial. A pesar de los aprontes belicosos que, desde la fiscalía y el congreso, quisieron amedrentar al IDL, como portador de los audios que han sacudido la opinión pública, esa primera ronda de forcejeo callejero dio lugar a las renuncias del presidente de la corte suprema y los miembros del consejo nacional de la magistratura.
En la medida que esa sociedad civil mantenga una actitud de protesta democrática y pacífica, controlando la inevitable infiltración extremista, seguirá fortaleciéndose y depurando su protesta hacia objetivos concretos, como la renuncia cantada de Pedro Chávarry, sucesor de Pablo Sánchez como Fiscal de la Nación, presuntamente involucrado en prácticas de falsedad genérica, según lo evidencia un audio.
Desde una perspectiva internacional, un Perú con una sociedad civil fuerte, dispuesta a luchar contra la corrupción venga de donde venga, es un país que avanza. Más aún si ella logra torcerles el brazo a las mafias y consigue que el propio presidente de la república, Martín Vizcarra, se sume a la ola reformista.
Pese a nuestra carencia de un sistema político sólido, estamos ante una gran oportunidad de inicio de una gran reconversión institucional del Perú. También se trata de una gran oportunidad para un mandatario que hasta aquí no había lucido un liderazgo nítido. Esta es su oportunidad de oro para asentarse como un líder tras un objetivo nítido, respaldado por una gran mayoría de la población organizada espontáneamente, gracias a las redes sociales.
Una ‘Primavera Árabe’ asoma en el antiguo eje del Tahuantinsuyo, en una gesta centrada en una profunda reforma judicial que aumentará la confianza en el Perú y en los peruanos.
El momento económico es propicio. En el segundo trimestre la inversión privada ha crecido 9,2% y el PBI 5,5%, no importa si con ayuda aleatoria de la pesca y la masiva venta de camisetas del mundial. Lo cierto es que estamos en un buen momento económico y político.
Todo depende de que esta oportunidad de oro sepa ser aprovechada por Vizcarra y la sociedad civil, convertida hoy en su mejor aliado para iniciar un proceso de reformas que el Perú reclama desde hace mucho, al que un sistema político caduco le ha hecho dura resistencia.
Si estas aspiraciones de gran cambio no se atienden en democracia por demócratas, se convertirán en las banderas que se apropiarán los grupos extremistas, como pretexto para imponer su prédica destructiva.