En el análisis económico se suele utilizar todo tipo de indicadores para anticiparse a los hechos o describir coyunturas. Uno de los más inusuales pero efectivos radica en contar el número de veces que la palabra “recesión” aparece en la prensa, de forma que si ésta aumenta, la probabilidad de crisis es mayor. Utilizando la misma metodología pero con objetivos diferentes, MAXIMIXE realizó un breve experimento para identificar el volumen de noticias publicadas sobre “actos de corrupción”. El lapso estudiado fue de 3 meses y se indago en los 5 diarios de mayor circulación del país. El resultado fue abrumador: no hubo día de los 92 analizados en los que la prensa dejara de denunciar al menos un caso de corrupción e incluso se presentaron días en los que se publicaron hasta 5 casos diferentes. Aunque parezca una tragicomedia griega, la diaria sobreexposición a noticias de corrupción ha propiciado que el ciudadano peruano pase de la natural indignación al insólito conformismo; cada vez son más los que se han acostumbrado a convivir con la corrupción y lo que es peor a pactar con ella: “roba pero hace obras”.
Para quienes piensan así, deben tener en cuenta que todos los análisis concluyen que economías en desarrollo como la peruana no pueden darse el lujo de favorecer la producción de personas de naturaleza corrompible (quien acepta cargos para los que no está calificado, quien ofrece bienes y servicios con desgano y desinterés, quien viola normas elementales de convivencia, quien se vale de favores, quien se atribuye logros ajenos, etc.), pues estarían irremediablemente minando su competitividad y capacidad para lograr el desarrollo económico. En efecto, no cabe duda que las cuatro posiciones que el Perú perdió en el Global Competitiveness Report del 2014 se deben en gran medida a lo mal parado que el país está en indicadores vinculados con casos de corrupción: de 144 países se ubicó en el puesto 100 en favoritismo en decisiones del Gobierno, puesto 119 en despilfarro de gastos gubernamentales, puesto 104 en malversación de fondos públicos, puesto 81 en sobornos y puesto 131 en credibilidad de la clase política. Está demostrado que los países que eligen mal a sus gobernantes desencadenan un círculo vicioso que inicia con la destrucción de los organismos de control, prosigue con la adopción de políticas cortoplacistas y el deterioro de la infraestructura nacional y culmina con el empeoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos, quienes aturdidos vuelven a sucumbir ante las promesas de falsos mesías. Moraleja: tan importante como el derecho a elegir, está el deber de elegir bien.