Ser de izquierda en el siglo XXI

Es curioso que la antinomia derecha-izquierda haya seguido dominando la discusión política en América Latina en pleno Siglo XXI, haciendo las veces de una gran venda ante los ojos de los latinoamericanos, que continúan sin poder ver y comprender la verdadera naturaleza de los sistemas económicos y políticos contemporáneos. Convencionalmente, ser de derecha (cavernaria) ha significado proclamar la supremacía de la libertad considerando la desigualdad como resultante moralmente aceptable, inevitable y justificable, mientras que ser de izquierda (también cavernaria) ha significado su contrario; proclamar la supremacía de la igualdad, aceptando como legítima la supresión de las libertades individuales y la restricción de los derechos humanos.

Sin embargo, a pesar de aparentar ser diametralmente opuestas, para ser viables, ambas posturas radicales necesitan asegurarse el control de los mecanismos de convivencia democrática y las reglas de juego económicas. Ambas posturas antitéticas devienen en dictaduras o una suerte de dictaduras disfrazadas de democracia.

La derecha cavernaria mercantilista, defensora de la libertad como fin supremo, la defiende sólo hasta el punto en que colisiona con los intereses de grandes grupos económicos mercantilistas que, coludidos con estratos de la élite política y burocrática, ejercen su poderosa influencia desde las campañas electorales hasta el día a día de la gestión gubernamental. El monopolio del poder económico y político extiende la libertad de unos pocos a costa de la libertad de las mayorías, que se ven privadas del ejercicio de las libertades más elementales. El poder es así la capacidad de actuar sin limitaciones de parte de los demás; es la libertad manifiesta por si misma, en detrimento de las libertades de los demás. Esta libertad manifiesta (libertad para mí) se contrapone al concepto de libertad de una verdadera democracia, donde toda persona debe tener amplia libertad para actuar de cualquier manera que no perjudique a los demás, y siempre que su acción sea consistente con la oportunidad equivalente de los demás para hacer lo mismo. La libertad, por tanto, intrínsecamente contiene una noción de igualdad[1].

El mecanismo principal de asignación de recursos deja de ser el mercado, sino las estructuras de poder que influyen en la conformación y funcionamiento de los mercados. La manifestación más palpable de ello es la elevada concentración de los mercados en pocos ofertantes, que obliga a la población a pagar precios mayores a los que pagarían en una economía de muchos competidores. El control previo de fusiones por parte del Estado ha sido y sigue siendo uno de los principales tabúes de las derechas cavernarias latinoamericanas, institución que en cambio impera en casi todas las economías desarrolladas, para ponerle un límite al apetito monopólico destructor de la competencia, sin limitar la iniciativa privada creadora y promotora de la productividad.

Por su parte, la izquierda cavernaria latinoamericana, defensora de la igualdad como fin supremo, la defiende sólo hasta el punto en que colisiona con los intereses monopolistas del poder político. Los jerarcas políticos y sus familias, enquistados monopólicamente en el poder, hacen las veces de los grupos económicos mercantilistas en el régimen de derecha, desarrollando un tejido de relaciones económicas ilícitas para enriquecerse y disciplinar a los estamentos burocráticos y militares, a través de dádivas.

‘La igualdad’ se convierte así en un slogan poderoso de control de masas, en oposición al sentido de la igualdad de una verdadera democracia, donde quien tiene poder se iguala al que no lo tiene, como sucede en Finlandia, Suecia, Noruega, Holanda, entre otros países de democracias avanzadas. La igualdad así entendida, implica una noción de libertad, en cuanto constituye una aspiración teniendo como punto de partida a personas que no son uniformes ni tienen porqué serlo, teniendo distintas motivaciones, preferencias, habilidades, etc., que el sistema político no sólo debe respetar sino promover brindando un marco de oportunidades para el desarrollo y realización de la persona humana como ser social[2].

La izquierda cavernaria latinoamericana ha fracasado rotundamente no sólo en la Venezuela de Chávez-Maduro, sino también en el Brasil de Lula-Rousseff y la Argentina de los Kirchner, así como en la Cuba de Fidel y Raúl Castro. Fracasó también en Perú con Nadine-Ollanta y Susana en la alcaldía de Lima. La corrupción y el populismo minaron las aspiraciones democráticas y de bienestar de sus pueblos, bajo un manto de coimas y dádivas financiadas con bonanzas insostenibles de recursos golondrinos.

Sin embargo, dado que las desigualdades siguen siendo insultantes en la región, las aspiraciones igualitarias son legítimas y, en consecuencia, es también legítimo y hasta deseable el surgimiento de una ‘Nueva Izquierda’, que impulse una senda de gobierno orientada a promover la igualdad de oportunidades, la profundización del Estado democrático comprometido con el desarrollo humano, y del Estado árbitro y regulador tendiente a evitar el abuso de las posiciones de dominio.

Esta nueva izquierda madura y no populista, deberá ser incorruptible y comprometida con un equilibrio macroeconómico sustentado en un Estado desburocratizado y eficiente, capaz de llevar adelante la reforma educativa y de la salud que el Perú necesita, y de proveer la infraestructura que aún le falta a la mayoría de los pueblos olvidados del país, atrayendo a inversionistas privados honestos y transparentes. Sin embargo, esta nueva izquierda lamentablemente no existe y sólo podría ser creada de cero.

[1] Chávez Alvarez, Jorge (ibid), p. 3.

[2] Chávez Alvarez, Jorge (2004), “Ética, Economía y Desarrollo”. Maximixe, Lima. Documento de trabajo.