Suicidio y legado de Haya De La Torre

Según la carta de despedida que redactó antes de apretar el gatillo, el ex presidente Alan García dejó en claro que planeó su muerte con premeditación y quiso que se supiera. También planeó capciosamente la escritura de su carta: qué decir, qué callar, cómo decir, cómo impactar.

Al leerla, no se aprecia un ánimo de concordia, quizás por haber sido escrita estando en un comprensible estado de depresión, al que debe haber contribuido la lejanía física de su familia. Confrontacional y polarizante, buscando encender sentimientos de sus correligionarios en contra de ‘sus enemigos’, reflejando quizás su impotencia para ejercer su voluntad y sobreponerse a la inminencia de una detención preliminar originada por las investigaciones del caso Lava Jato.

Tan importante como lo que dice la carta es lo que calla en el contexto de toda la dimensión simbólica del acto mismo de su suicidio. Y la carta no reconoce responsabilidad alguna o errores. Sus enemigos no sólo lo persiguen, sino que son los culpables de todo, por lo que son merecedores de su odio, de sus familiares y correligionarios.

Afirma que sus enemigos lo han tratado de criminalizar por más de 30 años, por haber sido el gran líder de un aprismo al que llevó al poder en dos ocasiones. Y deja simbólicamente a esos enemigos su cadáver como muestra de desprecio.

Se respira soberbia y derrota a la vez, culpa y pecado, memoria y olvido. Lo siniestro del cadáver como símbolo de desprecio a sus ‘enemigos’ es un algo que retorna y se vuelca por completo en el acto del suicidio. El cadáver se transforma en sujeto y predicado de esa muerte.

Pero ¿quiénes son sus enemigos? ¿Alberto y Keiko Fujimori? De ningún modo, porque son en efecto sus aliados. ¿PPK y ‘la derecha’? Tampoco, porque PPK también es víctima de las investigaciones Lava Jato, mientras que la derecha es hasta cierto punto el único sector que extraña un gobernante ex izquierdista ultra derechizado, como lo era García. ¿El fugado Toledo acaso? ¿Humala y Nadine que ya pisaron la cárcel y en cualquier momento vuelven? ¿La izquierda dividida y cercada también por las investigaciones Lava Jato?

¿Vizcarra? Pero si el hombre con las justas rige a sus ministros y no tiene ni bancada ni partido como para pretender manejar el poder judicial. Muy distinto a la capacidad que el Apra y Fuerza Popular han tenido y siguen teniendo para blindar a fiscales supremos como Chávarry, vinculados a ‘la banda de los cuellos blancos’, incluido su cabecilla César Hinostroza, detenido en España.

García en su carta se queja de cómo se utiliza la detención preliminar o preventiva para humillar y vejar. Más allá de la preferencia -quizás excesiva- de la detención frente a la comparecencia por parte del equipo especial de fiscales Lava Jato, se trata de magistrados jóvenes que por primera vez en la historia del Perú se atreven a actuar con decencia e independencia, jugándose la vida en la lucha anti corrupción y anti impunidad.

Tildar a ese equipo de “mafia judicial coludida con Vizcarra”, como lo hizo Alfredo Barnechea durante el velorio de García, no hace sino dar pábulo a la construcción mesiánica y paranoica que adjudica la culpabilidad del suicidio de García a quienes protagonizan la esperanza de que el Perú se termine de desligar de la verdadera mafia judicial manejada aún por los remanentes ‘Chavarrys’ protegidos por el apro-fujimorismo y sus adlateres.

Todo suicidio es una tragedia y, como decía Albert Camus (‘El mito de Sísifo’), “nada es una tragedia hasta que el héroe es consciente de su circunstancia”. La tragedia precede al suicidio: de pronto el proyecto de suicida percibe que no es héroe sino un mero sobreviviente; un hombre de carne y hueso al que un rayo o la ley lo puede aplastar como a cualquiera.

El proyecto de suicida mira su pasado y otea su futuro y percibe el absurdo de su existencia y se asume en ella perdido, pero no se resigna a aceptarlo. Sólo le falta un detonante; algo que lo haga apretar el gatillo para sentirse triunfante.

La circunstancia se la creó él mismo, tuvo poder a discreción para cambiarla o evitarla. Pero a estas alturas de la vida no es capaz de aceptarlo. Por eso mantiene el curso de la nave que va directo a estrellarse contra la montaña que siempre estuvo ahí frente suyo.

Todo suicida pasa por un trance de desesperación ante una carga moral o física. Hay quienes desesperan por causas altruistas, como Allende que opta por el suicidio como solución de defensa de su fuero presidencial ante un embate golpista. Otros que desesperan por intranquilidad de su conciencia, como San Ignacio en la Edad Media que quiso tirarse por la ventana desesperado por haber pecado.

También están los que desesperan ante una injusticia y deciden quemarse vivos, como Mohamed Bouazizi ante el violento decomiso de sus bienes de ambulante por parte de la policía tunecina. O están quienes optan por una muerte silente y solidaria, como Szyszlo junto a su pareja, ante la desesperación que genera el padecimiento de los embates físicos de la ancianidad.

Sin embargo, no toda situación desesperante tiene porqué llevar a la auto liquidación. A diferencia de cualquier mortal que sólo debe pensar en su persona y en el impacto familiar que puede tener su acto, un líder político tiene el deber de sopesarlo frente a su impacto en la sociedad en su conjunto.

A cualquier ser humano le desespera ser enmarrocado y tener que pisar la cárcel, aunque sea por unos días. En un país pobre como el Perú, son miles los que roban por necesidad y acaban tras las rejas por años, sin sentencia. Pero esa desesperación no tiene que ser óbice para el auto aniquilamiento.

García niega en su carta que haya recibido sobornos y se jacta de su inteligencia para argumentar contra las acusaciones de sus enemigos. Siendo así, lo lógico hubiese sido defender esa verdad que sería irrebatible ante cualquier confesión de colaboradores eficaces, replicando de paso el gesto valiente del líder histórico del Apra, Víctor Raúl Haya de la Torre, quien en 1923 dignificó a su partido afrontando valientemente su paso por la cárcel más inhumana de la historia peruana, en El Castillo del Real Felipe y El Frontón.

El Perú requiere de un nuevo liderazgo, íntegro, a favor de una democracia renovada, con verdadera justicia sin impunidad. Y el Apra debería resurgir como el Ave Fénix, como partido histórico renovado que avizora un futuro radiante, sin odios ni resentimientos.