Terminó el futbol. Volvamos a la acuciante realidad de esos hinchas de la blanquiroja; la mayoría jóvenes que buscan y no encuentran empleo. Y es que, a pesar de que la economía peruana puede crecer este año alrededor de 3,4% (lo cual no es poco en el contexto latinoamericano), más de un millón de jóvenes de entre 14 a 25 años (dentro de un total de seis millones), están actualmente desempleados.
De hecho, la tasa de desempleo juvenil ha trepado de 11,2% en 2015 a alrededor de 18% en 2018. Incluso jóvenes con educación superior no encuentran oportunidades de empleo formal, por lo que se ven ante la disyuntiva de permanecer desempleados a bandearse en un empleo informal cada vez más competido por la fuerte afluencia migratoria venezolana; una nueva oferta de mano de obra mayormente juvenil, dispuesta a trabajar en condiciones precarias y con remuneraciones más bajas.
Que es fundamental ser solidarios con una población venezolana que migra al Perú huyendo de un régimen autocrático, despiadado e inepto; por supuesto que lo es. Sin embargo, todo tiene sus límites. Por ejemplo, imagínese que un amigo suyo se queda sin trabajo súbitamente y tiene que alimentar a dos hijos. Entonces usted solidario le dice, no te preocupes, vénganse a almorzar todos los días a casa. Pero ¿qué pasaría si ese amigo suyo no tuviera dos sino diez hijos? Probablemente usted le diría “vente con cuatro y busquemos a alguien más que pueda ayudarte con los otros seis.”
El Perú como anfitrión evidentemente no le ofrecerá el almuerzo al hermano venezolano (pues con su trabajo podrá cubrir mínimamente sus necesidades de alimentación), pero sí tendrá que compartir con él sus hospitales, escuelas, policías, médicos, enfermeras, oportunidades de empleo, etc. Lo lógico era ponerse de acuerdo entre todos los países de la región para albergar entre todos a los hermanos migrantes. No se hizo.
No ha faltado alguien que considera que mientras más venezolanos vengan mejor para nuestra economía, porque dizque aquí vivimos en el reino del pleno empleo (¿?). Tampoco han faltado quienes afirman muy sueltos de huesos que un millón de venezolanos no es nada comparado con los cerca de 17 millones de personas que conforman la población económicamente activa (PEA) peruana. Error garrafal comparar un flujo migrante reciente con un stock (PEA), en lugar de hacerlo con el flujo de jóvenes peruanos que cada año ingresa a esa PEA.
El INEI calcula que en zonas urbanas hay 8,5 millones de trabajadores informales; el doble del número de trabajadores formales; y es ahí donde ha recalado el millón de venezolanos. No olvidar que, además, 11.5 millones de peruanos están subempleados; es decir, laboran menos horas que las normales y desempeñan empleos con niveles de calificación menor al que tienen.
También se ha dicho que la gran mayoría de venezolanos son personas trabajadoras y honestas. Lo cual es cierto. Sin embargo, basta que un pequeño porcentaje del millón de migrantes se dedique a actividades delincuenciales, para generar un aumento bravo de la actividad delincuencial, difícil de combatir con los mismos recursos presupuestales.
Según el INEI (ENPOVE 2018) sólo el 37,9% de la población migrante venezolana tiene estudios universitarios y 24,9% los ha culminado, mientras que el 19,2% cuenta con estudios de nivel técnico superior y 15,5% los ha completado. Lo más delicado: un 10,2% sólo tiene estudios primarios (7,7% completos).
Muchos de los jóvenes peruanos que ayer domingo hincharon por su selección de futbol y están orgullosos de su gran rendimiento en la Copa América, hoy lunes tendrán que volver a ojear las páginas de empleos, con desesperanza e impotencia. En el mejor de los casos, tendrán que contentarse con desempeñar un trabajo familiar no remunerado y precario que no le aportará nada a su currículum y que, por tanto, mermará su potencial de desarrollo laboral.
Unos cuantos intentarán emprender algún negocio, aun cuando muy probablemente fracasará, sea por desconocimiento de las condiciones del mercado, o por trabas burocráticas y falta de asistencia técnica y empresarial. Hinchemos por esos jóvenes que, dentro de la mayor adversidad, aun perseveran y sueñan en un futuro diferente.