Por lo visto en lo que va del gobierno de la dupla Vizcarra-Villanueva, estamos ante un nuevo modelo de populismo, facilitado por un sistema político quebrado, en el que los partidos políticos ya no canalizan las demandas sociales, dejándole la tienda servida a caudillos gremiales, regionales y locales, convertidos hoy en artífices violentistas de la política cotidiana.
Ya no se trata de un populismo macroeconómico -como el de Alan García en los 80’s, conducente a una hiperinflación irremediable-, o de un populismo rentista y dictatorial de izquierda -como el de Maduro en Venezuela-, o de un populismo de derecha -a lo Trump, implicando un retorno al proteccionismo comercial y al nacionalismo económico.
Estamos más bien ante un populismo de nuevo cuño, sin convicciones ideológicas, sin compromiso programático con una ortodoxia o heterodoxia macroeconómica, sino con lo que podría denominarse una ‘no-doxia’ macroeconómica, que postula que la política económica será aquella que dicten los grupos de presión, con la vaga esperanza de que la resultante de ello calce con el logro de un mayor crecimiento del PBI y la inversión, así como una reducción del desempleo, el subempleo, la pobreza y la informalidad.
La bomba de tiempo que cargaba el ministro de economía saliente, David Tuesta, detona con la mala (por innecesaria e inoportuna) decisión de éste de elevar el impuesto selectivo al consumo a los combustibles. Pero fue pésimo que sea el propio presidente de la república, firmante del respectivo decreto supremo, quien le enmendara la plana, y que encima a raíz de ello introduzca un esquema barroco de devolución del impuesto a los transportistas que, a la vez de prestarse a corrupción y a la generación de externalidades negativas, le quita sentido a la medida original.
Pero hay varias perlas más que demuestran la falta de visión estadista en la cúpula del gobierno. Así, por presión y sin meditación se procedió a la derogatoria de los decretos supremos que autorizaron la firma de contratos de exploración y explotación de cinco lotes en altamar de las costas norteñas a la británica Tullow Oil.
A mí, particularmente, me disgustan tremendamente esos contratos firmados por PPK en la hora undécima de su nefasto gobierno; pero de ahí a romper unilateralmente contratos ya firmados por el Estado peruano, hay un abismo muy difícil de saltar. ¿Cuál es el mensaje aquí para la inversión extranjera? Es clarísimo: en Perulandia un contrato no necesariamente es un contrato y cualquier cosa puede pasar. Era un tema para tratarlo con ciencia, con pinzas y en diálogo con los inversionistas. Se prefirió el aplauso de la tribuna norte.
Otras perlitas fueron: el anuncio de la revisión de los contratos de concesión de los peajes viales, por considerar que no vienen siendo rentables para el Estado; el desistimiento de las facultades para legislar sobre la ampliación de la Ley de Promoción Agraria, dejando al Congreso para que se moje con el tema; y el anuncio de la creación de una comisión ad hoc para la revisión de las deudas pendientes de las grandes empresas a la Sunat (un saludo a la bandera y a las tribunas norte y sur, dado que esas deudas están siguiendo un proceso judicial).
Todo este espectro de idas y venidas, indecisiones e indefiniciones, daban el marco a las públicas desavenencias entre Villanueva y Tuesta, por lo que el sándwich ya estaba listo para la salida de éste. Si bien su reemplazante, Carlos Oliva, es un profesional con mejor perfil para el desempeño de un cargo político tan importante, no cabe duda de que está metiendo su cabeza a una moledora de carne que aún sigue prendida. Y que seguirá prendida en cuanto Villanueva vaya aumentando su apetito por convertirse en candidato presidencial en el 2021, en vista de que Vizcarra ya anunció que con él no es la cosa.
Es sintomático que en junio la población haya elevado su desaprobación al presidente Vizcarra en 26 puntos, al aumentar de 19% (mayo) a 45%. Todo un récord que presagia niveles más altos de desaprobación, si el derrotero que han dado los transportistas es seguido por los docentes y luego por otras agrupaciones gremialistas, azuzadas por el extremismo izquierdista.
Estamos así ante un gobierno sin brújula económica y política, y con abulia para hacer reformas profundas que apunten a colocar al Perú en buen pie para aspirar al desarrollo. Un gobierno cuyo único norte parece ser darles más plata a los gobernadores regionales, para ver qué pueden hacer con ella, sin planificación y sin capacidad de gestión.
Las declaraciones de Vizcarra en el sentido de que “todos los ministros están en evaluación” confirma que estamos ante un gabinete frágil, sin visión compartida del futuro, que fue convocado de manera improvisada, con preferencia por la baja estatura intelectual y la baja proyección de sombra, con la consiguiente poca iluminación para ver la luz al fondo del túnel.
Aún estamos a tiempo para evitar el caos. Es menester que todas las fuerzas políticas se junten con el presidente para concordar la conformación de un gabinete de “salvación nacional”, conformado por personalidades independientes de comprobada capacidad. Un nuevo gabinete de independientes que cuente con respaldo multipartidario, sería un buen regalo de fiestas patrias al Perú, y sería una salida preferible a la avalancha callejera apurando el adelanto de elecciones.