En 2018 no hubo ruido político sino el estruendo de tres sismos políticos de grado ocho: el escándalo de corrupción Lava Jato, los destapes del ‘Club de la Construcción’ y los ‘audios de la vergüenza’ protagonizados por la ‘mafia de los Cuellos Blancos’ integrada por jueces, fiscales, empresarios y políticos.
A pesar de todo, nuestra economía pudo resistir estos embates y crecer 3,8%, por encima de la mayoría de países de la región, gracias a que nuestra frágil democracia pudo mantenerse a flote.
Contrariamente al pensamiento convencional, la ola de protestas desatada por la rabia de la población ante tantas muestras de corrupción sirvió como la fiebre puede servir para combatir los males del enfermo.
Haciendo oídos a la exigencia de la calle es que un grupo de fiscales y jueces jóvenes empezaron a actuar con autonomía ante casos emblemáticos de corrupción. El propio presidente Vizcarra asumió la bandera de la lucha anti corrupción que hacía retumbar la calle y tomó distancia de una oposición que se conducía bajo una consigna de impunidad. Y obviamente que se benefició de ello, haciendo que su popularidad brinque al tope.
En las élites del Perú subsisten muchos mitos terroríficos respecto a la fiebre de la protesta callejera. Todo aquel que marcha aquí es ‘comunista’ o al menos un ‘caviar’, sin percatarse de que quienes protestan en el Siglo XXI a lo largo y ancho del mundo entero, son gente común y corriente (al margen de los sindicatos y los partidos políticos) que se junta espontáneamente a través de las redes sociales, para exigir más democracia, mayor justicia y mejores condiciones de vida.
Fíjense sino en las protestas de los ‘chalecos amarillos’ en Francia, o las manifestaciones que entre 2010 y 2013 marcaron un antes y un después en el mundo árabe, desde Tunez, Egipto, Libia y Siria, hasta Yemen, Argelia y Jordania. Todas han sido protestas organizadas espontáneamente, aprovechando la conectividad online, sin líderes políticos de por medio, y respaldadas al menos por dos tercios de la población.
Volviendo al Perú, lo peor de la crisis política ya pasó, felizmente, por lo que 2019 pinta más apacible. Ahora el Ejecutivo cuenta con un Congreso recompuesto, encabezado por un presidente (Salaverry) alejado de la oposición y que sabe leer la calle, y con una oposición sin preeminencia en las principales comisiones y con crecientes dificultades para generar mayoría en el pleno.
Por supuesto que continuará habiendo shocks políticos, como el que sobrevendrá con el testimonio de Odebrecht previsto para febrero, gracias al acuerdo de colaboración eficaz alcanzado con la fiscalía peruana, que podría hundir más a los actuales implicados y sumar a otros a la olla de la justicia.
Indudablemente habrá manotazos de ahogado, como el tratar de excluir al juez Concepción Carhuancho del caso ‘Cocteles’, o facilitarle una fuga a Chávarry para evitar que se convierta en colaborador eficaz.
Ciertamente, la mafia de los ‘Cuellos Blancos’ y otras más vinculadas a ella, siguen teniendo fuerte presencia dentro del poder judicial, la fiscalía y algunas cúpulas políticas, por lo que harán dura resistencia.
Hay que decir también que varias de estas mafias siguen operando dentro de los propios ministerios y no paran de cobrar coimas. Por lo cual la lucha contra la corrupción es de largo aliento y en algún momento podría poner a prueba la voluntad anti corrupción del propio presidente Vizcarra.
Sin embargo, mientras la población continúe empoderada y cohesionada se podrá seguir avanzando hasta las últimas consecuencias. Por ahora, su mira es la reforma política y judicial, mañana puede virar a exigirle al propio Ejecutivo que limpie su casa. Es la población empoderada la que hoy en día tiene la manija del devenir político. Ni Vizcarra ni nadie es dueño de esa voluntad de cambio.
Hoy su bandera es la lucha contra la corrupción, mañana puede ser el olvido del ande y la selva, lo que es una verdad del porte de un trasatlántico. Y ojo que allá hay mucha desazón acumulada ante el persistente centralismo limeño y la inoperancia del Estado para generar un crecimiento más equilibrado y sin pobreza grosera. Por ejemplo, ¿cuánto del presupuesto social se sigue llevando el programa del vaso de leche, que beneficia mayormente a los no pobres de las grandes ciudades?
Mucha atención a ello, porque bien puede ocurrir que ya entrando al año 2020, la tortilla se vuelva contra Vizcarra, por no haber sabido aprovechar su primavera de popularidad para elevar la eficiencia del gasto público y llevar a cabo las demás reformas pendientes: la reforma del gobierno nacional y de la institucionalidad que inhibe el desarrollo agrícola, forestal, industrial, educativo, científico y tecnológico, entre otras.
Con redes sociales no sólo la exigencia de democracia es mayor, sino también la demanda de eficiencia. Con redes sociales podemos sentir la enfermedad a tiempo, pero la fiebre también puede generar graves convulsiones si no se le hace caso y no se toma las debidas precauciones.