Para que el Perú pueda reducir su tasa de pobreza de 20,5% en 2018 a 18% en 2021, tal como se ha comprometido el gobierno de Vizcarra, se necesita que la economía crezca a un ritmo de 5,5% entre 2019 y 2021. Pero la economía creció sólo 4% en 2018 y se espera que crezca alrededor de 3,8% en los años siguientes.
Una economía en desarrollo como la peruana no puede crecer a un ritmo anual de entre 5 y 7% si no es con una expansión de las exportaciones a ritmo de dos dígitos. No me detendré a repetir el consabido ejemplo de Corea ni el de otras economías asiáticas que vienen creciendo por muchos años a ese ritmo, gracias al ‘boom’ sostenido de sus exportaciones.
A pesar de nuestra enorme riqueza, aquí en Perú todavía parece un sueño imaginarse en la posibilidad de un ‘boom’ exportador disruptivo sostenido, como ese que ha catapultado a los ‘tigres asiáticos’ al pelotón de países del primer mundo.
Por el contrario, en un contexto mundial en el que a todas luces el ciclo del comercio está entrando a una fase de declive que puede durar varios años, lo más probable es que en 2019 y 2020 las exportaciones peruanas tiendan a ralentizarse, después de tres años de recuperación (2018: 7,5%, 2017: 22,1% y 2016: 7,9%) precedidos por otros tres de marcado retroceso. Es así que en 2018 las exportaciones peruanas con las justas han podido superar en US$ 1.500 millones el pico histórico alcanzado en 2012 (US$ 46.254 millones).
¿Por dónde podemos intentar cambiar esta historia anunciada? ¿Qué sector exportador podría cumplir el rol de ‘buque insignia’ del ‘boom’ disruptivo exportador tan ansiado?
Lamentablemente es muy compleja la problemática que inhibe a la minería asumir ese rol; ahí están Las Bambas (Apurímac), Conga (Cajamarca) y Tía María (Arequipa) para probarlo. Entre los rubros no tradicionales, los sectores de confecciones, metalmecánico o químico tampoco parecieran tener la potencialidad competitiva necesaria para dar el gran salto.
De hecho, si bien las exportaciones no tradicionales han venido mostrando dinamismo, su monto (US$ 13,223 millones en 2018) sigue siendo poco significativo y está compuesto de manera creciente por agroexportaciones (US$ 6.647 millones).
¿Podrá el sector agroexportador asumir ese rol de ‘buque insignia’ del boom disruptivo exportador? La respuesta está vinculada con la posibilidad de innovar el actual modelo agroexportador eminentemente costero, limitado a la explotación de una frontera agrícola de 160 mil hectáreas, cuya expansión demanda inversiones cuantiosas en infraestructura de riego.
El reto es combinar este modelo agroexportador costeño, con un nuevo modelo agroexportador serrano y otro selvático. No se puede trasladar mecánicamente el modelo agroexportador costeño a la sierra y a la selva. Cada zona tiene su propia realidad y cuenta con tecnologías probadas que permiten desarrollar producciones orgánicas de altísima productividad.
La sierra peruana tiene una riqueza biodiversa inigualable que podría aprovecharse produciendo y exportando una amplia gama de frutas y hortalizas orgánicas. Mientras que la selva es un emporio dormido, de tierras muy fértiles con abundante agua, propicias para la producción y exportación de una amplia variedad de frutas tropicales y maderas nativas de alta gama (cedro, caoba, palo rosa, bolaina, shihuahuaco, huairuro, palisanfre, etc.).
La demanda de frutas tropicales frescas y procesadas está explosionando en los países desarrollados; principalmente en Europa y Estados Unidos. Entre los más posicionados están la palta, el mango, la piña y la papaya. Perú ya exporta US$ 724 millones en palta y US$ 254 millones en mango.
La demanda mundial de esas cuatro frutas tropicales frescas viene creciendo a un ritmo muy alto, que supera largamente a los cereales, y otras frutas y hortalizas. Además, su valor es muy alto, estimándose sus importaciones mundiales en alrededor de US$ 10.000 millones, para alrededor de 7 millones de toneladas.
Esa demanda se irá ampliando a otras frutas tropicales cuyos atributos nutricionales y beneficios para la salud vienen siendo reconocidos cada vez más, al punto que vienen pasando rápidamente de la condición de productos ‘nuevos’ y ‘estacionales’ a productos con presencia sostenida, ya no solo en los supermercados especializados en productos orgánicos, sino también en los mercados tradicionales.
En India y China la demanda también viene creciendo rápidamente, en cuanto cada vez hay más familias de ingresos altos que adquieren estilos de vida más sanos en su alimentación, siendo China ya un gran importador de palta y piña.
Como lo demostró la empresa Lorente Reforest en el reciente foro auspiciado por el Gobierno Regional de Loreto (“Inteligencia vegetal y nuevo modelo de desarrollo para Loreto”), el gran mito de que las tierras de selva baja no rinden para la agricultura, es solo eso: un gran mito.
Loreto, Ucayali, Madre de Dios, San Martín y Amazonas son regiones que poseen millones de hectáreas deforestadas y que son aptas para la agroforestería. Reforestar 200 mil hectáreas por año, sembrando árboles de frutas tropicales y maderables, en cinco años permitiría contar con mil millones de árboles que podrían más que duplicar las actuales agroexportaciones, con una productividad y rentabilidad incluso más alta.