El desamor en los tiempos de cólera

Todos quisiéramos que el remozado gabinete encabezado por Mercedes Araoz reivindique al gobierno y al país; pero no será fácil. Dada la extrema fragilidad del gobierno, un gabinete de personalidades independientes conformado en consenso con la oposición hubiese sido el mejor antídoto para evitar un clima de guerra política, que debilita al país para afrontar las peores amenazas y afianzar la débil recuperación económica. Tómese nota que la economía creció apenas 1,55% en julio, en tanto que el sonoro 3,64% de junio fue en gran medida un obsequio al gobierno de la estadística milagrosa producida por el MINAGRI, al haber introducido anti-técnicamente la producción de arándanos en el cálculo.

En este contexto de fragilidad, el Perú ha venido siendo gobernado con cólera. Y eso no es malo, es pésimo; para la economía, para la institucionalidad democrática, para la reputación del Perú y los peruanos en el mundo, para frenar el proceso de acumulación de fuerzas del radicalismo  pro-terrorista de Sendero Luminoso. Cólera de un bando y del otro; del pepekausismo y el keikismo, engendradora de un clima de guerra de repercusiones insospechables.

Quien quiera invertir en el Perú ahora tendrá que incorporar en su análisis de riesgos, una elevada probabilidad de quiebre institucional, sea por vacancia presidencial o cierre del Congreso. Ambos bandos han mostrado sus armas y su disposición a usarlas hasta las últimas y trágicas consecuencias. Deponer las armas y fumar la pipa de la paz es -hoy más que nunca- un imperativo categórico.

Lamentablemente, tras más de un año de gestión, el gobierno muestra un balance mediocre: mal manejo de la economía, nulo avance en reformas fundamentales, mal manejo de la huelga magisterial, mala gestión de las relaciones exteriores, mala también en la reconstrucción sin cambios, falta de rumbo en la política de promoción de las MYPES y en la gestión de conflictos sociales. Todo ello dentro del marco de lo que en un inicio era un escenario brillante para una orquesta que en el papel era de lujo, desperdiciado por falta de director, de partitura y músicos talentosos. La flauta no sonó nunca y Zavala copó ese espacio sin muñeca ni tino.

No se necesita ser agorero para olfatear el recalentamiento del conflicto social en el resto del año y 2018, tras el pésimo manejo de la huelga magisterial. Los grupos anti inversión minera y los servidores del sector salud hace rato vienen calentando motores, convencidos de la debilidad del gobierno y contagiados por el radicalismo del Conare, Pukallakta y Movadef, que les ha permitido asumir el control de la representación sindical del magisterio. El peor escenario posible es uno recargado de ‘baguazos’ anti-mineros, con batalla campal de médicos y enfermeras al estilo del SUTEP radicalizado.

Un escenario así de indeseable pudiera haberse evitado si el gobierno y la oposición hubieran trabajado coordinadamente desde un inicio, si Zavala hubiera cumplido un rol bisagra componedor. En el camino los escándalos de Chincheros y Lava Jato lo fueron polarizando, haciéndole perder perspectiva. Sin agenda clara y sin capacidad para tamizar las contradicciones entre los miembros de su propio gabinete, ya era vox populi su retiro del gobierno. Pudo haber sido una salida elegante, con renuncia y tiempo para planificar el recambio.

Sin embargo, optó por la inmolación aparatosa por un quizás apoteósico, con caminata provocadora desde Palacio hasta el Congreso. Optó por amputarle una pierna a su propio gobierno, al plantear cuestión de confianza para todo su gabinete ministerial por la eventual censura de tan solo su ex ministra de educación, Marilú Martens. ¿Porqué descargó el hacha sobre una pierna ilesa? ¿Para defender la política educativa por ser una ‘política de Estado’? ¿o para amansar al keikismo al dejarlo supuestamente con una sola bala (una segunda censura)? Defender una política de Estado era imposible con una ministra que ya había fracasado clamorosamente y que hace rato tendría que haber dado un paso al costado, desde que más de las tres cuartas partes de los ciudadanos ya pedían su cabeza. De otro lado, absurdo pensar en poder amansar al keikismo, teniendo éste, no una bala sino tremendo misil bajo la manga: la vacancia presidencial. Las recientes revelaciones del ex ministro René Cornejo ante la comisión investigadora de los casos de corrupción Lava Jato, que supuestamente involucran tanto a PPK como a Zavala en la organización de la irregular entrega en concesión de la carretera IIRSA Sur a Odebretch, habrían servido para envalentonar a los halcones keikistas.

Ahora el gobierno camina con la ayuda de muletas, agenciadas por un gabinete parcialmente renovado. Sin desmerecer méritos personales, la pregunta es si los nuevos ministros tienen el perfil para afrontar las severas amenazas y conflictos sociales que se avecinan. Se requerirá de mucha solvencia política para gestionar tamañas crisis desde la PCM. Se requerirá mucha armonía y rumbo cierto para devolver la confianza. Se requerirá de un esfuerzo titánico para recuperar la pérdida de aprendizaje escolar y restablecer el norte de la reforma educativa y la autoridad ante la representación sindical de los maestros. Tanto el pepekausismo como el keikismo deberán deponer sus odios, para ensalzarse en el amor al Perú.

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