¿Está el Perú camino a la modernidad?

El Perú se ha propuesto ser miembro de la OCDE en 2021; o sea aspira a convertirse en una sociedad moderna. ¿Pero qué es la modernidad? Es un proceso histórico que tuvo lugar en Europa a partir del Siglo XV, que implicó la transformación de la vida social a través de la primacía de la racionalidad y la ciencia frente a la religión; una racionalidad filtrada por la subjetividad individual como fuente de crítica, legitimada por un sistema democrático.

Por tanto, la modernidad supone Estado laico, democracia y sociedad competitiva sustentada en la aplicación del conocimiento científico y tecnológico, para elevar la productividad como única fuente sostenible de mejores niveles de bienestar. Supone también un desarrollo urbano sostenible y un gobierno eficiente, transparente y eficaz.

La OCDE define la modernidad de manera más operativa, en términos de valor agregado manufacturero y de servicios, fuentes de agua mejorada, aumento del PBI per cápita generador de empleos formales y remuneraciones dignas, provisión de servicios básicos como electricidad, agua potable y tratamiento de residuos sólidos; infraestructura portuaria, estabilidad política, control de la corrupción, mejora de las exportaciones de bienes y servicios, etc. O sea, se trata de una sociedad que crece productivamente para favorecer a las grandes mayorías y no a unos cuantos.

Está muy bien entonces aspirar a ser modernos. Pero un momentito, ¿estamos verdaderamente encaminados a ello? ¿Qué pasos venimos dando? Si nos guiamos por el último Informe Global de Competitividad 2017-2018 del World Economic Forum (WEF), que evalúa la posición en productividad y potencial de crecimiento de 137 países, el Perú está dando grandes pasos, pero en retroceso. Hemos ocupado el puesto 72, cayendo 5 posiciones respecto al puesto 67 que ocupamos el año pasado, y 11 posiciones respecto al puesto 61 que ocupamos en 2013.

Lo más doloroso es que hemos retrocedido en pilares fundamentales, que son de directa responsabilidad del gobierno y el congreso, elegidos por todos los peruanos. Uno de ellos, el pilar Instituciones, muestra un declive de 10 posiciones (106 a 116), mientras que en el pilar Entorno Macroeconómico hemos perdido 4 posiciones (33 a 37). Ello debido a malas políticas y ausencia de reformas estructurales.

Hay otros pilares en los que también hemos declinado bastante, en los que existe una co-responsabilidad entre el Estado y el sector privado: Eficiencia en el Mercado de Bienes (65 a 75), Desarrollo del Mercado Financiero (26 a 35) y Eficiencia del Mercado Laboral (61 a 64). Este año se ubican delante de Perú seis países: Chile (33), Costa Rica (47), Panamá (50), México (51), Colombia (66) y Jamaica (70).

Sin recurrir a mediciones complejas, a simple vista afloran signos diversos de que el proceso de modernización del Perú está involucionando. Por poner un solo ejemplo, hace más de una década se planteó la meta de reducir drásticamente las emisiones de CO2 y para ello se introdujo la institución de las revisiones técnicas del parque automotriz. Han pasado los años y las calles siguen repletas de omnibuses, microbuses y taxis que emiten humo a raudales. En contraste y a distancia sideral, Holanda se ha planteado como meta la prohibición completa del uso de vehículos automotrices a gasolina y diésel al 2025. Y obviamente que lo conseguirá, porque allá las metas gubernamentales son serias y se cumplen. Aquí el Congreso de la República se aplaude por la cantidad de nuevas leyes que emite (sin una evaluación de su costo-beneficio social), mientras que Canadá se ha planteado metas de reducción del número de leyes, para fortalecer su institucionalidad.

Somos un país que camina para atrás, como el cangrejo, y de espaldas al futuro. Nuestra economía crece cuando hay buenos precios de los minerales, sino se cae. No tenemos una economía resiliente, porque nuestro sistema político está corroído, mientras se vienen extendiendo como una mancha de aceite: la coima, la corrupción, el rentismo, el mercantilismo, la delincuencia, el contrabando, la subvaluación, el lavado de activos y demás violaciones a los principios de una verdadera economía de libre mercado que sea inclusiva.

La modernidad no puede ser una sociedad con más cemento y ladrillos, o con gente con más plata en los bolsillos obsesionada en tener más y gastar más, como sea y a costa de quien sea. La verdadera modernidad está fundada en valores y en líderes que sean ejemplos paradigmáticos de ellos.

 

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