INCAPACIDAD MORAL

Inmoral es quien comete acciones que contravienen el sentido de lo que es bueno para el otro o para la sociedad en su conjunto. El inmoral es consciente del daño causado, es capaz de sentir remordimiento y cargos de conciencia. Incluso puede arrepentirse genuinamente de sus actos, aunque sea tarde. Un ejemplo es la persona infiel, que sufre por ello y luego se arrepiente.

En cambio, el amoral es quien no tiene conciencia o capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. Por eso reincide siempre, aun cuando prometa no volver a hacerlo. Su arrepentimiento es sólo una pose que adopta oportunistamente, cuando ya no tiene escapatoria ante los ojos de los demás.

El amoral es intrínsecamente un incapaz moral; un impedido de actuar en función a objetivos superiores distintos a los que le dicte el apetito de su ego. El amoral no se aplica a sí mismo las normas morales que sí exige a los demás, porque se considera que está por encima de ellas.

La amoralidad o incapacidad moral es típica del narcisista que padece fuertes complejos de inferioridad. En particular, del “narcisista mártir”[1]; cuya identidad está construida desde el dolor, del sentirse víctima o sobreviviente de una aguda condición de marginalidad o de algo terrible ocurrido a temprana edad. Enarbola ese dolor con orgullo y lo convierte en motivo de superioridad frente a los demás, por no haber tenido que soportar cosas terribles como él sí. Para convencerse, exagera ese dolor originario, como una manera de solapar sus limitaciones y problemas actuales.[2]

El narcisista mártir sufre trastornos de vinculación social. Es una persona muy insegura y desconfiada. Su complejo de inferioridad lo induce a rodearse de gente vulnerable, por lo general muy mediocre y que padezca problemas judiciales. Así logra su adulación y el poder sentirse superior, con poder para desecharlos a la menor sospecha de traición.

Es un tipo de incapaz moral que destruye en lugar de construir. Que polariza, no por convicción sino por necesidad de afirmación de su ego estructuralmente mellado y su personalidad trastornada. El político narcisista mártir e incapaz moral, hace que ese afán polarizador personal irradie a sus seguidores, convirtiéndose por arte de la manipulación, en un afán polarizador partidario. Todo aquel que disiente es su enemigo.

La crisis moral que afecta a la política peruana demanda una reflexión seria sobre la relación que debería existir entre moral y política. Para quienes comulgan con Maquiavelo en el sentido de que el fin justifica los medios, la política es en esencia amoral. En esta línea de pensamiento, Benedetto Croce afirma que la moral del político comienza y termina en la búsqueda del orden público y el bien común, por lo que cualquier acción que apunte a ese fin no viola ningún ordenamiento moral abstracto.

Sin embargo, ¿qué pasa cuando el fin desaparece? ¿Cuándo el estadista desaparece y el poder político cae en manos de gente sin capacidad moral para perseguir fines como la búsqueda genuina del orden público y el bien común? ¿Qué pasa si un narciso mártir amoral asume el mando de la nación bajo un código gansteril y se atrinchera en sus objetivos destructivos derivados de su vinculación disfuncional con la sociedad y la política? En tal caso, la sociedad debiera poder defenderse para ponerle coto a su autodestrucción.

Max Weber[3] consideraba que las cualidades morales fundamentales de un político son la prudencia y la sensatez, en la medida que ellas permiten un sano equilibrio. Para él la política se rige por la ética de la responsabilidad y no de la convicción, entendiendo que la primera es guiada por el deber y las consecuencias, a diferencia de la segunda que se guía por los principios. Y subraya la necesidad de alcanzar un equilibrio entre principios y consecuencias.

De no ser así, si el político se guiara sólo por los principios, caería en el fanatismo y la intolerancia, y si sólo se orientara por los resultados, sin tomar en cuenta los principios, llegaría a posiciones cínicas que minarían su legitimidad.

De aquí se deriva la teoría de la ‘Razón de Estado’, que postula situaciones de excepción moral para los gobernantes, justificables sólo en circunstancias extremas. La razón de Estado, sin embargo, debiera considerarse una posibilidad negada para el gobernante que utiliza su poder para manipular la realidad o para falsearla haciéndola aparecer como una situación extrema. Ay del gobernante que declara a su país en emergencia para poder sojuzgarlo, para hacer de su pueblo un mero observador de destrucción y latrocinio.

Por ello, y más allá de toda la evidencia existente, en el Perú la incapacidad moral del gobernante no necesita ser probada y la Constitución no prevé un antejuicio (proceso legal) para el presidente, como sí existe en Estados Unidos. El proceso para declarar la vacancia de Pedro Castillo se viene cumpliendo a cabalidad, incluyendo su derecho a defenderse. Si un presidente traiciona su juramento, la sociedad representada por el Congreso tiene el derecho de defenderse, y éste está en la obligación moral de actuar en consecuencia y no de sus propios intereses.

 

 


[1] American Psychiatric Association (APA). (2013). Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-IV-TR.Barcelona: Masson.

[2] Millon et al (2004) califica a este tipo de narcisismo como “Compensatorio”, con rasgos evitativos y negativistas: contraataca para esconder o borrar las heridas a su autoestima; cae en fantasías de grandiosidad para compensar sus heridas, busca admiración y el ascenso hacia un estatus más alto que garantice su autoestima. Emparentado con el narcisismo “Fanático”: con rasgos paranoides. Trata de restablecer su autoestima a través de fantasías grandiosas y omnipotentes. Si no puede obtener el reconocimiento o apoyo de otras personas, pueden asumir el papel héroe o líder de una misión grandiosa, aún cuando no se sienta preparado para ella. Millon, T., Grossman, S., Meagher, S., Millon, C. & Ramnath, R. (2004). Personality disorders in modern life. Hoboken: John Wiley & Sons.

[3] Max Weber (2001) El político y el científico. Madrid: Alianza.