LOS PERUANOS SÍ PODEMOS

Los peruanos somos capaces de levantarnos y salir airosos de las aciagas vicisitudes que la pandemia sanitaria, económica, política y moral nos está haciendo vivir. Solo necesitamos que nuestros episódicos representantes en el Congreso y el Ejecutivo nos permitan sobrevivir hasta el 28 de julio de 2021. No falta mucho.

No les pedimos que sigan compitiendo por ver quién es más dadivoso regalando bonos o jubilaciones adelantadas de ayuda tardía, a costa de ahondar el hueco fiscal que ya es enorme, generando un endeudamiento descomunal que tendrá que ser cubierto con el sacrificio de las generaciones venideras.

No esperamos ya de ellos que legislen bien o gobiernen bien, ni tampoco que hagan un esfuerzo omnímodo por arribar a un consenso en torno a una agenda elemental de trabajo armónico. Después de oír los “audios de la mega vergüenza palaciega” y los dislates golpistas del presidente del Congreso, ya no esperamos nada; salvo que la justicia investigue a fondo y penalice a todos los que hayan venido utilizando su poder para delinquir y utilizar el erario público como piñata.

Si hay algo que ha distinguido al presidente Vizcarra desde el inicio de su gestión, es su gran capacidad para rodearse de gente mediocre o con yaya moral, desde los puestos de secretaría personal hasta los de ministros. Tanto así que su gobierno ha superado todas las marcas en velocidad de cambio de ministros.

Quien pagaba los platos rotos todo el tiempo era la población. Porque era ella la que padecía las consecuencias de la permanente improvisación gubernamental, no sólo en las políticas sanitaria y económica, sino en todas las demás políticas. Sólo como ejemplo, el tan publicitado “Plan Arranca Perú” no tiene ni siquiera objetivos, menos aún una estrategia y metas; no pasa de ser el anuncio de cinco cifras de asignación presupuestal, para transferir más recursos a gobernadores y alcaldes, en los albores de la campaña electoral.

Hasta que le llegó la hora a Vizcarra de tener que pagar él mismo por sus platos rotos. Aunque ha logrado arañando mantenerse formalmente en el sillón de Pizarro, porque el Covid y Dios son grandes, ha sido tan grave el daño moral que le ha infligido a la investidura presidencial y al prestigio internacional del país, que en la práctica ha devenido en un fantasma con banda presidencial.

Desde hace rato, ni desde Palacio de Gobierno se gobierna, ni desde el Congreso se legisla. Porque gobernar es un ejercicio sistémico de toma de decisiones y el signo de los tiempos de Vizcarra y Cía y de Merino y Cía es improvisar y a lo más calcular la jugada del día siguiente en su pugna personal por un poder que no saben cómo manejar.

Contrariamente a lo que afirma el discurso oficial, no será fácil remontar el -15% de crecimiento del PBI que nos dejará el 2020 y volver al nivel del PBI pre pandemia (2019). Para ello en 2021 la economía tendría que crecer 18%, pero sólo tendrá un rebote estadístico de 10%. Por lo cual, si la economía creciera a partir de 2022 a un ritmo anual de 3,15% (que fue el promedio anual del período 2016-2019 de la gestión PPK-Vizcarra), recién en 2024 se llegaría a superar el nivel de PBI pre pandemia.

En este contexto, cómo podría irle mejor al Perú económicamente con la cabeza del gobierno y la cabeza del Congreso tan llenas de intrigas y trapitos sucios escondidos al sol.

Definitivamente, ni a tirios ni troyanos se les puede pedir mucho, más allá de un cese al fuego en medio de esta guerra de cinismos y mediocridades. Les pedimos, eso sí, al menos dejar la casa en orden para cuando lleguen los nuevos inquilinos a la Plaza Mayor y a la Plaza Bolívar. Mientras tanto, un mínimo de austeridad no vendría mal y también un alto en sus dislates populistas revestidos de falsa conmiseración con el sufrido Perú.

Déjenle a la población peruana al menos sobrevivir hasta el 28 de julio venidero. Déjenle tentar una vez más, aspirar una vez más, elegir bien. Que estos episodios deplorables que estamos viviendo nos iluminen para evitar el eterno retorno a estas tinieblas.