John Maynard Keynes decía que la emoción o el afecto -al que denominaba ‘espíritus animales’- influye en el comportamiento económico, al generar un optimismo o pesimismo que no deviene de un cálculo de beneficios y probabilidades. Alternativamente, John Muth y Robert Lucas decían que el optimismo o pesimismo son resultantes de un proceso de formación de expectativas por parte de ciudadanos completamente racionales, que son capaces de aprender de sus propios errores, los mismos que no son sistemáticos sino aleatorios.
Quizás nunca antes Keynes se había visto tan reivindicado como en el Perú; pues, aquí se aprecia con toda nitidez cómo la gente cambia súbitamente del pesimismo al optimismo y de vuelta a un pesimismo determinante de los niveles de inversión y producción. Cambios que, sin embargo, no devienen de espíritus animales ininteligibles. Aquí esos espíritus son de carne y hueso y tienen cuerpo político. Es así que la desaceleración económica que fue persistente durante los cinco años de la administración Humala, tuvo que ver con un giro al pesismismo derivado de una percepción de falta de liderazgo político. Sale Humala y entra Kuczynski y se da nuevamente un giro al optmismo, producto de una percepción de estar ante un ‘gobierno de lujo’.
Sin embargo, desde fines del 2016 se aprecia un nuevo giro al pesimismo ante la percepción de que el gobierno de lujo muestra vacíos e inconsistencias, que se reflejan en la caída libre del nivel de aprobación del presidente Kuczynski y el debilitamiento de la confianza del consumidor y de los inversionistas. De proseguir esa tendencia, dicha confianza podría entrar pronto en terreno negativo, dándole una nueva vuelta a la tuerca de las perspectivas negativas de crecimiento de la inversión y la producción, que de por sí ya vienen debilitadas por efecto del escándalo de corrupción de Odebretch y la persistencia del gobierno en desviar recursos fiscales para financiar al grupo privado concesionario del aeropuerto de Chinchero, contra las mejores opiniones técnicas y la sensatez.
Definitivamente, la mayor fuente de pesismismo no está en los escándalos mismos, sino en la forma en que, en general, la ciudadanía percibe que el gobierno viene encarándolos. Se espera medidas no efectistas sino reformas profundas para emprender una verdadera lucha anti-corrupción. También se aguarda, aunque con menor esperanza, que el gobierno sepa encarar los problemas de la inseguridad ciudadana (que ha empeorado), los huaycos y el desempleo.
Sin ir muy lejos, en un tema tan a flor de piel como la huida de la justicia por parte del ex presidente Toledo, no se aprecia una estrategia efectiva del gobierno para atraparlo. Tampoco se aprecia una estrategia clara de colaboración con la fiscalía y los jueces anti-corrupción. Contribuye a este desconcierto la desconfianza de la ciudadanía hacia todas las instituciones del Estado, especialmente el poder judicial.
Muchos se preguntan por qué no hay orden de captura contra Eliane, Dan on, Maiman, la suegra, etc. También se preguntan por qué se acusa a Toledo sólo de tráfico de influencias y lavado de activos, que son delitos con penas menores a 8 años, cuando es evidente que también hubo delito de cohecho (cobro de sobornos) y asociación ilícita para delinquir; delitos con penas mucho mayores.
Además, queda en el terreno de la duda por qué la fiscalía hizo pública con antelación su intención de expedir una orden de captura contra Toledo, como poniéndolo en sobreaviso. Queda también en la sospecha por qué demoró tanto la Interpol en lanzar su alerta roja y por qué los efectos de ésta han sido más lentos que en otros casos.
Luego, ha llamado la atención que el gobierno ofrezca 100 mil soles de recompensa al que ayude a dar con el paradero de Toledo, cuando todos saben dónde se encuentra, y más bien no queda claro qué esfuerzo viene haciendo el gobierno peruano para que Estados Unidos entregue al acusado. Se especula que ese ofrecimiento de recompensa podría ser utilizado por Toledo para alegar una presunta persecución política.
En fin, son dudas sobre dudas y más dudas, frente a las cuales ni las declaraciones del presidente Kuczynski ni las del ministro del interior, Carlos Basombrío, han contribuido mayormente a transmitir claridad, determinación y consistencia, en tanto todo sigue fluyendo en retroceso, salvo la delincuencia y la temperatura del malestar ciudadano.