Se acercan las nuevas elecciones de alcaldes. Con escaso o nulo entusiasmo los peruanos se preguntan por quién votar, cargando la pesada cruz de haber votado en las pasadas elecciones por alguien que los defraudó. Alcaldes sin idoneidad para el cargo, alcaldes rateros, coimeros y hasta acosadores de funcionarias mujeres. Pocas veces alcaldes con visión de largo plazo, que planifican, que realizan una gestión transparente, que priorizan los problemas y saben encontrar las mejores soluciones al menor costo.
El Perú es un archipiélago de ciudades cada cual más caótica que la otra. Aquí reina la ley de la selva. Los basurales por doquier. Las ventas de productos de contrabando o bambeados, anunciados con altavoces en plenas plazas de armas. El parque automotor que echa humo negro a raudales, bajo la bendición de la policía y los centros de revisiones técnicas. Los policías hombres amontonados en arterias estratégicas para pedir coimas, bajo el prurito de algún operativo. Policías mujeres que dirigen el tránsito desdiciendo lo que manda el semáforo encendido.
Las ciudades se han expandido para los costados, invadiendo cerros, terrenos a los costados de las carreteras y el cauce de los ríos. En los ríos corren sólo aguas negras y basura, enturbiadas por relaves mineros, desechos industriales, aguas residuales y erosión de laderas.
El tráfico de tierras es el motor de la expansión urbana, santificado por el Cofopri entregándoles a los traficantes títulos de propiedad. Aquí no hay ni planificación urbana ni desarrollo de espacios públicos pensando en optimizar la movilidad urbana y reducir las emisiones de CO2.
Hay que reconocer que aquí sí se planifican las obras, pero aisladamente unas de otras, que surgen por impulso del negociado bajo la mesa. Nunca se planifica la ciudad en su conjunto ni se evalúan opciones para encontrar la solución óptima a un problema.
En Lima Metropolitana hace rato que arde Troya, pues desde las grandes avenidas hasta el propio Paseo de la República, han devenido en virtuales estacionamientos de automóviles casi a toda hora del día. No por falta de semaforización, sino porque ella es un desastre y pareciera que hubiese sido pensada adrede para hacer que los vehículos se detengan siempre en cada siguiente semáforo.
La ciudad capital del Perú, que ahora tiene buses grandes de la Línea Azul (cuyos choferes manejan como pilotos de combi), sigue teniendo rutas largas y enrevesadas para el servicio de transporte de pasajeros, con más de 40 mil buses y combis mayormente informales y alrededor de 150 mil taxis y 300 mil mototaxis.
No extrañe que en Lima el transporte genere el 86% de las emisiones contaminantes, por el alto consumo de diésel 2, que emite óxido de azufre que contribuye a la formación de dióxido de azufre y partículas finas. Al año se presentan más de 1,4 millones de casos de infecciones respiratorias agudas, mientras que alrededor de 4 mil muertes suceden por infecciones respiratorias agudas.
Lima carece de áreas verdes (menos de 1,8 m2/hab.) y mantiene una organización espacial caótica de carácter horizontal y sin una planificación que sirva a la toma de decisiones.
Definitivamente, ante tamaña dimensión del caos de nuestras ciudades, recemos porque aparezca en nuestro barrio y nuestra ciudad algún candidato con liderazgo, honestidad e idoneidad profesional para asumir las complejas responsabilidades que supone ser un buen alcalde.
A no dudarlo, la pronta divulgación de los Censos de Población y Vivienda 2017 por parte del INEI, aportará información importante para poder llevar a cabo un buen planeamiento del desarrollo de ciudades sostenibles. También servirá para encontrar soluciones de movilidad urbana y transporte público.