¿Qué sociedad queremos?

Para huir de la miseria del debate político y del ‘toma y daca’ de la democracia de hoy en el Perú, vale la pena repasar la concepción de desarrollo de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998 e insigne economista indio que define el desarrollo en términos de la ampliación de la libertad humana, antes que la del crecimiento económico, el comercio, la industrialización o el avance tecnológico.

Si la ampliación de las libertades humanas es la esencia del desarrollo, ¿cómo hacer para ampliarlas y así las personas puedan realizarse en la vida? Para Sen, el primer peldaño que hay que superar dentro de una pirámide de expansión de las libertades humanas, es la reducción de la mortalidad y la morbilidad infantil. Sostiene que la muerte prematura es la negación más ácida a la libertad más elemental de los seres humanos, en tanto es un hecho innegable que vivir un período normal de vida facilita la mayoría de las cosas que queremos hacer para realizarnos en la vida. Desde otro ángulo, la mortalidad de los menores de 5 años y los atroces sufrimientos asociados a ella, son el peor empobrecimiento imaginable que una persona puede padecer.

El segundo peldaño de esa pirámide de expansión de las libertades sería la construcción de autoestima desde la niñez. Un niño sobreviviente sin autoestima no podrá ser capaz de ser libre de grande. La autoestima se construye en un marco de cohesión familiar y valores. ¿Qué valores? El valor de la verdad, la honradez y el respeto a los demás son el fundamento de una sociedad sana, porque son principios a partir de los cuales son posibles todos los demás valores. Sin embargo, por más que la familia haga sus mayores esfuerzos, no podrá superar este peldaño si está expuesta al imperio de los anti valores propalados desde las más altas esfera del poder político: la mentira, la corrupción, la negación, el tráfico de influencias, el cinismo, etc. Toda sociedad asienta sus valores en vinculación al buen ejemplo de sus líderes. Al no existir ese vínculo se produce una fractura que deriva en un estado de pobreza moral y desconfianza hacia uno mismo y los miembros de su entorno; especialmente hacia quienes detentan poder.

El tercer peldaño de esta pirámide se alcanza con el acceso a servicios de educación y salud de calidad, que contribuyen a crear oportunidades para elegir y, por ende, para ampliar las capacidades de ser libres cuando adultos. Lamentablemente en este aspecto estamos aún muy lejos de lo avanzado por Argentina, Colombia, Costa Rica, Chile y Uruguay, por mencionar unos cuantos países de la región. Hay una revolución educativa y de la salud pendientes.

El cuarto peldaño tiene que ver con el desarrollo de capacidades de participación ciudadana en una democracia exitosa. Una democracia presidencialista, como la peruana, puede ser exitosa. Pero ello exige un primer mandatario poseedor de una moral intachable, que sepa distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo, y sea ejemplo de honestidad. Porque sólo así podremos soñar con ser una sociedad digna, participante, dialogante y deliberante, preparada para vivir en la verdad.

La vacancia presidencial es en tal sentido una institución muy importante, introducida en todas las constituciones políticas que ha tenido el Perú, cuyo objeto es evitar que el primer mandatario de la nación sea alguien vulnerable a las presiones y los chantajes o al propio apetito de dinero fácil y granjerías, así como a los radicalismos violentistas alimentados por la percepción de ausencia de legitimidad social y política para gobernar.

Además, la vacancia es una institución que tiene la virtud de generar un efecto equilibrante dentro de un régimen de gobierno presidencialista, al devenir en un incentivo para que los partidos se esmeren en designar como candidatos a la presidencia, a los ciudadanos con mayor catadura moral. Por ello, la vacancia sólo es aplicable al presidente en ejercicio, no así a otros funcionarios electos. El contrapeso para la vacancia es la inmunidad de la que goza el presidente. Un presidente con capacidad moral no puede ser vacado, salvo por incapacidad física, y al gozar de inmunidad, no es imputable por sus actos de gobierno.

Este jueves el Congreso decidirá en torno a un nuevo proceso de vacancia por incapacidad moral permanente, basado en nuevos hechos y pruebas que no se conocían durante el anterior proceso de vacancia.

Si tras el escándalo de la compra de congresistas para votar en contra de la vacancia y las nuevas pruebas en contra de PPK el Congreso decidiera a favor de declarar la vacancia, contrariamente al grito oficialista, no estaríamos ante un golpe de estado, sino todo lo contrario. Estaríamos ante la confirmación de que existe un orden democrático constitucional que funciona, y un proceso de sucesión en el que el primer vicepresidente de la república asume el mando en ejecución de un mecanismo institucional legítimo. Mecanismo que tiene la virtud de restablecer la gobernabilidad en circunstancias en que ésta se ve amenazada y se requiere defender la figura presidencial, no a la persona que al ocupar la presidencia está empañando esa figura por su falta de capacidad moral.

 

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