Ser o no ser gobierno, esa es la cuestión

Esa es la cuestión. La recaída en la aprobación de PPK observada en mayo, junto a la salida forzada del vicepresidente Martín Vizcarra de la cartera de transportes y comunicaciones a raíz del escándalo del aeropuerto de Chinchero, coloca al gobierno en una posición de debilidad que podría afectar la gobernabilidad y la economía.

Atrás quedó la situación de emergencia ante el Niño Costero que ayudó a levantar la imagen del presidente y sus ministros. El advenimiento de la etapa de reconstrucción aún no logra revertir el retroceso de las expectativas de crecimiento económico, a pesar de darse en medio de una sustantiva mejora de los precios de los minerales.

Y es que el factor Odebretch todavía se cierne como una bomba de tiempo con una segunda detonación diferida que amenaza con estallar al rostro de personajes claves del actual gobierno, que también lo fueron en el gobierno de Toledo. Pueden ser los jueces o fiscales del Brasil los que jalen primero el detonador o el propio Toledo; quién sabe. La cosa es que estos nubarrones no contribuyen a mejorar las perspectivas de la inversión.

Esta monumental amenaza obliga al gobierno a buscar una forma franca de ser gobierno, para evitar el caos. Ser o no ser, he aquí la cuestión, como dijera Hamlet en el famoso monólogo de Shakespeare. ¿Dormir, morir o revivir? Reinventarse sin Vizcarra en la cancha, abrirse de par en par armando un “gabinete de lujo” distante de Odebretch y Andino Investment Holding, podría ser la única forma de revivir hacia el 28 de julio.

Mientras tanto, los empresarios vienen cifrando todas sus esperanzas de mejora en la posibilidad de una reconstrucción potente. La presión por gastar rápido es muy fuerte y puede hacerle meter la pata al gobierno, llevándolo a reconstruir puentes que debieran ubicarse en otro lugar, o en tramos de carreteras que deberían variar su trayectoria, o en descolmatar cauces que no debieran ser descolmatados, simplemente porque no se ha estudiado la dinámica de las cuencas y su interacción territorial, ni se planificado con enfoque multisectorial y multidisciplinario los cambios necesarios a la infraestructura dentro del marco de una pretendida “Reconstrucción con Cambios”.

Para curarse en salud, el gobierno debiera asumir el reto de la reconstrucción asumiendo que pudiera volver El Niño en uno o dos años. Porque si tal Niño efectivamente volviera en ese lapso y los ríos inundaran nuevamente las ciudades y destruyeran lo reconstruido, estaríamos ante una virtual destrucción del propio gobierno ante los ojos de todos los peruanos. Para que la reconstrucción sea con cambios que verdaderamente valgan la pena, debe ser eminentemente preventiva, producto de una planificación minuciosa de las principales cuencas, bajo un enfoque de competitividad logística y desarrollo de ciudades sostenibles.

Para que haya competitividad logística, dentro del marco de la “Reconstrucción con Cambios”, debería darse una ley para que a ambos lados de toda carretera exista una zona de 500 metros intangible, para que pueda brindarse servicios que añadan valor a la vía y pueda desarrollarse proyectos ferroviarios. Sino las carreteras serán cercadas por viviendas y devendrán en avenidas truncas, repletas de semáforos y rompe-muelles, como ya sucedió con la Carretera Central. Lo que implica elevados costos en tiempos, combustibles y otros recursos, mermando la competitividad logística del Perú frente a otros países donde las carreteras son vías de tránsito fluido.

¿Y las empresas? ¿Qué deberían hacer mientras tanto? ¿Esperar que el Estado se componga, recomponga todo y reanime la economía? Pobres de aquellas que no aprovechen la coyuntura tumultuosa para hacer su propia ‘reconstrucción con cambios’, dado que la desaceleración ha desnudado en muchas de ellas las falencias de sus modelos y estrategias de negocios. Tal es el tema que abordaré en mi próximo artículo.

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