Diversos estudios demuestran que los países logran desarrollarse más rápido en la medida que invierten más en ciencia y tecnología y, particularmente, en la formación de profesionales en carreras orientadas a generar capacidades de inventiva e innovación, como son las carreras de ingeniería y arquitectura.
En el Perú el número de estudiantes de ingeniería y arquitectura a nivel de pre-grado bordea los 90 mil frente a unos 80 mil ingenieros ya graduados. Vale decir, tenemos un promedio de 0, 3 ingenieros por habitante; uno de los más bajos ratios a nivel mundial, con una concentración del 54% de las vacantes en las especialidades tradicionales de Sistemas, Civil e Industrial.
Es un hecho que al Perú le faltan ingenieros y arquitectos, así como le sobran abogados, contadores, periodistas y políticos; muchos de ellos de cuestionable aporte al bienestar de los peruanos, salvo honrosas excepciones. Pero el problema no es sólo de cantidad, sino también de su calidad. Se necesita centros de estudios de postgrado en ingeniería, que transfieran conocimientos de punta en ingeniería civil de túneles y acueductos, industrial aeronáutica y naval, robótica, petroquímica, energías renovables, tintorería, acero, metalmecánica, telecomunicaciones, etc.
Un mal síntoma es la extremada dispersión de los escasos recursos educativos: 199 centros de estudios universitarios dictan carreras de ingeniería y arquitectura, de las cuales 111 son públicas y 88 son privadas. Sólo la especialidad de Sistemas, que es la más popular, se dicta en 42 universidades. Otro problema es la poca importancia que las universidades – sobre todo las privadas – le dan a especialidades que están llamadas a ser columna vertebral de la base competitiva del país, como son las especialidades en Minas, Química, Eléctrica, Textil y Metalmecánica. Ni qué hablar de la especialidad de Telecomunicaciones, donde apenas figuran 4 programas de pre-grado; 2 de universidades públicas y 2 a cargo de universidades privadas.
Cabe advertir que en algunas especialidades vinculadas con sectores llamados a tener un gran apogeo económico en las próximas décadas – como el ambiental, forestal, telecomunicaciones, textil y petroquímica – la oferta educativa es casi nula. Es hora de cambiar.