El 2011 será recordado como un año espléndido, la economía atravesaba por un entorno de precios de metales favorablemente altos, PBI y demanda interna creciendo al 7%, superávit fiscal del 2% y blindaje superlativo de reservas internacionales. A tanto llegaba el optimismo, que el gobierno de Alan García decidió profanar los cánones keynesianos (vacas flacas, intervención; vacas gordas, relajación) y redujo el Impuesto General a las Ventas (IGV) de 19% a 18%. Se esperaban pérdidas en recaudación de S/. 1.800 millones que sin embargo se cambiaron por ganancias de S/. 5.000 millones. Con esto en contexto, y dado que hoy las vacas flacas vienen golpeando todo el aparato productivo nacional, ya suenan muchas voces que sugieren reducir la tasa del IGV de 18% a 16% para favorecer el bolsillo del consumidor, la recaudación y la actividad económica. No obstante, más allá de sus buenas intenciones, los partidarios de la rebaja tributaria no exhiben argumentos que concluyan en la existencia de una relación perfecta entre menores impuestos al consumo y reactivación de la economía.
En teoría económica la curva de Laffer relaciona en una correspondencia unívoca los niveles de recaudación con tasas de impuestos, de tal forma que en el punto más alto de la curva, habrá un nivel de impuesto que permitirá una óptima recaudación. A juzgar por la historia tributaria reciente, en el Perú aún no se ha encontrado la tasa del IGV que asegure recaudaciones óptimas: hasta el 2003 con una tasa del 18% la recaudación del IGV interno rondaba los S/. 8.000 millones, en el 2004 la tasa pasó a 19% y la recaudación creció hasta los S/. 20.000 millones al 2010, y en el 2011 con el descenso de la tasa a 18% la recaudación siguió su marcha hasta los más de S/. 27.000 millones al 2013.
Con ello queda claro que el alza de la recaudación tuvo como factor común el crecimiento de la economía y no las modificaciones en la tasa. Es por dicha razón que en épocas de vacas flacas, con precios de metales en declive, depreciación de la moneda, riesgos políticos, precios de bienes básicos al alza, gastos fiscales mal ejecutados y sobretodo confianzas del empresario y del consumidor en niveles inusitadamente bajos, es poco probable que la disminución de la tasa aporte significativamente al crecimiento de la demanda interna y de la economía en general.
MAXIMIXE considera que en una hipotética rebaja de la tasa del IGV, el consumidor sólo vería alivio en los precios de los utilities (servicios públicos) y otros servicios diversos que, por razones de estructura de mercado, rebajarían de inmediato sus valores, mas no ocurriría lo mismo en el gran bloque de la canasta del consumidor constituido por alimentos y otros bienes básicos que registrarían precios invariables durante un largo período, por tratarse de productos que conviven en mercados imperfectos y bajas penetraciones del canal moderno. Ante este hecho sería el empresario en puntos de venta tradicional (venta sin boletas ni facturas) quien se vería beneficiado con el crecimiento de su márgenes comerciales, restándole profundidad al efecto multiplicador de la rebaja tributaria.