Editorial Revista Pesca – febrero 2014: La libertad de no creer

En la presente edición se publica un artículo referente a la ausencia de una política pesquera en Argentina. El Perú tampoco tiene una política para su pesquería. Chile, Perú y Argentina comparten casi los mismos problemas y características, con la diferencia que Chile sí tiene una política pesquera definida.

¿Deben los pueblos nativos propietarios de sus recursos pesqueros, dejar su explotación y manejo en manos de los políticos, de autoridades, de la nueva oligarquía, o de poderes ocultos? ¿O deben posicionarse como ciudadanos activos para exigir, con derecho, la participación en la toma de decisiones? ¿En qué momento los peruanos dejamos de pensar y decidimos aceptar lo que los operadores de la oligarquía pesquera peruana dicen a través de la prensa, de sus aliados y portavoces, en defensa de sus intereses que ignoran los intereses y derechos de las mayorías nacionales? ¿Hasta cuándo permaneceremos indiferentes en la disputa de los menos por el derecho a explotar recursos pesqueros de los más, que somos todos nosotros?

Venimos siendo ignorados y desinformados a través de medios que, aprovechando la falta de información alternativa sobre el lado oscuro de la pesca, copan titulares y editoriales. Las necesidades de las mayorías se anteponen a las de las minorías. Sobre todo a los intereses de la nueva oligarquía peruana (consolidada al amparo del DL 1084 o ley de cuotas pesqueras), pequeña en número; pero poderosa, en función a su capacidad económica y de manipulación mediática.

El problema de fondo es que el modelo económico dirige el sistema en el cual vivimos, induce a las autoridades y a los poderes fácticos a proteger, defender y estimular a la inversión y la empresa por sobre el bienestar del ciudadano. El crecimiento del PBI y la exportación se han vuelto los dioses a quienes adorar aunque eso signifique sacrificarnos en el altar del crecimiento. El PBI es un indicativo perverso que no tiene en cuenta el costo ambiental. El crecimiento no encuentra su equilibrio, ni llega a la mayoría de ciudadanos que siguen esperando no solo entender, sino sentir el crecimiento del PBI.

En la adoración de esos falsos dioses, se cuela el demonio de la corrupción y de la manipulación informativa. De ahí la necesidad de controlar la información y crear la mal llamada “opinión pública”, que en la práctica no es sino la opinión de unos cuantos que los medios magnifican para satisfacer a sus empleadores, desestabilizar instituciones y sostener posiciones de poder.

Las víctimas, los ciudadanos comunes, somos responsables por nuestra pasividad e inacción. El punto es ¿qué tanto le creemos a los titulares de los diarios y a los programas televisivos? No son la última palabra ni la verdad absoluta. Si la libertad de expresión permite manipular y mentir, se combate con la libertad de no creer y de buscarla en medios alternativos. Nosotros validamos la información con nuestro “sí” o nuestro “no”.

No seamos víctimas fáciles de la manipulación mediática.