La experiencia de las autoridades ¿es suficiente?

La designación de funcionarios en el Estado, en PRODUCE en este caso, obliga a revisar su calidad, puesto que tienen la capacidad de tomar decisiones y ejecutar acciones que afectarán a cientos o miles de personas.

Es necesario observar el antes, el durante y el después de sus gestiones para, en algún momento evaluar qué pasó con el área o entidad dirigió. Esto con miras a repetir la gestión en otro gobierno, o evitarla.

El funcionario público designado, debe tener capacidad, habilidad y actitud. La experiencia debe medirse por los resultados y no por los años de ocupar diversos cargos dentro del Estado reciclándose gobierno a gobierno como ocurre generalmente en nuestro sistema.

Podrá haber nuevos gobiernos, nuevas autoridades, mejores o peores; pero los funcionarios que se nombran en cada nueva administración, generalmente son los mismos que ya estuvieron en otros puestos y pertenecen a un grupo de personas las cuales, como manada de lobos, se reciclan, mutan y se alimentan del Estado. Se ocultan en la espesura en espera de la oportunidad de saltar sobre la yugular de su víctima: un nuevo puesto público. Cual cardúmenes de peces en busca de aguas propicias por su temperatura y oxigenación, estas personas migran, se protegen y acomodan entre ellas.

La razón para el fracaso de muchas gestiones podría deberse a la falta de motivación, mística y ausencia de voluntad de servir al sector, el mismo que tendría que ser debidamente conocido por la persona que acepta un cargo, pensando en el país y en las necesidades sectoriales antes que en sus intereses personales.

El trabajo del cual el funcionario aduce tener experiencia, debe medirse por sus resultados. La experiencia no puede medirse por los años en los cuales se calienta un asiento en diversos puestos del aparato estatal o sectorial. Puede haber pasado ese tiempo dedicado a servir a sus ambiciones propias, a intereses personales o de parte, antes que a los del sector y del país.

Esa “experiencia”, sumada a una acumulación de títulos, es insuficiente para ejercer una cargo público, si es que no va acompañada de decencia, honestidad y un alto nivel de ética y moralidad. Un corrupto perfectamente capacitado y entrenado, seguirá siendo corrupto. Sus títulos no lo convierten en un funcionario comprometido con el cargo, ni lo vuelven decente ni le dan la mínima estatura moral que se requiere.

El país ha visto en los últimos años la presencia de funcionarios incompetentes y corruptos a tal nivel, que lo que urge ahora es competencia; pero con decencia moral e intelectual e incorruptibilidad por encima de todas las cosas.

Debemos reconocer que, así como de cien ignorantes no puede salir un sabio; de cien títulos, maestrías y doctorados no necesariamente sale un ser moral, decente y honesto. Estas virtudes son innatas en algunos individuos y se perfeccionan en el hogar principalmente. No se adquieren espontáneamente con la consecución de un galardón técnico.