En el CADE Electoral 2010, en pleno auge del crecimiento de nuestra economía, Michael Porter criticó duramente el modelo económico peruano y auguró que ese crecimiento no sería duradero si no se hacían profundas reformas económicas, sociales e institucionales.
Dijo aquella vez que el crecimiento había sido “altamente desigual” entre segmentos de la población y entre las regiones del país. Y que se trataba de un modelo económico que no diversificaba la economía, sino que la hacía cada vez más dependiente del mercado internacional de materias primas.
Muchos de los participantes en ese CADE salieron molestos con Michael Porter, el mayor gurú de la competitividad a nivel mundial. Ha tenido que golpearnos la pandemia para darnos cuenta de cuánta razón tenía Porter. Somos un país que todavía mantiene a 66% de su población viviendo en condiciones de vulnerabilidad (antes de la pandemia era 54%), con 80% de su fuerza laboral en la informalidad, y batiendo récords en contagios y mortandad.
De qué valió haber crecido más de 5% anual si debajo de la alfombra escondíamos un Estado mercantilista capturado por la megacorrupción corporativa que, al no cumplir con sus funciones esenciales, mantuvo a la mayoría de la población viviendo de un empleo informal incierto que nunca le dio para ahorrar. Una población urbana habitante de casas hacinadas en zonas de peligro, en ciudades gobernadas por traficantes de tierras incentivados por un Estado repartidor torpe de títulos de propiedad. Y una población rural abandonada a la buena de Dios, con alto analfabetismo, sin luz, ni agua potable, ni alcantarillado, sin acceso a servicios de salud y educación dignos.
La lección es clara: no bastaba con reducir la pobreza monetaria. Así desde hoy la economía volviera a crecer a tasas mayores al 5% anual, si no somos capaces de cerrar lo antes posible las brechas de satisfacción de necesidades básicas, el Perú seguirá siendo un país del Tercer Mundo con “guetos” de prosperidad”, convulsionado por la violencia, los conflictos sociales y el populismo.
Es imperioso revertir el flagelo de la pobreza y la exclusión lo antes posible, si no queremos que el Perú se vuelva un polvorín a la vuelta de la esquina. Pero hay que hacerlo de manera sostenible, no con promesas populistas de reparto de plata como cancha con ventilador.
En el debate final de anoche entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo volvió a quedar en evidencia que éste tiene en mente pocas propuestas concretas articuladas, aunque llamó la atención su esfuerzo por mostrarse moderado con el sector empresarial y austero con las remuneraciones de los funcionarios públicos.
Su contrincante, Keiko Fujimori, soltó en cambio una enorme batería de promesas, como darle un bono de 10,000 soles a todo aquel que haya tenido un fallecido en su hogar por falta de oxígeno, la insistencia en el reparto del 40% de los recursos del Canon, la duplicación del monto de los subsidios de los programas Juntos y Pensión 65, la entrega de una “canasta tecnológica” compuesta por una computadora y un celular, desaparecer el régimen remunerativo CAS, la construcción de 3,000 colegios aparte de la refacción del 60% de los existentes. A todo esto, se suma su promesa de incorporar 50 mil maestros al magisterio, subirles el sueldo, elevar el sueldo mínimo, pagar la deuda con el personal de la salud, etc. etc.
Sin embargo, no le escuchamos decir cómo pensaba financiar toda esta frondosa oferta, en medio de una crisis fiscal profunda. No dijo nada consistente sobre reforma del Estado, austeridad o cómo evitar la corrupción que dilapida tantos recursos públicos.
Después de todo, así como tenemos que curarnos en salud de radicalismos de izquierda, también debemos estar prevenidos de la tentación populista, sea de izquierda o de derecha. A la larga es el pueblo el que paga los platos rotos. Nos queda una semana para seguir informándonos.