Hasta principios de los 90’s el Perú era el más vivo ejemplo de cómo un país extremadamente rico podía tener a la gran mayoría de su población en la más lacerante pobreza. Era un caso histórico de auges económicos efímeros de origen exógeno, gatillados por un ‘boom’ de demanda externa por nuestras materias primas. El primer auge republicano es el del guano y el salitre (1840-1875), seguido por el auge del caucho, el azúcar, la lana, el café, el algodón y el petróleo (1898-1920), y por el auge de la minería y la pesca (1944-1962). Cada uno de estos auges generó un impulso inicial del PBI per cápita que al final retrocedió a su punto de origen, sin permitir la consolidación de una economía diversificada y generadora de valor agregado. Es así que el PBI per cápita del Perú que en 1944 equivalía apenas al 8% del estadounidense, si bien pudo subir al 12% en 1962, finalmente volvió nuevamente al 8% en 1983[1].
El cuarto y último auge económico tuvo lugar en el período 1992-2013, pero a diferencia de los anteriores, fue de origen endógeno -gatillado por las ganancias de eficiencia generadas por el programa de estabilización y ajuste estructural lanzado el 8 de agosto de 1990- complementado por el impulso exógeno de un ciclo alcista de precios de minerales de exportación observado durante el período 2001-2013, movilizador de la producción, las inversiones y el empleo irradiados desde una nueva minería caracterizada por su fuerte articulación con diversos sectores económicos y por su sujeción a estrictas regulaciones ambientales, a diferencia de la vieja minería tipo enclave, desconectada del resto de la economía y reñida con la sostenibilidad del ambiente-.
Nueva Minería y Desarrollo
En esos años la conjunción de fundamentos macroeconómicos sólidos con buenos precios desencadenó una notable ola de inversiones en proyectos mineros, que impulsaron no sólo la expansión de la oferta exportable de minerales sino también el crecimiento del PBI global, al proveer más del 60% de las divisas con las cuales se financió una masiva importación de insumos, maquinarias y tecnologías estratégicas, y al aportar alrededor del 30% de la recaudación del impuesto a la renta, traducidos en cerca de S/ 40 mil millones en recursos del canon a favor de los gobiernos regionales, municipalidades y universidades estatales de las regiones que albergan yacimientos mineros explotados formalmente.
Al año 2013 la minería llegó a generar más de 200 mil empleos directos y 1 millón 800 mil empleos indirectos, contribuyendo a industrializar el país con compras de insumos industriales que llegaron a representar más del 15% del valor agregado del sector manufacturero. Es así que la industria metalmecánica pasó a ser uno de los rubros de exportación más dinámicos, el expandir sus envíos de productos al exterior de US$ 99 millones en el 2003 a US$ 532 millones en el 2012. En los distritos mineros, que en el pasado siempre estuvieron entre los más pobres del país, el ingreso personal llegó a ser 50% más alto que en distritos no mineros[2], lo que evidencia que la actividad minera ha sido una palanca efectiva para reducir la pobreza de manera sostenible.
El gráfico siguiente muestra las altísimas tasas de crecimiento del PBI logradas por el Perú a partir del año 2002, sustentadas en las ganancias de eficiencia desencadenadas por la estabilización y reforma estructural de principios de los 90’s y el ciclo expansivo de la producción, las inversiones y los precios de los minerales. También muestra cómo ante el mayor crecimiento del PBI, la tasa de pobreza que en el año 2004 afectaba al 58,7% de los peruanos se redujo radicalmente año tras año, hasta situarse en sólo 22,7% en el 2014. Esta abrupta caída de la tasa de pobreza fue la mayor ocurrida en América Latina en el mismo lapso.
[1] IPE, ibid, SNMPE.
[2] Arnold Piedra y Nadir Almonacid (2012), “Las Bonanzas Efímeras en la Historia del Perú: Análisis del Economista Británico Victor Bulmer-Thomas”.