La agricultura que surte el mercado nacional es un subsistema del sistema alimentario del país. A medida que pasa el tiempo es más notorio el rezago de esta agricultura. El emblema alimentario nacional -la papa- suele sufrir penurias durante la cosecha y sus cultivadores reciben precios ínfimos por el vital alimento. Y en mayor o menor medida, los más de 2 millones de familias agricultoras comprueban en el día a día que son la parte más rezagada del sistema alimentario del país [1].
Superar esta situación de subestimación –por llamarla de alguna manera- del rol de la pequeña agricultura alimentaria, requiere darle prioridad en la lucha del Estado contra la pobreza y desigualdad. Si bien hay una agenda agraria amplia de temas pendientes como productividad, cambio de cultivos y calidad -la agricultura familiar ocupa al 25 % de la población económicamente activa y produce la mayor parte de los alimentos que se consumen en el Perú. Dos motivos para priorizarla y convertirla en elemento fundamental de redistribución.
Lamentablemente, no pudimos aprovechar el dinamismo de la economía de los años de altos precios de las materias primas para modernizarla y recuperar su rentabilidad y tracción. También es un hecho que la organización de los productores ha sido una debilidad notoria, agudizada en décadas recientes debido al predominio del individualismo y pérdida del sentido de ‘la unión hace la fuerza’. Ni qué decir de las destrezas para los negocios que es donde nuestros productores padecen las más serias limitaciones que amenazan su viabilidad en medio de los desórdenes climáticos que están al acecho.
No es una sola agricultura para el consumo nacional
Sin embargo, hay que destacar que dentro de la agricultura familiar peruana hay productores, productos y situaciones distintas que hacen más complicado hallar ‘recetas’ únicas de solución a sus contrariedades. O por lo menos, a las más evidentes. Por ejemplo, en términos de productores tenemos a aquellos insertados en los mercados del consumo nacional, los que abastecen a las agroindustrias locales, aquellos que exportan y surten a los exportadores; y, quienes solo siembran para su propia alimentación (agro de subsistencia).
Una segunda forma de analizar esta agricultura de mercado interno es según lo que siembra cada grupo: cultivos tradicionales en decenas de miles de hectáreas y cosechas masivas, poco diferenciadas y con rentabilidad incierta; cultivos emergentes, cuya demanda crece en segmentos específicos y rentables pero con tecnologías aún en experimentación; y, los cultivos promisorios, recién introducidos en extensiones pequeñas y sin paquetes tecnológicos definidos, con precios magníficos pero con mercados que son verdaderas interrogantes.
Una tercera manera de estudiar a esta agricultura es dependiendo de las situaciones que afronta: lucha contra los cultivos ilegales, combate a la pobreza y la desigualdad; de territorios especiales como zonas de frontera y del altiplano, de amortiguamiento vecinas a áreas de protección, entre otras.
Por eso es importante resaltar lo que propone Julio Berdegué [2], que tanto las autoridades y tomadores de decisiones vean a la agricultura familiar como un sector de negocios, que requiere servicios de calidad. Además, dejar de lado la acostumbrada mirada de ‘agro, sector para ayuda social’.
Estímulos para una agroindustria de la biodiversidad nativa
De otra parte, añadiríamos que conviene que el Estado priorice una agroindustria basada en cultivos de la biodiversidad nativa, con procesos que usen tecnologías de punta, como apoyo a la diversificación productiva. Esto revalorizará las cosechas originarias y nos conducirá a abastecer al subsistema gastronómico nacional y exportar alto valor añadido de derivados únicos. Mejor aún si estos productos están relacionados a las expectativas de una nueva propuesta de cocina peruana, rápida, saludable y económica.
Algunos objetivos, a saber: a) diversificar la cédula de cultivos incluyendo cultivos emergentes y promisorios, con mercados interesantes, en reemplazo de los tradicionales; b) estimular trabajo conjunto de emprendedores urbanos y asociaciones innovadoras del campo; c) incorporar a las universidades en la asesoría de negocios agroalimentarios y nuevas tecnologías.
Y unos pasos concretos: a) ubicar las asociaciones de productores establecidas que estén innovando con cultivos de alto potencial comercial; b) organizar una plataforma virtual de emprendimientos agroalimentarios, con participantes rurales y urbanos; c) armar con financiamiento público equipos de negocios agroalimentarios en cada región del país en convenio entre universidades del interior y Lima.