Es imposible disimular el hecho que los desembarques de las especies más populares destinadas al consumo humano nacional, objetivo principal de los pescadores artesanales, están en niveles bajísimos debido a la reducción dramática de las respectivas biomasas. Sin embargo esto último es una deducción de lo que se observa, puesto que se desconoce la existencia de informes científicos que muestren el estado de salud de esas poblaciones de peces.
Las especies como la cojinova, corvina, lenguado, congrio, mero, chita, etc. escasean y por tanto, aumenta el costo de la faena, sube el precio al consumidor y consecuentemente baja o desaparece la rentabilidad del esfuerzo pesquero (y la del pescador).
Tampoco se puede ocultar que el número de personas que pescan ha aumentado y que éstas están cada vez mejor equipadas a nivel de flota y de aparejos tecnificados.
A ello se le define como aumento o crecimiento del esfuerzo pesquero.
Sucede que la biomasa de las diversas especies objetivo siguen el camino inverso, éstas se reducen y por tanto son insuficientes para satisfacer las expectativas y necesidades de todos los partícipes de la pesquería.
El recurso pesquero no aumenta en función de la demanda.
Se ha atribuído siempre a los recursos marinos, no solo el carácter de renovable, sino además, la cualidad de inagotable.
Se ha elegido aceptar el mito, en obstinada ignorancia de los hechos, creyendo que los recursos pesqueros son infinitos e inagotables y forzando la extracción hacia límites impredecibles en sus consecuencias.
La forma más racional de proteger nuestros recursos pesqueros es adoptando un enfoque precautorio y no incurrir en incentivar mayor consumo, que a su vez presiona sobre mayores capturas. Los peces son recursos naturales renovables, solo si se les deja reproducirse adecuadamente cuidando de no reducir sus poblaciones. Esto requiere de regulación basada en información científica.
En tanto no haya información que permita regular la captura de estas especies y asignarles no solamente una cuota anual de extracción, sino establecer sistemas de control eficaces, no parece que haya otra acción más sensata posible.
Es imprudente e irresponsable promover mayor consumo y mayor extracción, sin disponer de adecuada y suficiente información científica y capacidad de regulación, fiscalización y control.