El Perú es un país de grandes paradojas. Tiene el dudoso privilegio de mantenerse, por muchos años, como primer productor y exportador de harina de pescado, con un promedio anual de más de 1,5 millones de TM, y ser reconocido como mayor potencia mundial de recursos pesqueros. Sin embargo, cuesta creer que también seamos un país importador de conservas de pescado de China; muy probablemente producidas con caballa extraída en el mar peruano.
Más allá del riesgo de insalubridad que implica el escándalo desatado por el hallazgo de lotes importados de conservas de caballa infectadas de parásitos, el caso nos debe llevar a una reflexión de fondo: ¿cómo es posible que, teniendo el mar más rico del planeta, tengamos un consumo per cápita de pescado de apenas 16,5 kilos al año, por debajo de China (26 kg), América del Norte (24.5 kg) y Europa (24 kg)?
No somos capaces de atender la demanda de proteína de las familias peruanas; sobre todo de las más vulnerables que habitan en la sierra, donde persisten altos índices de desnutrición. Esto porque nuestras empresas pesqueras dedican casi todo su esfuerzo a la producción de harina de pescado, exportada para el engorde de animales en China y otros mercados de destino.
El bajo consumo interno hace que el mar peruano sea uno de los pocos excedentarios a escala mundial. El consumo interno de pescado se da principalmente en estado fresco y está concentrado en las principales ciudades de la costa. La anchoveta consumida en estado fresco podría ser una gran solución a los problemas de desnutrición en la sierra, por su elevado contenido de Omega 3. Sin embargo, la normatividad vigente no estimula su captura para el consumo humano directo, ni tampoco la inversión en una cadena logística apropiada que garantice la distribución y venta en óptimas condiciones sanitarias.
En cambio, la capacidad de captura de anchoveta para su procesamiento en harina de pescado está sobredimensionada, lo que se agrava por la presencia de flotas pesqueras de China y otros países asiáticos que pescan indiscriminadamente en nuestro mar, ante la acelerada expansión de la demanda de alimentos de sus poblaciones.
Somos una potencia pesquera sólo en recursos, porque en cuanto a capacidad de investigación científica nos hemos quedado a la zaga frente a países como Chile, Noruega, China e Indonesia. A mar revuelto (falta de buenos datos científicos) ganancia de pescadores, porque la autoridad es incapaz de definir límites máximos de extracción por especie. Esta situación, aunada a la falta de control de la extracción pesquera, facilita que las capturas de caballa, jurel, bacalao y otras especies se desvíen a la fabricación de harina.
Ante la ausencia de una política pesquera orientada a priorizar el consumo interno y la sostenibilidad a largo plazo de nuestros recursos, el fuerte lobby pesquero ha generado el desbordamiento de las autorizaciones de aumento de flota y permisos de pesca, expandiendo desmesuradamente la capacidad de captura y procesamiento pesquero. En ciertos casos es por mandato judicial que se han ampliado las autorizaciones, agravando la situación. Ello implica una enorme presión sobre los recursos hidrobiológicos, poniendo en riesgo la diversidad hidrobiológica y la productividad de nuestro ecosistema marino.
A pesar de que el mar peruano permite la extracción y crianza de diversas especies, sólo un pequeño porcentaje de ellas son procesadas y exportadas. El potencial para desarrollar productos en conserva para consumo humano directo es enorme, y con un potencial de rentabilidad mayor que la producción de harina. Sin embargo, para poder aprovechar ese potencial se requiere invertir, investigar, articular actores y modificar patrones de consumo. Todo un esfuerzo de transformación que nadie se atreve a liderar, ni desde el Estado ni desde el sector privado.
El recurso más abundante es la anchoveta y su utilización para producir y exportar harina sigue siendo un negocio muy lucrativo, sin necesidad de arriesgar mucho capital y con el mínimo esfuerzo. El problema está en las externalidades negativas que genera esta especialización, parecido a lo que sucede con los arroceros de la costa, que ganan bien sin mayor esfuerzo, a costa de salinizar las tierras y consumir grandes cantidades de agua que podrían generar una productividad más alta en cultivos alternativos.
El desarrollo de productos procesados de especies alternativas a la anchoveta, como la caballa, el jurel, la pota y la merluza, así como de especies de oportunidad como el perico y el bonito, está limitado por la incertidumbre de su captura. Existen más de 1,000 especies, de las cuales sólo se explotan comercialmente menos del 10’%, porque se desconoc sus volúmenes, zonas de pesca y aparejos de pesca más adecuados.
Ya es hora de que el Perú defina de manera participativa un régimen de derechos de acceso a los recursos pesqueros, con criterios de sustentabilidad biológica, y de funcionalidad y salud ecosistémica. Sólo con adecuada regulación pesquera, información científica apropiada, incentivos para la producción de consumo humano directo, y capacidad técnica y legal para controlar el acceso al recurso, el Perú podrá convertirse en una verdadera potencia pesquera con 30 millones de peruanos bien alimentados.