Para comprender este balance entre la mente racional y emocional, no podemos dejar pasar el planteamiento brindado por el psicólogo Daniel Kahneman, ganador del premio nobel de economía en el año 2002 por su teoría de las perspectivas, el cual fundamenta la toma de decisiones en contextos de incertidumbre. Él afirma que la toma de decisiones se fija mayormente en el contexto donde se plantea la decisión sobre la utilidad o valor subjetivo del individuo, donde la lógica no siempre es la que prevalece.
Kahneman (2002) enfatiza que nuestras decisiones son mayormente emotivas e intuitivas (pensar rápido) y posteriormente comenzamos a darle un sentido lógico y racional (pensar lento). Al referirnos al pensamiento lógico es el que está liderado por nuestra experiencia y capacidad de análisis. Y al comentar acerca del pensamiento intuitivo, este es liderado por las emociones y empatía. Resultando que en la mayoría de las ocasiones no reflexionamos sobre cuál de los dos ha tomado las riendas de nuestro comportamiento en el quehacer diario (León, 2015)
El mensaje de Kahneman ha sido elogiado por diversos medios de comunicación, como por ejemplo The Economist, al comentar que “igual que Copérnico sacó a la tierra del centro del universo y Darwin retiró al ser humano de su preeminencia biológica, Kahneman ha demostrado que no somos los pilares de sensatez que creemos ser”. Los aportes en el mundo de la psicología y la economía conductual, nos lleva a tomar en consideración la forma de juicio o criterio humano en la toma de decisiones.
Desde luego, al incluir a las emociones en el proceso de la toma de decisiones buscamos más el aspecto de estabilidad emocional o el permanecer en la zona de confort o status quo que un cambio para una mejora, por ejemplo, solamente el aspecto monetario.
En ese orden de ideas, no es absurdo pensar que somos seres emocionales que a veces pensamos o no utilizamos el raciocinio simple para conducirnos. Ese adagio popular que dice: “el sentido común, es el menos común de todos los sentidos”, lo reafirma.
Por otro lado, también es menester referirnos al padre del Utilitarismo, el filósofo Jeremy Bentham (1748 – 1832) donde plasma que todo ser humano busca el placer y evita el dolor. Postula una ética, leyes morales que logran maximizar la felicidad o bienestar para la mayor población posible, Desde luego, es la base para la toma de decisiones en el quehacer diario. Al margen de los siglos transcurridos, aún sigue siendo vigente esta explicación, el cual se denomina el egoísmo psicológico, siendo una teoría de la naturaleza humana que afirma que la conducta está impulsada por intereses personales, y niega la existencia de conductas verdaderamente altruistas. En términos simplistas, somos egoístas por naturaleza. Adam Smith (1776) en su obra cumbre “La riqueza de las naciones» argumenta la teoría de la “mano invisible”, donde el hombre en su búsqueda del bienestar propio es guiado por una mano invisible que conduce también al interés general. Es el fundamento del Capitalismo como sistema económico y que conlleva a entender cómo nos comportamos y por qué de nuestras decisiones, en especial en el emprendimiento.
Como advertimos, esta discusión acerca de la forma cómo nos relacionamos y tomamos las decisiones diarias no es nueva, lleva siglos y hoy por hoy conocemos que lo emocional supera, al referirnos en entornos de incertidumbre, a lo racional. Y al conocer que la ética es la ciencia que estudia lo que se debe y no debe hacer; es decir, lo correcto con una base moral, tenemos la obligación de educar nuestras emociones en contextos de cambios permanentes, donde el paradigma constante es la crisis, como un elemento de oportunidad sistemática alterando el statu quo. Sobre ese orden de ideas, surge la imperiosa necesidad de generar aspectos de aprendizaje educacional para salir del analfabetismo emocional y darle la importancia debida que tienen en nuestra calidad de vida nuestras emociones.