Si alguna virtud podemos reconocerle a las redes sociales es que, a través de ellas, nos ejercitamos en aprobar o desaprobar, desde una foto, video o performance artística, hasta un pensamiento, norma, acusación, cualidad, conducta o acción política o social.
Este ejercicio de aprobación y desaprobación nos convierte en una especie de jurado que se pronuncia en el día a día sobre la estética de algo, o respecto de lo que considera que es bueno o malo para uno mismo o para la sociedad en su conjunto.
En principio, si todos fuéramos espectadores imparciales y conscientes, aprobaríamos o desaprobaríamos algo guiados auténticamente por la razón o el sentimiento (gusto). Así, por ejemplo, si se trata de juzgar cualidades, conductas o acciones, la razón tendría que ser el fundamento para poder discernir si ellas tendrán consecuencias beneficiosas para todos. En la determinación de qué es beneficioso y qué no lo es, entran a tallar los sentimientos y las escalas de valores, que a su vez se construyen con la misma práctica de aprobación y desaprobación.
La razón aporta el conocimiento de la verdad y la falsedad, mientras que el sentimiento aporta un criterio de virtud o vicio. Ante situaciones en las que una acción contenga consecuencias virtuosas y perniciosas a la vez, la razón debe ser capaz de valorar las unas y las otras, orientándose a su aprobación en cuanto el valor que aporten las primeras supere al desvalor de las segundas, y viceversa.
Siguiendo a Kant[1], el pronunciamiento estético estaría sustentado en un entendimiento de lo bello como lo que (foto, pintura, poema, etc.) complace universal y desinteresadamente de manera inmediata, sin mediar consideración teórica o moral a priori.
Por su parte, en su famosa ‘Teoría de los sentimientos morales’[2], Adam Smith sitúa todas estas aprobaciones o desaprobaciones realizadas por las personas, dentro del ámbito de las elecciones morales, poniendo de relieve la importancia de que éstas no se den en función al interés egoísta de las personas, sino de la empatía o compasión hacia los demás; lo que supone tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro.
Lamentablemente en la vida real, como en las redes sociales que la reflejan, escasean las personas que intervienen imparcial y conscientemente al marcar sus ‘likes’. Predomina el ser egoísta que lanza sus aprobaciones y desaprobaciones por interés propio, o el obnubilado que lo hace arrastrado por bajas pasiones. También están los mercenarios, pagados para trampear las preferencias a favor o en contra de algo o de alguien, y los figuretis que marcan ‘like’ u opinan cualquier cosa con tal de caer bien o sentirse alguien.
Lamentablemente la escasez de tales virtudes dificulta el proceso de construcción de un sistema moral como del que gozan países como Finlandia u Holanda. Cabe esperar que, la práctica continua de aprobación y desaprobación por parte de ciudadanos imparciales y conscientes contribuya a consolidar una base moral sólida que con el tiempo pueda expandirse por contagio al resto.
Todo un reto social titánico que quizás podría no serlo tanto si avanzáramos en la construcción de una economía de libre mercado, en la que -como lo subrayó el propio Smith en ‘La riqueza de las naciones’[3]– buena parte de las necesidades puedan autorregularse a través del mercado, en una suerte de reconciliación del egoísmo y la empatía hacia los demás, a través de la concurrencia de quienes, al buscar su propio interés, se ven incentivados a producir mercancías y servicios para satisfacer las necesidades ajenas como si fueran las suyas. Felizmente la actual gestión del INDECOPI viene dando pasos firmes en esa dirección.
[1] Kant, Immanuel (1790). Crítica del juicio, Manuel García Morente Ed.
[2] Smith, Adam (1759). The Theory of Moral Sentiments, edición Regnery Pub, 1999.
[3] Smith Adam (1776). La riqueza de las naciones. Edición de Eswin Cannan. Fondo de Cultura Económica, México.