Para los socialistas el sistema capitalista es el diablo. El modelo neoliberal es el origen de todos nuestros males. En nuestro medio, dominado por socialistas de todos los espectros, esta percepción ha calado profundo. Desde los comunistas hasta los “caviares” difunden esa visión. El llamado a la Asamblea Constituyente tiene como objetivo destruir el modelo liberal consagrado en la Constitución de 1993. El odio al fujimorismo es el odio a la Constitución de 1993, principal legado de Alberto Fujimori y al innegable progreso que generó.
En el plano ideológico, la batalla por el modelo neoliberal se da en el campo económico. En 1946, el periodista americano, Henry Hazlitt publicó el libro “Economía en una Lección” basado en la obra del economista francés Frederic Bastiat, “Lo que se ve y lo que no se ve”.
Según Hazlitt, la economía puede reducirse a una sola lección que se puede resumir en la siguiente oración: “El arte de la economía consiste en observar no sólo los efectos inmediatos sino también los más duraderos de cualquier acto o política y de rastrear las consecuencias de estas políticas, no sólo para un grupo, sino para todos los grupos.”
La gran mayoría de las falacias económicas que se utilizan para denostar del modelo económico y que están causando un daño terrible en nuestro país actualmente son el resultado de ignorar esta lección. Todas esas falacias se derivan de mirar solo las consecuencias inmediatas de un acto o propuesta e ignorar sus consecuencias de largo plazo, y la de mirar las consecuencias solo para un grupo en particular en desmedro de otros grupos.
En nuestro medio, lamentablemente los “malos” economistas presentan sus falacias al público mejor que los “buenos” economistas presentan sus verdades. Los demagogos y populistas suelen ser más convincentes al presentar sus falacias económicas que los economistas serios que intentan mostrar lo que está mal con ella. La razón de esta situación es que los demagogos y los malos economistas están presentando medias verdades. Están hablando sólo del efecto inmediato de una política propuesta o su efecto sobre un solo grupo de la sociedad y lo peor es que las presentan como si fueran los poseedores de la única verdad. Se autodenominan “la reserva moral de la nación”.
¿Qué hacer para contrarrestar esta situación? La respuesta obvia es aclarar y corregir la verdad a medias expuesta por los demagogos con la otra mitad que se deja de decir. Pero considerar los efectos directos e indirectos de las medidas propuestas por los populistas y malos economistas a menudo requiere una cadena de razonamiento larga, complicada y aburrida, requiere del uso de modelos de equilibrio general altamente complejos y poco comprensibles para el ciudadano de a pie. Como consecuencia, la mayoría de la audiencia encuentra esta cadena de razonamiento difícil de seguir y pronto se aburre y le da la razón al bando de los demagogos.
Hazlitt en su libro “Economía en una lección” propone utilizar ejemplos simples que ilustren estas situaciones de medias verdades. A través de estos ejemplos se puede aprender a detectar y evitar primero las falacias más crudas y palpables y finalmente algunas de las más sofisticadas y esquivas. Como Jesucristo, a veces hablar en parábolas es mas elocuente que toda una exposición técnica.
El ejemplo más simple posible es la paradoja del “vidrio roto” propuesta por Bastiat. Un niño arroja un ladrillo y rompe la ventana de una panadería. Una multitud se reúne y mira el enorme agujero en la ventana y el vidrio roto sobre el pan y los pasteles. La multitud comienza a reflexionar. ¿Cuánto cuesta una nueva ventana de vidrio? ¿Doscientos cincuenta dólares? Entonces el vidriero tendrá 250 dólares más para gastar con otros comerciantes, y estos a su vez tendrán 250 más para gastar con otros comerciantes incluyendo el panadero, y así hasta el infinito. La ventana rota seguirá proporcionando dinero y empleo en círculos cada vez más amplios. La conclusión lógica de todo esto sería, que el niño que arrojó el ladrillo, lejos de ser una amenaza pública, es un benefactor público y el panadero lejos de quejarse debería agradecer la reactivación de la economía.
Ahora echemos otro vistazo. La multitud tiene al menos razón en su primera conclusión. Este pequeño acto de vandalismo significará, en primera instancia, más negocios para algún vidriero. Pero el panadero ya no tendrá los 250 dólares que planeaba gastar en un nuevo televisor para su familia. Debido a que ha tenido que reemplazar la ventana, tendrá que dejar a su familia sin el televisor. En lugar de tener una ventana y 250 dólares, ahora tiene simplemente la misma ventana que antes tenía y 250 dólares menos en su bolsillo. Si pensamos en él como parte de la comunidad, la comunidad ha dejado de contar con un nuevo TV y, por ende, la comunidad será más pobre de lo que hubiera podido ser. No se ha añadido ningún nuevo “empleo”. La multitud solo pensaba en dos partes de la transacción, el panadero y el vidriero. Se olvidaron del potencial tercero involucrado, el fabricante de televisores. Lo olvidaron precisamente porque ahora no entrará en escena. Verán la nueva ventana en el próximo día o dos. Nunca verán el nuevo TV, precisamente porque nunca se hará.
En muchos actos, nuestras autoridades se asemejan a la actitud del niño vándalo. La falacia de la ventana rota, bajo un centenar de disfraces, es la más persistente en la historia de la economía. Ahí están la antitécnica cuarentena de Vizcarra, la guerra en Ucrania. Esta falacia es reafirmada todos los días por miembros del ejecutivo y el congreso, por gremios empresariales, por líderes sindicales, por columnistas de periódicos y comentaristas de radio y televisión, por profesores de economía en nuestras mejores universidades. En sus diversas formas, todos pontifican sobre las ventajas de la destrucción.
Pero existe otra falacia aún más grande y que también se explica en términos de la paradoja de la ventana rota. Esta falacia es pensar en el “poder adquisitivo” simplemente en términos de dinero. El error más obvio y, sin embargo, el más antiguo y obstinado, en el que se basa el atractivo de la inflación, es el de confundir “dinero” con riqueza. La verdadera riqueza material, por supuesto, consiste en lo que se produce y consume: los alimentos que comemos, la ropa que usamos, las casas en las que vivimos.
Sin embargo, es tan poderosa la ambigüedad verbal que confunde el dinero con la riqueza, que incluso aquellos que a veces reconocen su confusión, volverán a caer en ella en el curso de su razonamiento. Cada persona percibe que si tuviera más dinero, podría comprar más cosas. Y para muchos, la conclusión es que si el gobierno simplemente emitiera más dinero o se endeudara para dar bonos y subsidios, todos seríamos más ricos. El actual presidente argentino ha declarado que la inflación y la devaluación de la moneda se deben a que la Argentina crece mucho. Sostiene que lo que se tiene es una “crisis de crecimiento”.
La inflación resulta ser simplemente un ejemplo más de nuestra lección central. De hecho, puede traer beneficios por un corto tiempo a los grupos favorecidos, pero solo a expensas de otros. Y a la larga trae consecuencias ruinosas a toda la comunidad. Incluso una inflación relativamente suave distorsiona la estructura de la producción. Conduce a la sobre expansión de algunas industrias a expensas de otras. Esto implica una mala aplicación y un desperdicio de capital. Cuando la inflación colapsa, o se detiene, la inversión de capital mal dirigida ya sea en forma de máquinas, fábricas o edificios de oficinas, no puede producir un rendimiento adecuado y pierde la mayor parte de su valor.