Modelo para interpretar los dilemas post-electorales de Humala

Apenas se supo ganador en segunda vuelta el presidente electo Ollanta Humala, sin todavía estar sentado en el sillón de Pizarro, ya empezó a sentir una especie de ‘síndrome de Túpac Amaru’; el tironeo de cuatro caballos enfilados en direcciones contrapuestas: los empresarios, el ala izquierda de su coalición de gobierno, el ala derecha de esa misma coalición y una población con expectativas de mejora inmediata y energía reivindicativa encendida durante la campaña electoral.
Se trata de una estructura típica estudiada en la teoría de juegos, en la que el presidente electo es el agente central que toma las decisiones más importantes interactuando con otros cuatro agentes (caballos), y afrontando opciones que implican costos y beneficios que no están establecidos de antemano, porque dependen de las elecciones de los otros agentes. Se trata de un juego asimétrico, en el que los cinco jugadores comparten un conjunto de objetivos a largo plazo (crecimiento competitivo, inclusión y reducción de la pobreza), aunque cada jugador tiene objetivos divergentes a corto plazo y estrategias distintas para alcanzarlos.
Si en esta estructura de juego predominan los objetivos y estrategias de corto plazo de cada jugador, de naturaleza divergente, se cae en un juego de suma cero; es decir, en un juego en el que cada jugador se beneficia sólo a expensas de otro. El devenir de este juego es un escenario en el que si alguien gana el otro siempre pierde, y la combinación de todas las estrategias en pugna da lugar a un ambiente de ingobernabilidad y de alejamiento de los objetivos comunes de largo plazo.
Los empresarios son un jugador cuyo comportamiento futuro es previsible, expresándose a través de decisiones que se reflejan en el comportamiento del mercado financiero y las inversiones, en función al grado de credibilidad percibido en la política económica anunciada por el gobierno electo. Su conducta no responde al nivel de riesgo actual de la economía – como equivocadamente algunos voceros económicos de Gana Perú manifiestan que ‘debe ser’ – sino a su percepción del riesgo futuro, lo cual es legítimo por cuanto la recuperación de sus inversiones sólo se puede ver a largo plazo. De allí su preocupación por la consistencia de metas, la consistencia temporal, la transparencia de información y la reputación del ejecutor de la política económica (véase al respecto mi Comentario del Día 06/06/11).
Estrictamente, al empresariado no le interesa que fulano o mengano sea el ministro de economía, sino que sea una personalidad que haga creíble la sostenibilidad de una senda de crecimiento elevado, con un Estado más eficiente y una economía más competitiva e inclusiva. Mientras ese anuncio no se dé el mercado bursátil seguirá volátil y las nuevas inversiones se mantendrán virtualmente paralizadas, lo cual afectará el desenvolvimiento de la economía en el segundo semestre, cuando el nuevo gobierno esté en funciones. En el ínterin, la percepción de riesgo país subiría, aun cuando los fundamentos económicos se mantengan incólumes, lo que elevaría el costo del fondeo bancario, presionando al alza las tasas de interés, lo que le daría una vuelta más a la tuerca de la desaceleración de la inversión y el consumo. Sin cambiar un ápice el modelo económico heredado, el déficit de credibilidad del manejo económico generaría alrededor de 1, 5 a 2 puntos de menor crecimiento respecto a un escenario de expectativas consistentes. Pérdida de crecimiento que tendería a ampliarse si se materializara la cada vez más probable recaída de la economía mundial.
Las alas izquierda y derecha de la coalición de gobierno son dos caballos que se muestran muy chúcaros en su afán de alcanzar su objetivo de corto plazo de toma de un pedazo de la torta del poder burocrático, enfrascándose en una lucha mediática o silenciosa por los puestos claves. Al gobernante en ciernes lo que debe interesarle ante todo es lograr la mayor acumulación de fuerzas posible (respaldo empresarial y de la población) para ser capaz de impulsar la estrategia óptima que permita generar el mayor crecimiento e inclusión y la mayor reducción de la pobreza. En la medida que las negociaciones con cada una de estas alas no afecten esta estrategia, todo movimiento de fichas en este flanco está justificado.

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