¿Otra crisis financiera mundial?

La montaña rusa a la que treparon los mercados financieros en la última semana es un aviso del riesgo de que ocurra un movimiento telúrico similar o peor a la Gran Crisis Financiera de 2008. Las grandes plazas cerraron el viernes con pérdidas y dudas sobre una posible remontada sostenible.

El futuro inmediato pinta incierto a la luz de una volatilidad al cuádruple de su nivel a inicios de año y una huida en manada de los inversionistas, desde la tenencia de acciones a la compra de bonos a 10 años (cuya tasa de interés pasa de 2,8%; récord histórico en 4 años).

Si vuelve la calma será transitoria, porque vivimos en una economía mundial inundada de liquidez, que no se refleja en altas inflaciones debido a la política monetaria extremadamente laxa practicada por los bancos centrales de las principales economías.

Podría decirse que este exceso de liquidez se refleja en una inflación reprimida en la economía real a costa de una inflación galopante en las cotizaciones de las bolsas. Al canalizar gran parte de la emisión de los mayores bancos centrales a la compra de deudas gubernamentales, incluyendo las quiebras bancarias en los países periféricos de Europa, se ha creado un stock de bonos corporativos (‘bonos basura’) que ha distorsionado los precios relativos de los activos financieros. Al punto de que los ‘bonos basura’ europeos han equiparado sus rendimientos promedio al de los bonos del tesoro americano a 10 años; que se asume son de riesgo cero.

Esta bola de nieve subvencionada por una política monetaria extremadamente laxa no podrá perdurar por siempre. Los inversores lo saben, pero al igual que las autoridades monetarias, siempre han terminado apostando por la postergación del freno, teniendo como principal argumento que todavía la inflación es muy baja.

Efectivamente, si bien los mayores bancos centrales han venido anunciando que pretenden elevar sus tasas referenciales y limitar su escala de emisión, reducir sus saldos o vender activos, en la práctica el desmantelamiento del andamiaje laxo post-gran crisis de 2008 ha sido muy tímido o se ha venido postergando.

Sin embargo, esta situación está empezando a cambiar. La inflación está comenzando a trepar en EEUU, Inglaterra, Alemania y China, mientras que en EEUU mostró en enero un nivel de empleo y de salarios alcistas, sumado a una política fiscal inflacionista, que obliga a la emisión de más deuda para financiar una brecha fiscal previsiblemente creciente, y a un debilitamiento del dólar que promete mantenerse por largo tiempo.

Ante esta evidencia, los bancos centrales más grandes tendrían que arrancar una subida más agresiva de sus tasas referenciales y de reducción de sus tenencias de activos acumulados durante la gran crisis de 2008.

Por tanto, el temblor grado seis de la semana pasada no es más que una campanada de alerta. El mercado ya dio el giro y ha pasado de una preferencia por acciones a una preferencia por bonos. Los agentes económicos se han adelantado al giro de los bancos centrales, en busca de una seguridad premiada por rendimientos atractivos.

Me atrevo a pensar que la volatilidad se mantendrá hasta que el panorama de la política monetaria sea más claro. Si se confirma un giro más agresivo de la política monetaria, la venta de acciones puede convertirse en fiebre y ésta quién sabe si empiece a cobrar vidas de algunos o muchos enfermos. Sin embargo, siempre que no haya un reventón como el de 2008 y dado el exceso de liquidez global reinante, los activos de renta fija de economías emergentes y sus commodities podrían beneficiarse, encabezados por el petróleo y el oro.

También me atrevo a pensar que los mayores bancos centrales no darán un giro tan robusto en sus políticas. Empezando por la FED, que podría flexibilizar su meta de inflación para suavizar sus aumentos de tasas, pudiendo incluso mantenerlas negativas en términos reales.

Esta política sería consistente con la visión de Donald Trump de contar con un dólar cada día más débil, con el objeto de impulsar la inflación, añadir competitividad a las exportaciones, robustecer las ganancias y el valor de las acciones de las empresas americanas que generan sus negocios fuera de EEUU y, de paso, licuar la enorme deuda pública y privada de EEUU.

¿Qué hacer en el Perú ante un entorno tan incierto y amenazante a nivel de la política monetaria, la política fiscal y a nivel de las empresas? ¿Cómo blindar nuestras exportaciones frente a una persistente apreciación del sol frente al dólar? ¿Podemos darnos el lujo de seguir la ruta de destrucción del dinero que vienen siguiendo EEUU, Europa, Japón y China? Son preguntas que dejo ahí en el tintero para la reflexión y como temas de futuros artículos.