Ningún indicador ilustra mejor la marcha de la economía, en precisión y oportunidad, que el consumo promedio de electricidad. El Comité de Operación Económica del Sistema Interconectado de Electricidad (COES) divulga cada media hora la demanda promedio de electricidad en MW. Cada media hora podemos saber, a través de los datos del COES, el pulso de la economía.
En el Gráfico 1 se presenta la evolución de la demanda promedio mensual de electricidad para el periodo enero 2019 – agosto 2020. Los datos de agosto corresponden al promedio de los 8 primeros días. Observamos que la evolución de la demanda de electricidad reproduce fielmente el impacto de la prolongada cuarentena decretada por el gobierno incluyendo sus fases de reactivación. Lo más preocupante es que a partir del mes de julio se observa una que el nivel de la demanda parece haberse estancado en una meseta que refleja el nivel de actividad económica en la fase 3 del programa de salida de la cuarentena. Esta nueva meseta se encuentra, dependiendo el mes de comparación, entre 6% y 8% por debajo de los niveles del 2019.
Dado el elevado número de nuevos casos de infectados y el creciente número de fallecidos, es muy probable que la fase 4 del programa de salida de la cuarentena no se llegue a implementar en el 2020. Además, es muy probable que ciertos sectores tengan que reducir nuevamente sus actividades por las cuarentenas focalizadas a las que tendrá que recurrir el gobierno para contener la pandemia.
En este contexto, la pregunta relevante que debemos hacernos es: ¿Estamos en una recesión temporal o vamos camino a una depresión económica? Han pasado aproximadamente cinco meses desde el inicio de la cuarentena. Eso significa que en septiembre, habremos pasado dos trimestres de decrecimiento económico, desempleo masivo y sin recuperación a la vista. La mal conducida cuarentena no ha cumplido el objetivo de contener la propagación del virus; en el mejor de los casos solo ha limitado la aceleración de su propagación. La cuarentena ha sido la única estrategia de contención que el gobierno ha practicado, dejando de aplicar medidas complementarias como, por ejemplo, el uso de pruebas moleculares masivas para implementar cercos inmunológicos.
Por lo tanto, aparte de la aplicación de tratamientos cuya efectividad se viene conociendo para reducir la letalidad del virus, la única solución real es una vacuna. Muchos ya han afirmado que pronto llegará una vacuna, pero incluso si sale al mercado a fines de este año, producirla, distribuirla y administrarla a los 31 millones de peruanos será un proceso lento e incierto.
Se define que una economía está en recesión cuando sufre dos trimestres sucesivos de crecimiento negativo y un moderado incremento del desempleo. Una depresión, por contraste, implica la destrucción física de la economía, cierre de empresas, ruptura de la cadena de pagos, aumento masivo del desempleo y vaporización del capital de trabajo de las empresas.
En circunstancias normales, las estructuras económicas básicas permanecen intactas durante las recesiones y por ello bastan medidas de estímulo financiero para reiniciar el crecimiento. Una recesión es un evento normal dentro del ciclo económico, un evento principalmente financiero que requiere imponer disciplina a una economía sobrecalentada. En una depresión la economía se quiebra y entra en un ciclo vicioso de desempleo, menos demanda, menos producción y más desempleo y, por ello, se requieren medidas extraordinarias para salir de ella.
Hasta ahora, en el Perú la depresión se ha retrasado por una intervención masiva del gobierno. Entre el BCRP y el MEF se han inyectado más de 70,000 mil millones de soles para estabilizar la economía y evitar la destrucción económica. Sin embargo, la lentitud e ineficiencia de los programas de ayuda no ha impedido el cierre definitivo de miles de empresas y el desempleo a nivel nacional de más de tres millones de empleados formales.
Hay una contracción de la demanda efectiva, no sólo por la falta de dinero, sino también porque numerosas actividades, como salir de viaje, ir a un restaurante, un centro comercial, un teatro o un gimnasio se han convertido en actividades de alto riesgo de contagio. Como el estímulo por parte del gobierno no puede continuar indefinidamente, la falta de demanda dará lugar a nuevos cierres de empresas, mayores despidos de empleados formales y a un aumento de la informalidad. Así es como se inicia una depresión.
Lo peor es que el escenario internacional no ayuda para nada. Las economías de Estados Unidos y Europa, que son el centro de gravedad de la economía global, están paralizadas. La semana pasada, la UE informó de que su economía se contrajo un 8.3%, la mayor contracción desde que comenzó a llevar registros. En los Estados Unidos, en abril se perdieron unos 20 millones de puestos de trabajo, y no se ha producido una recuperación significativa en el desempleo.
La economía mundial está siendo mantenida por la inyección de liquidez de los bancos centrales y el masivo estímulo gubernamental. En otras palabras, la relativa seguridad que ofrece la reducción de los nuevos casos de infectados por el Covid- 19 a nivel mundial, está siendo socavada por el aumento del desempleo y la quiebra de empresas. A medida que avancemos en el segundo semestre de 2020, las quiebras empresariales comenzarán a aumentar, el desempleo se elevará y el subempleo en los pequeños emprendimientos puede ser aún peor.
Una gran parte de los analistas económicos, juntamente con el BCRP y el MEF, confían que lo que está sufriendo el Perú es solamente una gran recesión y que las medidas de estímulo implementadas serán suficientes para capear el temporal. Se confía en que la minería y la exportación no tradicional permitirán una recuperación en “V” de la economía. Que la informalidad funcionará como una válvula de escape para el desempleo. Es decir que la informalidad será la solución y no el problema.
Sin embargo, como vimos anteriormente, los indicadores nos cuentan otra historia. Nos dicen que la demanda agregada no está respondiendo a los estímulos gubernamentales. Las empresas no están vendiendo lo suficiente y no están en condiciones de afrontar sus necesidades financieras por la baja producción derivada de la falta de demanda de sus productos. Estos problemas se reflejarán en un deterioro de la situación financiera de los bancos, signo inequívoco del inicio una depresión económica.
La depresión no sólo crea un enorme desempleo y un aumento de la pobreza, sino también puede engendrar monstruosidades políticas, especialmente cuando estamos ad portas de una campaña electoral. Los resultados podrían llevarnos a un desastre de imprevisibles consecuencias. Se necesitan tomar medidas no convencionales para salir de la depresión.
Una posible solución consiste en hacer lo que hizo Roosevelt durante la depresión de 1929. En lugar de regalar bonos, se daría empleo formal productivo en las áreas rural y urbana. Forestación, reservorios canales, riego tecnificado en el área rural, especialmente en la sierra y reconstrucción de millones de viviendas precarias en el ámbito urbano, especialmente ciudades grandes. Para generar millones de empleos formales, se recurre al esquema empleado por Roosevelt: Empleo Civil Voluntario organizado por el ejército tipo servicio militar, con cuarteles para albergar a los empleados, con un sueldo mínimo de paga con sus aportaciones a EsSalud y a la ONP y habitación, uniformes y comida por un periodo de dos años. ¿Cómo se financiaría?, con un fondo tipo “mi vivienda” que daría préstamos, con bajas tasas de interés, a los agricultores beneficiados con los reservorios o forestación y a los moradores de las viviendas precarias. Con la participación de las fuerzas armadas se tendría no solo fuentes de trabajo sino una fuerza laboral disciplinada, apolítica y que aprendería oficios en los cuarteles.